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¿Cualquier oro pasado fue mejor? O la quiebra del sistema monetario
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Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

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¿Cualquier oro pasado fue mejor? O la quiebra del sistema monetario

Decía Bernard Shaw que "aunque todos los economistas del mundo fuesen puestos en fila unos detrás de otros, ni siquiera así llegarían a una conclusión". Excesiva

Decía Bernard Shaw que "aunque todos los economistas del mundo fuesen puestos en fila unos detrás de otros, ni siquiera así llegarían a una conclusión". Excesiva y confusa disparidad de criterios, incluso en lo básico. Quizá porque creemos navegar por océanos de certeza cuando realmente surcamos mares de azar. Tal vez porque nos ensimismamos con imaginativas quimeras. O puede que confiemos demasiado en modelos teóricos que, por definición, no son más que simplificaciones de la realidad, meras aproximaciones, a menudo deudoras de lógica y sentido común. Nostra culpa.

 

Si bien hoy venía dispuesto, tal y como habíamos quedado, a iniciar el esbozo de cómo y porqué se sostiene el sistema fiduciario internacional basado en el dollar standard, cambio el paso al aparecer en mi buzón, cortesía de S. McCoy, este magnífico artículo publicado en FT el pasado domingo y firmado por Richard Duncan. Aunque el enlace propuesto permite leer la V.O de un tirón, a modo de recapitulación les extracto mi versión doblada:

Cuando Richard Nixon destruyó en 1971 el Sistema Monetario Internacional de Bretton Woods cerrando la ventana del oro en el Tesoro, decapitó el último vínculo entre dólares y oro. Lo que siguió fue una proliferación en espiral de cada vez más falsos instrumentos de crédito denominados en una divisa devaluada. El ejemplo más evidente y letal de esta locura ha sido el crecimiento del mercado de derivados no regulados, que se ha hinchado hasta alcanzar 600 billones de dólares, el equivalente a casi 100.000 dólares por habitante del planeta.

 

Bajo el dollar standard de post-Bretton Woods, el crecimiento del crédito propulsó el crecimiento económico. En EE.UU, el ratio de crédito total sobre el producto interior bruto pasó del 150% en 1969 al 350% en 2007. Consumo financiado con crédito y succión de importaciones con un devastador impacto en la balanza comercial norteamericana. En 2006, el déficit por cuenta corriente de EE.UU alcanzó casi 800.000 millones de dólares.

 

Según el dollar standard inundaba el mundo con dinero falso, la inestabilidad económica se propagó alrededor del globo. La reinversión de los "petrodólares" creó el boom económico en América Latina en los años 70 y a continuación la crisis de deuda del Tercer Mundo en los 80. El superávit comercial de Japón frente a EE.UU impulsó los precios de las propiedades japonesas a finales de los 80 hasta que los jardines imperiales de Tokyo valieron más que California; produciéndose luego la "década perdida" japonesa cuando la burbuja estalló en 1990. Seguidamente vinieron el ascenso y la caída de la burbuja del milagro asiático. Cada convulsión económica se debió a la excesiva afluencia de dólares a esas economías. Ningún régimen regulador podría hacer frente a tal extraordinaria incursión de dinero exógeno.

 

El colapso de Bretton Woods rompió el vínculo entre las divisas mundiales y el oro. Los bancos centrales fueron entonces libres para crear tanto dinero como quisieron.  Entre 2001 y hoy día, los bancos centrales fuera de los EE.UU. han creado el equivalente a unos 6 billones de dólares. Esto puede comprobarse en el incremento de siete veces las reservas de divisas en ese período. El dinero creado (que representaba para la mayoría, si no para todos, lo que el presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke denominó la superabundancia de ahorro global) se utilizó para comprar dólares y reprimir el valor de las divisas de los socios comerciales de EE.UU. para perpetuar su ventaja comercial.

 

Cuando esos dólares fueron reinvertidos en activos denominados en dólares, le llegó el turno de burbujear a EE.UU. Tal y como los bancos centrales compraban los bonos del Tesoro USA, se impulsaron sus precios y se redujeron sus rendimientos. Sin embargo, al no haber suficientes nuevos bonos del Tesoro emitidos para absorber el resto de las ganancias del excedente comercial mundial, los bancos centrales compraron también deuda de Fannie y Freddie. Lo cual permitió a dichas empresas semigubernamentales adquirir o garantizar más de la mitad de todas las hipotecas del país antes de desmoronarse. Entre los tipos de interés artificialmente bajos y el frenesí comprador de Fannie y Freddie, los precios de las propiedades subieron. La burbuja inmobiliaria estadounidense siguió a la nefasta burbuja del Nasdaq. Sin embargo, la inflación del mercado norteamericano de la vivienda fue una burbuja que llegó demasiado lejos. Cuando explotó, el sistema financiero mundial se precipitó en crisis, dejando la versión del siglo XXI del capitalismo financiero Anglo-Americano desacreditada.

