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Repartiéndose la piel del euro
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Repartiéndose la piel del euro

Cómo pasa el tiempo, ¿verdad? Parece que fue ayer cuando los sabihondos de mercado anunciaban la muerte del dólar por sobreexplotación y mírenlo ustedes ahora, hecho un

Cómo pasa el tiempo, ¿verdad? Parece que fue ayer cuando los sabihondos de mercado anunciaban la muerte del dólar por sobreexplotación y mírenlo ustedes ahora, hecho un roble, un roble en términos relativos. Un momento, ¡es que fue ayer!  O anteayer, o hace seis meses, que para el caso es lo mismo. Hace sólo medio añito de aquellos cuentos chinos (esto es un francés, un ruso y un árabe que se juntan para acabar con la condición de moneda reserva del billete verde...), supongo que se acuerdan. Mucho jeribeque y ruido. Los mercados, como las portadas de los periódicos, on u offline, viven de la volatilidad, ya se sabe.

 

Pero, en fin, en esto de los artículos financieros hay que ir a la moda, y en la temporada primavera-verano se lleva andar corto de Europa, corto cortito, un palmo por encima de la rodilla. Y ya tenemos aquí a los agoreros vistosos y enrollados.

El que suscribe siente particular debilidad por esos nobles nóveles, sabios despistados que siempre llegan tarde a la fiesta. Los que se ciscaban en el dólar al bajo. Los que ahora ponen peros al euro. También por los que atajan y escriben finanza ficción para plantearse las oportunidades de negocio en una Europa post-euro. Si tienen curiosidad, lean al siempre entretenido Mathew Lynn.  Y ya saben, si se encuentran ustedes apocalípticos, compren bonos alemanes por las germana fobia a la inflación, acciones italianas por lo que alivia librarse del eurocorsé, el dólar y la libra, tuertos en el mercado de los ciegos, y líneas aéreas, que la caña y las gambitas se van a poner por los suelos cuando España acabe de irse a hacer puñetas y los lechosos norteños van a venir en masa. Y vendan Dax, banca española y cualquier cosa que tenga que ver con Bélgica (“como centro de un super-estado global, Bélgica goza de cierto estatus. Sin esa distinción, se convierte en un lugar pequeño donde se puede comprar buen chocolate y cambiar de tren”).

El resto de recomendadores interesa menos. Tal vez por poco originales, pues desde Gartman a Maudlin, desde Rosenberg a Faber, invitan al acongojado tenedor de euros a deshacerse de ellos y comprar el socorrido oro en su lugar. Un trade anodino que siempre surge en momentos de zozobra, pero que en esta ocasión puede tener particular sentido. A juzgar por las señales que se envían desde el BCE, entra dentro de lo posible que cuando ya no podamos pasar la patata caliente del crédito horrendo a un tipo de más aguante (de individuos a bancos, de bancos a estados, de estados a estados más solventes), los que puedan acaben recurriendo al tradicional seigniorage, a la máquina de imprimir billetes para monetizar los tremebundos déficits. 

El oro constituye una buena protección contra el fin del mundo por congelación o por incendio, en su viejo rol de tangible almacén de valor, si no fuera porque en estos viajes no es bueno estar tan acompañado, y no sólo por los euroalérgicos. Cuando la posición del ETF señero rivaliza con la de los bancos centrales y cuando ya se venden lingotes en los grandes almacenes, tal vez hay que preguntarse si, como Stiglitz, no se estará llegando a la fiesta cuando la música ha dejado de sonar y se corre el riesgo de que te enganchen para fregar el suelo con los restos de la juerga de otros.

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

Cómo pasa el tiempo, ¿verdad? Parece que fue ayer cuando los sabihondos de mercado anunciaban la muerte del dólar por sobreexplotación y mírenlo ustedes ahora, hecho un roble, un roble en términos relativos. Un momento, ¡es que fue ayer!  O anteayer, o hace seis meses, que para el caso es lo mismo. Hace sólo medio añito de aquellos cuentos chinos (esto es un francés, un ruso y un árabe que se juntan para acabar con la condición de moneda reserva del billete verde...), supongo que se acuerdan. Mucho jeribeque y ruido. Los mercados, como las portadas de los periódicos, on u offline, viven de la volatilidad, ya se sabe.