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Entre galgos y podencos...
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Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

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Entre galgos y podencos...

Fabulaba Iriarte sobre dos conejos, uno perseguido por galgos y, el otro, por podencos. Aunque ambos se daban razones, ninguno cejaba en su empeño, y entre

Fabulaba Iriarte sobre dos conejos, uno perseguido por galgos y, el otro, por podencos. Aunque ambos se daban razones, ninguno cejaba en su empeño, y entre tanto buscarse un renuncio, los canes se los llevaron presos. Recordaba la estampa mientras crecía la alarma mediática orquestada a propósito de la tasa negativa de inflación, la primera desde que se publica el IPC, signo inequívoco del riesgo deflacionista que se cierne sobre España. El eco sobre posible contagio continental incluso ha llegado a cruzar el charco. Digo yo que todo esto será una broma. 

 

Valor del índice IPC Marzo de 2009 con base 2006: 105’776. En nota de prensa, 105’8. Marzo de 2008, idéntica base: 105’841, aunque quedase redondeado también en 105’8. El de Marzo de 2007, apenas tres meses después de haberse reseteado, 101’282, notificado como 101’3. Desde el valor 100 en Diciembre de 2006 hasta Marzo de 2009, el IPC está prácticamente al mismo nivel que un año antes. ¿Y...? Evidente riesgo de deflación, pues el índice ha bajado 0’065 en cómputo interanual, 0’1 para los amigos.

Bajar, ha bajado, aunque habría que ver cómo, por qué y, sobre todo, si el descenso en un índice mutante significa algo más que precio-ficción. Empecemos por las ponderaciones de los grupos, que ahora varían de año en año. Qué casualidad, menuda coincidencia, teniendo en cuenta trayectorias pasadas y previsibles evoluciones. Cousas de meigas. A continuación, curioso que es uno, las de los subgrupos, y las variaciones de los subíndices en porcentajes acumulados desde origen. Fricción ocular. Me temo que se juega a lo de siempre, a disfrazar la realidad tomando ventaja de la coyuntura, introduciendo sesgos al alza o a la baja según convenga, para inducir resultados oportunos, alineados con las necesidades públicas. No somos los únicos, que conste.

Propagar el bulo de precios descendentes, que la inflación ha dejado de ser un problema, tiene sus ventajas. Sobre todo cuando el IPC sirve de referencia para actualización de salarios, pensiones y rentas varias, mientras el nivel real de precios es mayor del oficializado. Alentar el consumo, ahora que es más barato, y recaudar sin que se note. Cambios metodológicos anuales, depuración de precios y ajustes de calidad, incluyendo regresiones hedónicas, que eviten el excesivo peso de las rúbricas con índices más elevados, modificándose por tanto no sólo la base, sino la forma de cálculo. Cocientes de medias geométricas en lugar de aritméticas, ya desde el IPC base 2001, abrazando la cocina estadística norteamericana, en línea con la praxis comunitaria. Efectos de sustitución de bienes y servicios encarecidos por otros más baratos, en atención a la supuesta racionalidad de los agentes, perfectamente informados e interactuando en mercados libres.

La sempiterna confusión conceptual entre inflación, coste de la vida e IPC va íntimamente ligada a la de utilidad, valor y precio. La inexistencia de un término para referirse a la subida sostenida y generalizada de precios diferente al propio concepto de inflación, relacionado éste con la devaluación de la unidad monetaria en la que aquéllos se expresan, permite la equiparación de ser y parecer. El error se arrastra, se extiende y, aquí paz y, después, pérdida continuada de poder adquisitivo. Los precios varían por multitud de factores, ergo es menester fijarse en el valor de canje de las unidades monetarias en términos de bienes y servicios, en lugar de vigilar importes aparentes.

