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La locomotora alemana puede hacernos descarrilar a todos
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Álvaro Anchuelo

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La locomotora alemana puede hacernos descarrilar a todos

El peso de la economía alemana en el conjunto de la Unión Europea de los veintisiete resulta incuestionable. Se trata del país con mayor población. Sus

El peso de la economía alemana en el conjunto de la Unión Europea de los veintisiete resulta incuestionable. Se trata del país con mayor población. Sus 82 millones de habitantes son el 16,3% de los 502 millones de la UE-27. El PIB alemán es también el más grande; equivale al 20% del PIB de la Unión. El PIB per capita (en paridad de poder de compra) es un 16% superior a la media europea. 

La importancia alemana no es sólo cuantitativa, tiene también carácter cualitativo. Al fin y al cabo, las cifras anteriores implicarían un peso especial, pero no preponderancia en Europa. Pero no sólo estamos hablando de la 4ª economía del mundo por el tamaño del PIB, sino de la 2ª por capacidad exportadora. Esto lo consigue gracias a ser el país europeo con una base industrial más sólida y competitiva, ligada a la innovación científica y tecnológica. En sectores como el automóvil, la maquinaria de alta tecnología o la industria química, la calidad de los productos alemanes les permite competir por vías distintas del bajo precio.

Las exportaciones industriales alemanas han penetrado así tanto en los mercados del resto de socios europeos como en los de los países emergentes (que han seguido creciendo fuertemente durante esta crisis). Las nuevas élites de estos países compran automóviles de lujo alemanes (BMW, Audi, Porsche, VW…). Las nuevas industrias compran en Alemania la maquinaria de precisión que necesitan. Esto permitió a la economía alemana crecer un saludable 3´6% en 2010 y explica que la tasa de paro sea del 6,9% (una tercera parte de la española). Los ingresos fiscales que proporciona este crecimiento permitirán alcanzar en 2011 un déficit público del 1,7% del PIB.

Este cuadro aparentemente idílico está empezando ahora a cubrirse de sombras. El crecimiento se está desacelerando fuertemente en la segunda mitad de 2011. Gracias al primer semestre, el aumento anual del PIB todavía podría estar cerca del 3%; pero se espera que caiga al 1% en 2012. El sostén del crecimiento, las exportaciones, se están viendo afectadas por la contracción de la demanda que provoca el ajuste fiscal europeo y por la ralentización de la economía mundial. La inversión, en buena parte ligada a las industrias exportadoras, también se resiente. Por si todo esto fuera poco, el sistema bancario alemán está gravemente expuesto a la crisis de la deuda soberana europea y necesita una nueva ronda de apoyo público.

Lo trágico del asunto es que, cuando la locomotora alemana iba a toda máquina, desatendía sus obligaciones de líder europeo, y se acaba de detener justo cuando no puede posponer más el afrontarlas. En este sentido, el estancamiento alemán llega en el peor momento posible.

Hasta ahora, la actuación alemana ha pecado de falta de altura de miras y de escasez de compromiso europeísta. Alemania se ha negado a poner sobre la mesa cantidades suficientes para rescatar a sus socios en apuros. Esto ha sido un grave error. Grecia supone sólo el 2% del PIB de la Unión, por lo que el problema griego se pudo contener fácilmente en sus inicios mediante una actuación decidida. 

La timidez de la respuesta ha permitido que la crisis de la deuda soberana aumente como una bola de nieve. Las limitadas ayudas se han concedido con condiciones muy estrictas y procedimientos poco flexibles. Incluso esas tímidas medidas han dividido a la sociedad alemana. Alemania ha rechazado aumentar la cuantía del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, flexibilizar más sus intervenciones en el mercado secundario de deuda o de recapitalización de la banca, y emitir eurobonos. Ni siquiera ha visto con buenos ojos las intervenciones del BCE en el mercado de deuda, provocadas por la negativa alemana a contemplar soluciones alternativas.

Esta actitud corta de miras perjudica a la propia Alemania. Pese a todas sus quejas, se trata de un país que obtiene considerables beneficios de su pertenencia a la Unión Europea y al euro. El mercado europeo es el principal destino de sus exportaciones. Sus productos acceden a él libres de cualquier barrera y sin que sus socios puedan devaluar una moneda que es común. Países como Austria, Holanda, Dinamarca y parte de los nuevos socios del Este funcionan como partes del entramado económico alemán.

El superávit por cuenta corriente alemán fue del 5,7% del PIB en 2010. Esto por no hablar del peso político que Alemania tiene en el mundo gracias a su papel de líder de la Unión, o de la legitimidad lograda tras las guerras mundiales por esta vía. En cuanto a sus aportaciones netas al pequeño presupuesto común de la Unión, equivalen el 0,5% del PIB alemán; no constituyen la carga insoportable que tan a menudo se pretende hacer creer. Tampoco se ha materializado hasta ahora la amenaza inflacionaria que tanto obsesiona a los alemanes.

Por ello, a todos nos convendría que Alemania se pusiese manos a la obra y ejerciese de verdad el liderazgo europeo que le corresponde. La última reunión entre Merkel y Sarkozy apunta en esa dirección, pero las propuestas siguen siendo demasiado vagas y el tiempo se agota.

El peso de la economía alemana en el conjunto de la Unión Europea de los veintisiete resulta incuestionable. Se trata del país con mayor población. Sus 82 millones de habitantes son el 16,3% de los 502 millones de la UE-27. El PIB alemán es también el más grande; equivale al 20% del PIB de la Unión. El PIB per capita (en paridad de poder de compra) es un 16% superior a la media europea.