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La amenaza de los robots a nuestros trabajos
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Ignacio de la Torre

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La amenaza de los robots a nuestros trabajos

Hay tareas que los robots no pueden hacer, como programar. Y aparecerán millones de puestos de trabajo ligados al control de los robots

Foto: Robot. (iStock)
Robot. (iStock)

El reciente anuncio de que Waymo, el coche sin conductor (autónomo), ha comenzado a recoger a trabajadores de Google en sus domicilios para trasladarlos a su lugar de trabajo ha provocado emociones encontradas. Por un lado, el anuncio muestra cómo se acelera la tecnología; hasta hace poco, se consideraba que el desarrollo masivo del vehículo autónomo no se produciría hasta el periodo 2025-2030.

Por otro lado, el desarrollo del coche autónomo, y también del camión autónomo, que ya está funcionando —por ejemplo, en las minas australianas—, genera la pregunta sobre qué pasará con los miles de trabajos que se verán amenazados. Piénsese en camioneros, taxistas, conductores de Uber, empleados de estaciones de servicio, o incluso peritos, mecánicos y médicos, ya que se espera una fuerte reducción del volumen de accidentes.

El anuncio muestra cómo se acelera la tecnología; hasta hace poco, se consideraba que el desarrollo del vehículo autónomo se produciría en 2025-2030

Aristóteles fue el primero en exponer el concepto sobre cómo un robot dotado de inteligencia humana podría afectar al trabajo. Según él, la aplicación de esta idea podría acabar con la esclavitud. De hecho, el inventor del término 'robot', el checo Kapec, sacó este término de una palabra de su idioma natal que quería decir 'esclavo', algo comprensible, ya que en muchas lenguas la palabra 'esclavo' viene de 'eslavo', lo que comprende a los checos, ya que durante la Edad Media una parte importante del origen del tráfico de esclavos hacia los países musulmanes eran precisamente las tribus eslavas. Se ve que Kapec no quería estigmatizar más a los eslavos, de ahí que utilizara otro vocablo, pero el concepto es el mismo: robot equivale a esclavo, y puede desplazar trabajo.

Los diferentes estudios marcan escenarios muy dispares sobre el porcentaje de trabajos que están amenazados. Los más conservadores (OCDE) hablan de un 10% del total, en tanto que los más alarmistas (Universidad de Oxford), lo cifran en un 50%. Los porcentajes son muy superiores entre gente con menor nivel de formación, lo que incide especialmente en muchos países emergentes.

placeholder Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Cuanto más mecánico sea un trabajo, más fácilmente podrá ser sustituido por un robot. Esta situación está provocando todo tipo de alarmismos y preocupaciones en mucha gente, igual que la Revolución Industrial en Inglaterra conllevó la aparición del ludismo, movimiento que intentó proteger el trabajo humano atacando con martillos las fábricas.

¿Qué elementos hay que considerar?

Primero, conviene cifrar la amenaza en su justa medida. Cuando a principios de siglo se introdujo en los campos el tractor (que también es un tipo de robot), mucha gente se murió literalmente de miedo, ya que por entonces aproximadamente la mitad de la población trabajaba en la agricultura. Sin embargo, la evidencia muestra que un siglo después la sociedad ha sido capaz de crear nuevos trabajos, especialmente en el sector servicios.

Segundo, hasta la fecha hay poca evidencia empírica de que la revolución robótica haya provocado aumentos netos del desempleo. Piénsese por ejemplo en cómo las cuatro sociedades más robotizadas (Japón, EEUU, Alemania y Reino Unido) presentan niveles de desempleo inferiores al 5%.

Hasta la fecha, hay poca evidencia empírica de que la revolución robótica haya provocado aumentos netos del desempleo

Tercero, muchas decisiones consisten en gestionar riesgos. Son ciertos los dos puntos anteriores, pero el riesgo que afrontamos de que en el futuro se destruya trabajo más rápidamente del que se crea, aunque sea temporalmente, es considerable. Es lo que Keynes definió como “desempleo tecnológico”. Las consecuencias pueden ser muy nocivas.

Existe bastante literatura académica que muestra cómo esta situación deviene en desmoralización, mayores niveles de alcoholismo, depresión y suicidio, y eventualmente fuerza al trabajador desplazado a asumir nuevos trabajos retribuidos de media un 20% por debajo del salario que perdió, lo que acentúa la desigualdad.

Por lo tanto, hay que reaccionar

Por un lado, hay que adaptar nuestro sistema educativo a dicha amenaza. Hay tareas que los robots no pueden hacer, como programar. Y aparecerán millones de puestos de trabajo ligados al control de los robots. Tenemos que replantear dinámicamente nuestro plan de estudios para que nuestros niños tengan algo de defensa ante esta amenaza. Es más importante saber programar que saber las capitales de las cuatro subprovincias de Madrid, por dar un ejemplo de estulticia poco polémico.

Por otro, hay que replantear dinámicamente el gasto del Estado social, para determinar si las enormes sumas que dedicamos están bien planteadas para ayudar a futuro a los colectivos que más van a sufrir durante la transición.

Por último, cualquier disrupción tecnológica provoca una revolución educativa. Así, la expuesta introducción del tractor provocó la escolarización masiva en secundaria de una parte relevante de jóvenes que antes eran necesarios en el campo. Hoy en día, la gran asignatura pendiente es la formación continua. ¿Cómo podemos reenfocar a una persona de 50 años que ha perdido su trabajo basándonos en los excelentes materiales educativos 'online' disponibles gratuitamente?

Voltaire decía que el trabajo nos evita los tres principales males: la necesidad, el aburrimiento y el vicio. La amenaza robótica a los trabajos es un problema que tenemos que resolver desde nuestra sociedad, no dejándolo al sistema político para que lo intente resolver por nosotros.

Nos va mucho en ello.

El reciente anuncio de que Waymo, el coche sin conductor (autónomo), ha comenzado a recoger a trabajadores de Google en sus domicilios para trasladarlos a su lugar de trabajo ha provocado emociones encontradas. Por un lado, el anuncio muestra cómo se acelera la tecnología; hasta hace poco, se consideraba que el desarrollo masivo del vehículo autónomo no se produciría hasta el periodo 2025-2030.

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