Un análisis casero, tosco y acientífico, me dice que cada vez obtengo menos en la cesta de la compra real. Sólo un ejemplo: pan de molde integral, brand leader, tamaño familiar. Hace unos meses, su peso era de 600 gramos. Dieta sigilosa y se ha quedado en 545. Los diferentes precios entre establecimientos y localidades, se mantienen. Idénticas conclusiones para embutidos, conservas, congelados, y estuchados varios. Incluso en fast food. Hagan la prueba y sus propias cuentas. Cuando la unidad de consumo es ajena a un estándar de peso o volumen, y obedece a un envasado íntimamente ligado a la percepción del consumidor, el menos por más resulta goloso de implementar. Rara vez se memorizan o comprueban las modificaciones en la cantidad real de producto, composición cualitativa o veracidad del etiquetado. El poder de mercado y de la marca, ahora tan cuestionados, la fidelidad labrada mediante publicidad persuasiva, el juego del packaging y de la estructura de costes del escandallo, hacen el resto.

El control de la inflación vinculándola a una estadística de precios al consumo es una gran mentira interesada. Y la propaganda del inflation targeting, otro de esos subterfugios teóricos del abandono de la honestidad respecto al dinero y su oferta. Huída hacia delante, sólo queda defender la inflación para seguir enjugando pufos. El pasado viernes, John Mauldin desnudaba su preocupación por el cariz que están tomando las cosas en EE.UU, inmersos en The Great Deleveraging. Los estímulos, rescates y garantías podrían llegar a contabilizar entre 10 y 12 billones de dólares, un auténtico disparate teniendo en cuenta el actual apalancamiento de 25 a 1, con 2 billones de cash y 50 billones en créditos. Y afirma textualmente que la FED va a estar bombeando dinero hasta que haya inflación. Cuenten con ello. Obvio. Entre galgos y podencos, difiero de su argumentación derivada de la ecuación de intercambio, validando la tesis de que la velocidad del dinero, tan reducida pese al maná monetario, además de variable independiente, explica la amenaza deflacionista.

La realidad que percibo es que, coronada la cima del apalancamiento crediticio especulativo, el proceso de desinflado de activos y materias primas vinculados al mismo genera efectos más inmediatos en la economía financiera que en la real, cuyos ajustes iniciales resultan erráticos por la improvisación e intervencionismo públicos. Los márgenes extraordinarios de la ilusión fiduciaria van desapareciendo en paralelo a la evaporación del efecto riqueza, induciéndose un descenso temporal en las expectativas de inflación. Unido éste a la incertidumbre y la desconfianza, originan un aumento de la demanda de saldos reales destinados al ahorro, por lo que pueda pasar. Efectivo por motivo precaución para un inconsciente colectivo imbuido del natural, maravilloso mundo de precios crecientes y utilidad menguante.

Los amantes de la velocidad del dinero aducen que ésta va a paso de caracol, sirviéndoles de coartada para justificar medidas antideflación y glosar la bondad de aumentar la expansión fiduciaria sin peligro, pues si el dinero no circula, la inflación está conjurada. Cuando los retardos entre las decisiones de política monetaria y sus efectos sobre las variables reales vayan acoplándose, la devaluación se percibirá nítida. Inflación latente, silenciosa, pues resulta indiferente si el dinero circula o se atesora, siempre queda en posesión de algún titular o materializado en tenencias susceptibles de intercambiarse por él.

Quizá por ello, los teutones se han vuelto tan quisquillosos con el helicóptero monetario global. Su memoria histórica les aconseja declinar la invitación para compartir viaje hacia al abismo, evitando la complicidad con el eje anglosajón, suizo y japonés en su particular road to perdition. Una ruinosa odisea cuya prohibitiva factura empieza a pasarse al cobro en cómodos plazos. Y tan contentos.

Fabulaba Iriarte sobre dos conejos, uno perseguido por galgos y, el otro, por podencos. Aunque ambos se daban razones, ninguno cejaba en su empeño, y entre tanto buscarse un renuncio, los canes se los llevaron presos. Recordaba la estampa mientras crecía la alarma mediática orquestada a propósito de la tasa negativa de inflación, la primera desde que se publica el IPC, signo inequívoco del riesgo deflacionista que se cierne sobre España. El eco sobre posible contagio continental incluso ha llegado a cruzar el charco. Digo yo que todo esto será una broma.