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La conquista por la mujer del mercado de trabajo español
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Eva Valle

Competencia (im)perfecta

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La conquista por la mujer del mercado de trabajo español

Nos centraremos en los aspectos relativos a la participación de la mujer en el mercado de trabajo en España, dejando los aspectos relativos a la brecha salarial para otra ocasión

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

La incorporación de la mujer al mercado de trabajo en España es uno de los hechos más destacados en la transformación que ha experimentado la economía española en los últimos 25 años. Aún queda tarea por delante, pero no deja de llamar la atención la rapidez e intensidad de un proceso que no solo coloca España hoy al nivel, e incluso por delante, de muchos países desarrollados sino que ha contribuido, de forma significativa, a aumentar la capacidad de crecer de nuestra economía.

En España, trabajan hoy, según la EPA del tercer trimestre, más de nueve millones de mujeres, una cifra que duplica la de hace 25 años y que supone el mayor incremento registrado entre las principales economías europeas.

Ese proceso ha tenido lugar, además, con naturalidad desde el punto de vista de la aceptación social y, en ese sentido, ha sido un éxito. Y, aunque aún queda camino por recorrer, muchos de los retos a los que se enfrentan hoy las mujeres en su desarrollo profesional tienen que ver más con el funcionamiento del mercado de trabajo y con su todavía marcada dualidad que con un problema de género 'per se', aunque también haya aspectos que mejorar en esto último.

En este artículo, nos centraremos en los aspectos relativos a la participación de la mujer en el mercado de trabajo en España. Y dejaremos los aspectos relativos a la brecha salarial para otra ocasión.

Foto: Foto: EFE.

La disposición de las mujeres a incorporarse al mercado de trabajo, esto es, la tasa de actividad femenina, es un indicador fundamental —quizás el más adecuado— para evaluar cómo ha cambiado la situación de la mujer en el mercado laboral. Tomando datos de Eurostat, hace 25 años, en 1993, solo el 43,7% de las mujeres españolas declaraba querer encontrar un empleo, frente al 68,6% en 2018. Ello supone un incremento del 57%, el mayor de las principales economías europeas, que coloca España en una tasa de actividad femenina superior a la de la media de la de la zona euro (68,1%), la Unión Europea o Francia (68,2%), y muy por encima, por ejemplo, de la de Italia (56,2%). Es verdad que aún estamos lejos de la de Alemania (74,3%), Reino Unido (73,2%) o los países nórdicos, pero el cambio ha sido radical.

Además, como ocurre en la mayoría de los países, la tasa de actividad femenina en España también es inferior a la masculina, y lo es en algo más de 10 puntos porcentuales (68,6% frente al 78,8%). Pero esta diferencia se ha reducido dramáticamente más de 33 puntos desde hace 25 años y es, además, algo menor que la media de la zona euro o de la Unión Europea, donde se acerca a los 11 puntos porcentuales.

Pero, de las mujeres en edad de trabajar, ¿cuántas de verdad encuentran un empleo? ¿Ha cambiado eso también en los últimos 25 años?

La tasa de ocupación femenina —esto es, cuántas mujeres realmente trabajan de aquellas que están en edad de trabajar— también ha experimentado un crecimiento extraordinario en España en los últimos 25 años, pasando del 30,8% en 1993 al 56,9% actual. Se trata del mayor incremento entre las principales economías europeas, lo que nos coloca por delante de Italia (49,5%), pero aún lejos de la media europea (62,2% en la zona euro), Francia (61,9%), Alemania (72,1%) o los países nórdicos. Y respecto a la tasa de ocupación masculina, la femenina es, como sucede en todos los países, inferior en España; lo es en unos 11 puntos porcentuales, pero esta cifra es dos tercios menor que hace 25 años y solo ligeramente superior a la media europea, que se sitúa en 10,5 puntos porcentuales.

La conclusión principal de todo lo anterior es que España, en los últimos años, ha conseguido situarse en una posición comparable a la de los países europeos en cuanto a la participación de la mujer en el mercado de trabajo. Y ello es muy meritorio y nos permite deducir que, en cuanto a los retos a que nos enfrentamos, estamos también en una situación similar a nuestros colegas europeos.

