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Marihuana, diamantes y el mercado

Hace poco encontré un artículo interesante sobre el Triángulo Esmeralda. Esta zona de California, al norte de San Francisco, es famosa por concentrar la mayor producción

Hace poco encontré un artículo interesante sobre el Triángulo Esmeralda. Esta zona de California, al norte de San Francisco, es famosa por concentrar la mayor producción de marihuana legal del mundo. Desde que se despenalizó su consumo en el estado y legalizo su comercialización para tratamiento médico, la marihuana se convirtió en el industria que sustenta a los condados de Mendocino, Humboldt y Trinity. Con una única norma de 99 plantas por cada 100 metros, la producción en masa de cannabis es inevitable, y es que las estimaciones dicen que el mercado de la marihuana en EEUU, tanto la médica como la recreativa (tal y como la llaman en el triángulo), es ya superior al de todas las verduras combinadas.

Aunque podría parecer que esta introducción es para intentar convencerles que votasen a favor de la famosa proposición 19 para legalizar la marihuana en California, ni esa es mi intención, ni creo que nadie de California lea esto. Mi intención es hablarles de otro “producto” muy conflictivo, que mueve muchos billones de dólares y varios millones de vidas. De un producto que, tras la creación de un mercado real para su distribución, comenzó a dejar de ser un problema, o al menos de serlo en menor medida (insisto, esto no va de legalizar el cannabis).

Les quiero hablar del mercado de diamantes, de esos mismos diamantes de sangre de los que nos habló Leonardo DiCaprio. Según datos del Congreso de los Estados Unidos en 2003 cerca de 10 millones de africanos estaban sometidos a las mafias de diamantes y/o habían perdido la vida en guerras relacionadas directamente con las mismas. Ante esta situación la ONU, que suele ser bastante inútil en sus iniciativas, decidió tomar cartas en el asunto. Así, junto a los países productores y los compradores, firmó el Pacto de Kimberly, pacto por el cual los compradores se comprometen a certificar el origen limpio de los diamantes. ¿Y como lo hacen? Pues básicamente fiándose de los proveedores. ¿El sistema? Mejorable, y mucho. Pero, ¿y los resultados?

Actualmente, cerca del 100% de la producción mundial viene de países acogidos a este pacto, y aunque esto no significa que no haya diamantes de sangre, es una cifra por la que la ONU va con la cabeza alta. De Beers Group, distribuidor y tratador del 40% de la producción mundial, fue uno de los principales impulsores del pacto de Kimberly, no precisamente por buen samaritano sino como un ejercicio de lavado de imagen antela presión mediática a finales de los noventa. Era sabido que compraban diamantes conflictivos o de sangre, y que esto financiaba guerras.

La ONU afirma que tan sólo un 1% se escapa al esquema de certificación de Kimberly, pero esta cifra resulta aún muy difícil de creer, por un tema básicamente práctico. Principalmente la carencia de infraestructuras y medios por parte de la mayoría de los países africanos. Esto hace que la medición y control real de los diamantes conflictivos resulte muy difícil. De hecho, incluso en Europa –en los centros de diamantes de Amberes– se dan aún casos de transacciones de diamantes realizadas al margen de la legalidad, a pesar de que los medios de  control en Europa son mucho más exhaustivos y supuestamente eficaces que en África.

Además, los buenos resultados obtenidos con el Proceso de Kimberly están sujetos en parte, no a la eficacia de la monitorización de los procesos de producción y al sistema de certificados en si, sino al hecho simultáneo de que la mayoría de las guerras civiles en el continente hayan finalizado. Si no hay guerras que financiar, no hay porque vender diamantes.

De un modo u otro, la creación del KP ha generado la existencia de un marco legal y unas reglas de mercado que ha permitido que los beneficios generados por la industria del diamante en África se conviertan en crecimiento real. Y esto es el punto que quería mostrar; como la creación de un mercado que facilite la información para un determinado producto puede generar riqueza y control sobre ese mismo bien antes conflictivo.

Un buen ejemplo de esto es Botswana, ya que desde antes de Kimberly fue de los pocos países que de verdad se preocupó por crear un mercado fiable. Los diamantes representan el 76% de los ingresos por exportaciones de Botswana, el 45% de los ingresos gubernamentales y el 33% del PIB. Desde el descubrimiento de diamantes en Botswana de en 1966, el ratio de crecimiento anual del PIB ha sido de un 7 %, así Botswana ha sido un de las economías con un mayor ritmo de crecimiento sostenido en el mundo, debido en gran medida a la buena gestión de su más preciado recurso natural, los diamantes. Botswana es ya el tercer país africano por PIB per capita con US$ 11.410, por detrás de Guinea Ecuatorial y Sudáfrica. Por ejemplo, en 1966, había únicamente 5 kilómetros de carreteras en Botswana, en la actualidad la red de carreteras ha ascendido casi 7.000 kilómetros. Así, al igual que en el Triángulo Esmeralda, la aparición de un mercado a traído prosperidad y riqueza a todas las partes involucradas.

Esta analogía no se puede trasladar a la marihuana, ni pretendo que así sea. La legalización de la marihuana es un asunto del que hablaremos otro día, y que aunque a priori podría parecer absurdo y de respuesta directa, es un tema interesante y cargado de teoría económica. Mi intención no es más que mostrar algo de lo que nunca me cansaré, el mercado informado es la clave del desarrollo, como conseguirlo es otra historia. Y como hemos visto, plagada de dificultades y pasos previos, pero con un gran premio, y cito: la riqueza de las naciones.

Hace poco encontré un artículo interesante sobre el Triángulo Esmeralda. Esta zona de California, al norte de San Francisco, es famosa por concentrar la mayor producción de marihuana legal del mundo. Desde que se despenalizó su consumo en el estado y legalizo su comercialización para tratamiento médico, la marihuana se convirtió en el industria que sustenta a los condados de Mendocino, Humboldt y Trinity. Con una única norma de 99 plantas por cada 100 metros, la producción en masa de cannabis es inevitable, y es que las estimaciones dicen que el mercado de la marihuana en EEUU, tanto la médica como la recreativa (tal y como la llaman en el triángulo), es ya superior al de todas las verduras combinadas.