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¿Hasta qué punto somos socialistas por naturaleza?
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Juan Carlos Barba

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¿Hasta qué punto somos socialistas por naturaleza?

Estas semanas se ha comentado bastante un estudio comparativo que respaldaría la existencia de una moral natural hasta cierto punto socialista

Foto: Retrato de Donald Trump, en Maryland, EEUU. (EFE)
Retrato de Donald Trump, en Maryland, EEUU. (EFE)

Durante las últimas semanas ha sido bastante comentado en ciertos ámbitos de la prensa especializada y en las redes sociales un estudio comparativo que se ha publicado en la prestigiosa revista de la Universidad de Chicago Current Antropology (número de febrero) en que los autores, los profesores de la Universidad de Oxford Curry, Mullins y Whitehouse, dicen haber demostrado la existencia de siete reglas morales universales, que por tanto serían innatas en los seres humanos.

Foto: Alexandra Ocasio-Cortez Opinión

Una vuelta de tuerca más en que la ciencia –aunque en este caso no se trate de ciencia dura– invade el terreno otrora perteneciente a la filosofía y la religión. Recordemos que grandes teológos del cristianismo han defendido tradicionalmente la existencia de esta moral natural, que estaría infundida en el hombre por Dios.

Evidentemente, estos autores de la Universidad de Oxford en ningún momento hacen referencia a Dios, sino a una naturaleza humana que tendría una base innata, una especie de imprimación natural del funcionamiento de nuestro cerebro en su aspecto social.

Grandes teológos del cristianismo han defendido tradicionalmente la existencia de esta moral natural, que estaría infundida en el hombre por Dios

Estos profesores dicen haber encontrado siete principios morales universales en su análisis de 60 sociedades diferentes, que son: 1) Reparto de recursos a los parientes, 2) Cooperación con el grupo, 3) Reciprocidad, 4) El valor personal como virtud, 5) El respeto como virtud, 6) Reparto de los recursos y 7) Derechos de propiedad.

El tratamiento a fondo de estos siete principios excede los objetivos de este artículo, por lo que me centraré en el sexto de estos principios, que es el reparto de los recursos. Los autores han encontrado, en coincidencia con hallazgos anteriores, que la tendencia a la igualdad en el reparto de los recursos parece profundamente enraizada en la psique humana, tanto es así que la compartimos con primates no humanos.

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE) Opinión
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Esto se sabe desde hace décadas, cuando cuatro economistas (Güth, Werner, Schmittberger y Schwarze) en los años 80 del siglo XX diseñaron el juego del ultimátum, en que hay un premio para repartir entre dos personas y una elige la proporción en el reparto (por ejemplo 99 a 1) y la otra tiene que decidir si se reparte. El experimento, con los debidos controles para descartar explicaciones alternativas, demostró que incluso si tenemos algo que ganar las personas rechazamos un reparto muy desigual de los recursos, contra toda lógica económica.

El etólogo Frans de Waal demostró conductas en monos capuchinos que a todas luces estaban causadas por mecanismos psicológicos similares a los de los seres humanos. Invito al lector a ver este breve vídeo en que se observa esta conducta de forma bastante espectacular.

¿Existe, pues, una tendencia universal a la igualdad? ¿Somos, entonces, socialistas por naturaleza? La respuesta parece ser que sí

¿Existe, pues, una tendencia universal a la igualdad? ¿Somos, entonces, socialistas por naturaleza? La respuesta parece ser que sí, pero con muchos matices, ya que este principio interacciona con los otros seis.

Es evidente que a nadie le extrañará que el reparto de recursos no sea igual con los desconocidos que con la familia (principio 1), los amigos o el grupo (principio 2), con personas que se reconocen especialmente valiosas o con liderazgo (principio 4) o dignas de respeto (principio 5). A su vez este principio “socialista” tiene que compatibilizarse con el de respeto por la propiedad previa (principio 7). También se observa cómo este principio en muchas ocasiones se aplica en función de una especie de meritocracia, en que los recursos se reparten en según el esfuerzo empleado en conseguirlos.

Foto: Un dependiente cuenta billetes de 50 euros en un local de cambio de divisas. (Reuters)

Sin embargo, en la mayoría de las sociedades modernas existe una percepción distorsionada de cuál es realmente el grado de desigualdad existente. El tamaño de estos grupos y el grado de privacidad existente hacen que sea muy difícil disponer de información de primera mano sobre la situación real de desigualdad, por lo que de forma casi universal hay una gran diferencia entre lo que las personas creen que deberían cobrar los CEOs de las compañías, lo que creen que cobran y lo que realmente cobran.