Sin embargo, hay algunos aspectos que afectan a la mujer en los que el mercado de trabajo español se diferencia muy notablemente de Europa. Me referiré a dos de ellos. Por un lado, la evolución de la empleabilidad o, dicho de otra forma, cómo ha evolucionado en el tiempo el número de mujeres que, manifestando su voluntad de trabajar (es decir, son activas), encuentran realmente un empleo. Y, por otro, el tipo de contratación a la que acceden muchas mujeres.

España se distingue por una elevada contratación temporal respecto de la media europea, algo mayor en el caso de las mujeres que en el de los hombres

En cuanto a la empleabilidad, llama la atención que esta ha mejorado mucho menos que otras variables y, además, que se ha comportado de forma muy procíclica, cayendo intensamente en épocas de crisis, a diferencia de lo que sucede en Europa, donde es mucho más estable. Así, hace 25 años, el 70% de las mujeres que buscaban un empleo lo encontraba; esa cifra es hoy del 82%. Ello supone un avance, pero la cifra es aún inferior en 10 puntos porcentuales a la media europea, e inferior también, por ejemplo, a la de 2001 (84%) o a su máximo, del 89%, en 2007, justo antes de la crisis. Sin embargo, esta ciclicidad no es exclusiva de la empleabilidad femenina; algo similar ocurre con la masculina, que, aunque casi siempre es algo superior a la femenina, muestra también una elevada ciclicidad.

Respecto a la contratación, España se distingue, por un lado, por una elevada contratación temporal respecto de la media europea (22,7% del empleo es temporal en España frente al 13,9% en la zona euro) que, además, es algo mayor en el caso de las mujeres que en el de los hombres. Y, por otro, por un uso mucho menor del contrato a tiempo parcial (el 14,5% del empleo en España frente al 21,3% en la zona euro) que, sin embargo, es usado mucho más intensamente para contratar a mujeres que a hombres. Esto último también sucede en Europa, pero en España el uso de este contrato está más concentrado en sectores que requieren menor cualificación y, en un elevado número de ocasiones, es involuntario; esto es, los trabajadores habrían preferido un contrato a tiempo completo.

Estos dos últimos aspectos analizados nos alejan de Europa y lo hacen, especialmente, en el caso de las mujeres, que, por las características de su contratación (más temporalidad; más contratos a tiempo parcial centrados, sobre todo, en sectores menos cualificados y, por tanto, menos remunerados) y por tener, de media, menor antigüedad que los hombres en sus puestos de trabajo, se ven más afectadas por los ajustes en el mercado de trabajo en épocas de crisis (la tasa de paro durante la crisis aumentó más entre mujeres que entre hombres) o terminan aceptando empleos que, en duración o salario, no se adecúan a sus preferencias.

En conclusión, mejorar la participación de la mujer en el mercado de trabajo en España requiere, entre otras cosas, cerrar la brecha con Europa en aspectos como contratación o empleabilidad. Y ello, a su vez, exige mejoras en el funcionamiento de nuestro mercado de trabajo, para hacelo más flexible y reducir, por ejemplo, su todavía importante segmentación entre tipos de trabajadores que afecta, en particular, a la mujer. Y, además, se debe avanzar en un uso más racional del contrato temporal y en un mayor desarrollo del contrato a tiempo parcial para que este se use en empleos más cualificados, lo que permitiría conseguir una mayor voluntariedad en su uso. Todo ello contribuiría a seguir avanzando hacia una todavía mayor y mejor (en términos de productividad y salarios) participación de la mujer en el mercado de trabajo.

La incorporación de la mujer al mercado de trabajo en España es uno de los hechos más destacados en la transformación que ha experimentado la economía española en los últimos 25 años. Aún queda tarea por delante, pero no deja de llamar la atención la rapidez e intensidad de un proceso que no solo coloca España hoy al nivel, e incluso por delante, de muchos países desarrollados sino que ha contribuido, de forma significativa, a aumentar la capacidad de crecer de nuestra economía.

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