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Cada vez más lejos de la Europa rica
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Juan Carlos Barba

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Cada vez más lejos de la Europa rica

Lejos de estar cerca de homologarnos en nivel de vida a Europa, estamos cada vez más lejos

Foto: Un edificio abandonado en Villanueva de la Torre, Madrid. (Reuters)
Un edificio abandonado en Villanueva de la Torre, Madrid. (Reuters)

Frente a la narrativa de que nuestro sistema político ha traído la prosperidad a España, nos topamos con la dura realidad. Según Eurostat, España es uno de los dos países más desiguales de Europa (el otro es Letonia, curiosamente puesto como ejemplo de gestión de la crisis por parte del 'establishment' económico). El ingreso mediano por persona a paridad de poder adquisitivo (una medida mucho mejor de la realidad que el ingreso medio, ya que corrige de desigualdad) nos está diciendo que estamos en el pelotón de cola de la Europa Occidental, en el grupo de Grecia y Portugal y bastante lejos de Italia. La distancia a la que nos encontramos de la Europa rica es enorme, con un ingreso el 63% del británico, el 61% del alemán y el 58% del francés.

Vemos, por lo tanto, que el atraso secular del país continúa inamovible tras casi 40 años desde las elecciones de 1977 que marcaron el inicio del sistema político actual. Hemos tenido altos y bajos, acercándonos ligeramente en varios periodos (1985-1990 y 1995-2007), pero perdiendo todo lo ganado en los periodos malos (1975-1984, 1991-1994 y 2008-2014). Estos ciclos se encuentran muy vinculados a las fiebres especulativas asociadas al inmobiliario y a las crisis bancarias, que ha sido la forma tradicional en que se ha generado la ficción del crecimiento en nuestro país.

La época que nos ha tocado vivir se caracteriza por una economía globalizada en muchos sectores, en los que existen multitud de mercados en que la competencia funciona de una forma relativamente buena y que son los que financian en cada país, con sus exportaciones, aquello que las empresas necesitan para producir y aquello que los ciudadanos quieren consumir o poseer. Cada sociedad debe adaptarse de la mejor forma posible a su momento histórico, y el dictamen que podemos emitir sobre nosotros es que malamente llegamos al aprobado raspado. Hemos conseguido no desplomarnos pero seguimos sin progresar ni un milímetro.

Lo más probable es que la democracia no funcione bien y los mercados tampoco, ya que habría una élite extractiva que los carteliza para lucrarse con ellos

Además, todo esto se ha hecho en medio de una gran injusticia, en que una buena parte de la población, especialmente los más jóvenes, se ha quedado excluida mientras que el resto se ha enterado poco o nada de la crisis, causando esa situación a la que he hecho referencia de que somos el farolillo rojo de Europa en cuanto a desigualdad.

¿Y por qué ocurre esto? La economía del desarrollo no es una disciplina bien asentada, y existen diversas hipótesis que nos pueden ayudar a explicarlo. Por ejemplo, Acemoglu y Robinson (autores del 'best seller' 'Por qué fracasan los países') nos dirían que lo más probable es que la democracia no funcione bien y que los mercados tampoco funcionen correctamente, ya que habría una élite extractiva que los carteliza para lucrarse con ellos. Ha-Joon Chang (autor de otro conocido 'best seller' titulado 'Retirando la escalera') nos diría que también es importante el apoyo institucional para crear sectores industriales modernos y competitivos. Probablemente, todos estén en lo cierto, por lo menos a la vista de lo que conocemos de España los que la vivimos (y sufrimos) a diario.

El sistema político es excesivamente cerrado, creando fuertes barreras de acceso a nuevas opciones políticas, ya que se da más peso a las circunscripciones envejecidas y rurales frente a las más jóvenes y urbanas. Los medios de comunicación privados están en muy pocas manos y desde luego no quieren para nada cambiar esta situación, por lo que su tendencia al conservadurismo (en el sentido de conservar lo que hay) es muy grande. Los medios públicos se hallan en una situación aún peor, ya que son controlados por los mismos partidos que se benefician de esta situación. Y lo que debería ser el último tercio de los medios, los comunitarios, tienen una presencia testimonial en la formación de la opinión pública, ya que el apoyo institucional es nulo. La ley de hierro de la oligarquía de Michels se cumple a rajatabla en esas estructuras jerarquizadas que son los grandes partidos, que se vuelven hostiles a cualquier innovación, ya que la perciben como una amenaza a su posición privilegiada.

En cuanto a los grandes mercados, nos encontramos con que los sectores más lucrativos de la economía, muchas veces dominados por gigantescas empresas privatizadas en condiciones bastante poco transparentes, se hallan cartelizados en gran medida, y apenas funcionan como mercados dignos de tal nombre. Las consecuencias son que en muchos sectores como banca, telecomunicaciones o electricidad pagamos precios mucho más caros que la media europea. En cualquier sector nuevo que va surgiendo, en muchas ocasiones nos encontramos cómo aparecen regulaciones aparentemente absurdas pero que están dirigidas a que sean determinadas empresas afines a los grandes partidos las que se queden con estos mercados. Eso lo hemos visto con claridad en el ámbito de las empresas del sector de la seguridad o de muchos servicios que suele subcontratar el sector público.

Por fortuna, estos mecanismos de destrucción de los mercados son imperfectos y queda una buena parte de la economía fuera o parcialmente fuera de esta situación. Precisamente es esa parte de la economía la que ha conseguido que el país no se hunda. Cientos de miles de pequeñas empresas, de autónomos y millones de trabajadores de estos sectores que se esfuerzan día a día y que son luego parasitados por estos cárteles afines al poder. Unos cárteles que, por cierto, tampoco pagan los impuestos que les corresponden, ya que son especialistas en desviar sus beneficios a paraísos fiscales.

También tiene razón Chang al decir que para crear una industria de base tecnológica es necesario el apoyo institucional, tanto para mejorar la universidad y los centros públicos, como el CSIC, como para apoyar a las empresas de base tecnológica. Sin eso, es imposible crear valor añadido en el mundo actual y por lo tanto tampoco se pueden pagar buenos salarios. Por supuesto, este apoyo institucional tampoco se puede dar hoy día en España, ya que lo último que quiere ver esa élite extractiva es a un sector empresarial fuerte que no medre a costa del presupuesto público o de leyes hechas 'ad hoc' en su beneficio.

¿Se puede cambiar esto de alguna forma? Los países tienen coyunturas históricas en que pueden evolucionar hacia sociedades más democráticas y que den más oportunidades reales a sus gentes, y el resultado no está predeterminado. Muchos lo han hecho, y nosotros también, aunque de forma muy parcial e imperfecta. Hemos fracasado hasta ahora en hacerlo de una forma más completa, pero el que lo sigamos haciendo o no está en nuestras manos.

Frente a la narrativa de que nuestro sistema político ha traído la prosperidad a España, nos topamos con la dura realidad. Según Eurostat, España es uno de los dos países más desiguales de Europa (el otro es Letonia, curiosamente puesto como ejemplo de gestión de la crisis por parte del 'establishment' económico). El ingreso mediano por persona a paridad de poder adquisitivo (una medida mucho mejor de la realidad que el ingreso medio, ya que corrige de desigualdad) nos está diciendo que estamos en el pelotón de cola de la Europa Occidental, en el grupo de Grecia y Portugal y bastante lejos de Italia. La distancia a la que nos encontramos de la Europa rica es enorme, con un ingreso el 63% del británico, el 61% del alemán y el 58% del francés.

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