Los profesores Hauser y Norton, de la Harvard Business School, publicaron en 2018 un estudio en que analizaban estos hechos, y el mismo Norton y Kiatpongsan en 2014 publicaron unos espectaculares gráficos que reproducimos aquí en que se ve el abismo que separa lo que los habitantes de cada país quieren de la situación real existente.

En la figura 1 se ve cómo en todos los países sus habitantes creen que la desigualdad salarial entre jefes y empleados sin cualificar es mayor de la deseable. En España concretamente creemos que un CEO gana seis veces más que un trabajador de bajo nivel y que esta diferencia debería reducirse a tres veces. No es una situación anómala a nivel mundial, ya que hay multitud de países igual de “socialistas” que nosotros. Solo Taiwan, Corea del Sur y Chile tienen una tolerancia a la desigualdad significativamente más alta, pensando que la diferencia en ganancias debería ser 20, 12 y 11 veces respectivamente.

Pero las cosas son mucho más interesantes que lo que marca este gráfico, pues como vemos en la figura 2 el común de los habitantes de cada país en realidad no tiene la menor idea de cómo es la situación real de desigualdad.

placeholder Situación real de desigualdad salarial entre CEOs y trabajadores sin cualificar frente a la percibida y la ideal.
Situación real de desigualdad salarial entre CEOs y trabajadores sin cualificar frente a la percibida y la ideal.

Como vemos en España se piensa que un CEO gana seis veces más que un trabajador común, cuando la realidad es que gana unas 120 veces más. Pero la situación se repite a lo largo y ancho de todos los países, siendo la diferencia entre un 400 y un 2000%, aproximadamente.

Estos y otros autores como el profesor Andreas Kuhn, de la Universidad de Lucerna, han encontrado cómo esta relativamente baja percepción de la desigualdad hace que el soporte a políticas “socialistas” por parte de la población, es decir, redistributivas, sea mucho menor que si la percepción de la desigualdad se ajustara a la realidad.

España se piensa que un CEO gana seis veces más que un trabajador común, cuando la realidad es que gana unas 120 veces más

Las razones de esta defectuosa percepción de la desigualdad son complejas y no están suficientemente estudiadas, pero los propios autores apuntan a que el hecho de que vivamos en sociedades compartimentalizadas, en que nos vemos rodeados de personas similares a nosotros mismos, juega un papel significativo, así como el sentido de la jerarquía y la meritocracia.

Pero más allá de esto, sabemos que en las grandes y complejas sociedades en que vivimos los medios de comunicación juegan un papel muy importante, como también destacan los autores. Es evidente que estos medios obvian representar la auténtica dimensión de la desigualdad reinante. No sabemos realmente hasta qué punto esto es decisivo, pero debe serlo mucho.

Foto: Torres, durante su visita a Madrid. Foto: Héctor G. Barnés.

Llama la atención que España sea uno de los peores casos de percepción defectuosa de la desigualdad. Posiblemente esto indique un altísimo grado de manipulación mediática. Las razones por las que esto ocurre no están suficientemente investigadas, pero a mi modo de ver muy probablemente habría que apuntar al dominio de estos medios por parte de personas muy acaudaladas que son las primeras interesadas en que no se conozca la auténtica dimensión de su riqueza.

Vivimos en una situación en que la traslación de los deseos de la población al gobierno de cada país es defectuosa, poniendo de manifiesto el mal funcionamiento de las democracias parlamentarias (de esto hablaremos otro día). Pero, todavía peor, vivimos en un mundo en que la mentira y la ocultación de la realidad, como pone de manifiesto esta percepción deficiente de la desigualdad, campan por sus respetos.

Vivimos en un mundo en que la mentira y la ocultación de la realidad, como pone de manifiesto esta percepción, campan por sus respetos

Si a esto le unimos la lucha por la hegemonía cultural, también ventajosa para los más acaudalados, en que se trabaja a fondo para vender como tolerables situaciones que no lo serían de no existir este lavado de cerebro, lo realmente sorprendente es la resiliencia que tenemos los humanos a este cóctel tóxico, suficiente para permitir que aun así la situación general de la población sea, aunque mucho peor de lo posible, todavía relativamente buena. Lo difícil es encontrar la salida para dirigirnos hacia un mundo más acorde a lo que parece ser nuestra naturaleza moral innata.

Durante las últimas semanas ha sido bastante comentado en ciertos ámbitos de la prensa especializada y en las redes sociales un estudio comparativo que se ha publicado en la prestigiosa revista de la Universidad de Chicago Current Antropology (número de febrero) en que los autores, los profesores de la Universidad de Oxford Curry, Mullins y Whitehouse, dicen haber demostrado la existencia de siete reglas morales universales, que por tanto serían innatas en los seres humanos.

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