 

La lección que debe ser aprendida a raíz de este desastre es que el capitalismo de mercado libre bajo un régimen de dinero fiduciario no produce los mismos beneficios (prosperidad sostenible) que los de un verdadero capitalismo de libre mercado bajo un sistema monetario anclado al oro. Cuando el Presidente Nixon rompió el vínculo entre el dólar y el oro, cambió la naturaleza del modelo económico Anglo-Americano y, en última instancia, lo destruyó.

 

El mundo no puede regresar al gold standard de la noche a la mañana sin provocar una brutal contracción del crédito y una depresión global. Sin embargo, tampoco podemos permitirnos el lujo de pretender que nada ha cambiado y que la economía global puede seguir funcionando bajo el dollar standard. Ha llegado el momento de convocar un foro de líderes mundiales para que negocien y comiencen la transición hacia un sistema monetario internacional basado en normas fundamentadas en dinero sólido/sensato e intercambio comercial equilibrado. Los esfuerzos actuales del G-20 están muy por debajo de lo que se necesita.”

Cerrada ovación. Pero, efectivamente, el mundo no puede regresar al gold standard de un día para otro. Y, una vez reinstaurado, su coste anual de mantenimiento supondría, sólo en EE.UU, al menos la mitad de los 700.000 millones de dólares del Plan Paulson. Una minucia comparada con el coste real, durante generaciones, del dollar standard. Calderilla, un pocket money veintidós veces menor que el dinero comprometido ya en rescates inmorales a cargo de los actuales y futuros contribuyentes norteamericanos. Algo más del 55% de su PIB corriente. La cantidad final se acercará al doble. Ya saben, ojos que no ven, dinero de nuevo cuño. Alquimia financiera, impuesto inflación. Mientras se aplaude la ampliación de la barra libre fiduciaria, los US Treasury CDS, los seguros contra quiebra de los bonos del Tesoro, en máximos históricos y subiendo sin cesar, doblando en dos meses. Menudo disparate.

In Gold We Trust?

Considerado durante siglos en diversas culturas un símbolo de poder y soberanía, de divinidad y nobleza, de pureza, de vanidad y ambición humanas; el oro ha sido codiciado hasta la locura, causa de guerras y fenómenos migratorios a gran escala. Otra paradoja del valor.

Aunque carezco de especiales filias/fobias auríferas, añoro los límites naturales que imponía a los excesos monetarios y crediticios, a la ficción fiduciaria, a la brutal pérdida de poder adquisitivo y confiscación de riqueza. Y me limito a constatar que, no siendo imprescindible para la supervivencia de ningún ser vivo, es un bien tangible cuyo valor descansa en el irrefrenable e insaciable deseo del ser humano por poseerlo y atesorarlo. Metal escaso, limitado en tiempo y cantidad, homogéneo, transportable, divisible, duradero y que, por convención general, se convierte en un bien preciado aceptado como unidad de cuenta, medio de pago y depósito de valor.

Pero sobre todo en un protector del ahorro a largo plazo: una inflación anual del 2% se comería el 100% de su poder adquisitivo en 35 años. Al 3%, en menos de un cuarto de siglo. Estadísticas oficiales de inflación en mano, el poder adquisitivo del dólar se ha reducido una tercera parte en 10 años, un 25% desde el año 2000. ¿Dinero fiduciario? Cuestión de confianza. Ustedes dirán...

Decía Bernard Shaw que "aunque todos los economistas del mundo fuesen puestos en fila unos detrás de otros, ni siquiera así llegarían a una conclusión". Excesiva y confusa disparidad de criterios, incluso en lo básico. Quizá porque creemos navegar por océanos de certeza cuando realmente surcamos mares de azar. Tal vez porque nos ensimismamos con imaginativas quimeras. O puede que confiemos demasiado en modelos teóricos que, por definición, no son más que simplificaciones de la realidad, meras aproximaciones, a menudo deudoras de lógica y sentido común. Nostra culpa.