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Un ejemplo innovador a imitar: Israel
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Jesús Banegas

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Un ejemplo innovador a imitar: Israel

Tras los recortes que han sufrido las partidas presupuestarias referentes a la investigación y desarrollo tecnológico en los Presupuestos Generales del Estado, es necesario insistir en

Tras los recortes que han sufrido las partidas presupuestarias referentes a la investigación y desarrollo tecnológico en los Presupuestos Generales del Estado, es necesario insistir en la imposibilidad del desarrollo en este campo sin una decidida y apropiada – como veremos a continuación - intervención de las instituciones públicas.

Si tomamos como ejemplo el caso israelí,  vemos como un país con limitadísimos recursos naturales y con una situación geopolítica comprometida, fue capaz de desarrollar una industria de desarrollo e innovación tecnológica reconocida mundialmente, de alto valor añadido, que le permite, gracias a sus exportaciones, mantener una balanza exterior equilibrada.

En este proceso, el Estado ha jugado un decidido e inteligente papel junto a un sector empresarial realmente emprendedor. Juntos han sabido aprovechar la necesaria inversión tecnológica en defensa, la recepción de talento proveniente de la extinta URSS, y la calidad emprendedora de la sociedad israelí, para conseguir llevar al mercado, productos y servicios con un alto grado en innovación tecnológica (podemos mencionar aquí el caso de las cámaras que los doctores utilizan para inspeccionar el interior del cuerpo humano, herederas de las de reconocimiento y seguimiento de objetivos instaladas en los misiles). 

La acción más decisiva adoptada por Israel se basa en la creación de una red de incubadoras donde los proyectos de desarrollo e innovación, después de una muy exigente evaluación de su viabilidad, tanto científica, como comercial y de un profundo análisis de las cualidades personales del propio emprendedor, son tutelados y apoyados desde sus inicios, gracias a subvenciones e incentivos a la inversión.  Estas cubren hasta un 85% del presupuesto inicial, con un máximo de 145 mil $ anuales, requiriendo una contraprestación del 20% de las acciones y un porcentaje sobre ventas, recursos éstos que, posteriormente son reinvertidos en nuevos proyectos tutelados por la incubadora, en un proceso de generación continua de proyectos. 

Un hecho clave es que el emprendedor no debe restituir estos fondos si el proyecto no logra ser viable, y que este fracaso no le invalida para comenzar de nuevo otro proyecto, bien en cambio, es valorado positivamente por el aprendizaje que conlleva, y que le hará mejorar en nuevos procesos. Si comparamos este hecho con la realidad española, nos resulta impensable imaginarnos una situación similar en la que un emprendedor fracasado genere la confianza necesaria para recibir financiación para posteriores iniciativas.

Aquí se muestra la inteligente decisión por parte del Estado de asumir una parte del riesgo empresarial, consiguiendo el progreso y la proliferación de estas iniciativas, conformando a Israel como uno  de los principales destinos para las inversiones extranjeras. 

Otra experiencia israelí, no menos importante que la red de incubadoras, tiene su origen en la identificación de la escasez de financiación como uno de los mayores problemas a los que se enfrentan los proyectos en su desarrollo, dando su apoyo decidido a la creación de una potente industria de Venture Capital, gracias a atractivas e ingeniosas condiciones en instrumentos de co-inversión, y a su posterior refuerzo en momentos clave, como la crisis punto.com, que sometió a este tipo de inversiones a un periodo de parálisis, llegando a competir, en la atracción de inversión extranjera, con el “paraíso tecnológico”” californiano de Sillicon Valley. 

Uno de los programas pioneros fue el Yozma, promovido por las instituciones israelíes, nos marca el punto de partida; aquí, el gobierno participa en la “construcción” de diez fondos de Capital Riesgo, aportando un 40% del capital de éstos, un total de 100 millones de $ del año 1993. Estos diez fondos invierten en start-ups, concediendo el gobierno la posibilidad a los inversores privados de recomprar el porcentaje en manos públicas a su valor inicial, ofreciéndoles un plus de rentabilidad muy atractivo. Tal fue el éxito alcanzado por este programa que en 1998 se completó la privatización de los diez fondos iniciales. Los hitos conseguidos por los proyectos financiados por estos fondos generaron la posterior retroalimentación y generación de fondos adicionales. En España, programas similares como Neotec, mantienen la postura de no intervención en el mercado inversor, no potenciando unas inversiones frente a otras, por lo que el Capital Riesgo es mucho más conservador, apostando por su entrada en los proyectos en etapas más avanzadas y seguras.

Es en Israel donde se produce una mayor inversión en las fases iniciales de los proyectos, donde el riesgo que se asume por el inversor es mucho mayor, y se completa el cierre del ciclo inversor, desde la generación de atractivas oportunidades de inversión hasta la necesidad de encontrar salidas a las mismas, potenciando la liquidez del sistema.

El prestigio de ambas industrias israelíes queda refrendado por ser el primer país tras los EEUU en poseer compañías que cotizan en el índice Nasdaq de la bolsa americana, hecho que gana relevancia si recordamos la población de Israel, apenas siete millones de habitantes.

Buena parte del éxito debe serle atribuido a la figura política del  “Chief Scientist”; que asume y lidera todo el “engranaje” del sistema de innovación, siendo nombrado por el Knesset (parlamento israelí), pero liberado de la presión partidista al mantener periodos de vigencia independientes, aunando tanto recursos como políticas en una misma dirección. 

Lejos de este modelo queda el complejo sistema español, donde conviven tanto diversas organizaciones, instituciones y distintos niveles de administración (estatal y autonómica),  como distintas sensibilidades políticas, que muestran una cierta indefinición en los objetivos y en los métodos, produciéndose un peor aprovechamiento de los recursos de los que disponemos. 

Si nuestro país quiere asumir, de una manera clara y manifiesta, la senda de la innovación y desarrollo tecnológico, y apostar por el cambio de modelo tan publicitado desde instancias gubernamentales, debería imitar el ejemplo israelí, accionando los resortes financieros público-privados que tanto éxito están teniendo allí. 

Para poder avanzar en la buena dirección es preceptivo, además, apoyar la formación científica aplicada, y sobre todo el espíritu empresarial emprendedor derivado de aquélla, rompiendo los moldes de una sociedad tan proclive a considerar el “funcionariado” como meta profesional y potenciando la inversión privada, relajando la fiscalidad en este campo y subordinando el beneficio monetario de los proyectos al beneficio económico y social que generaría la existencia de una industria avanzada tecnológicamente, que generase puestos de trabajo de alto valor añadido, que no sufrieran los avatares de las crisis con su masiva  destrucción, como, desgraciadamente, observamos impávidos, en la actual situación.

Lamentablemente, por lo que trasciende de la nueva política presupuestaria, no parece que sea así.

Con la colaboración de Oscar Gregori Rodríguez, Raúl Morcillo Ortega, Sergio Fernández Santas


 

 

Tras los recortes que han sufrido las partidas presupuestarias referentes a la investigación y desarrollo tecnológico en los Presupuestos Generales del Estado, es necesario insistir en la imposibilidad del desarrollo en este campo sin una decidida y apropiada – como veremos a continuación - intervención de las instituciones públicas.

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