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Para Europa, no hay mal que por bien no venga
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Para Europa, no hay mal que por bien no venga

Para ser un negocio de naturaleza eminentemente fiduciaria, el financiero está repleto de hombres de poca fe. Y de mujeres, que no me olvido de pagar

Para ser un negocio de naturaleza eminentemente fiduciaria, el financiero está repleto de hombres de poca fe. Y de mujeres, que no me olvido de pagar el canon genérico. 

Ante la revelación del universal diluvio de pasta gansa con que los capitostes europeos empaparon las portadas de los periódicos, un batallón de analistas, gestores y articulistas de diversa laya reaccionaron con escepticismo, cuando no con marcada hostilidad. El tremendo montante del acuerdo, diseñado para espantar a la manada de lobos de las que hablaba el sueco Borg (Anders, no Bjorn), les dejó sin el too little que dedicaron a la ayuda griega, así que tuvieron que conformarse con el too late. Y hubo profetas como Mark Gilbert, que buscaron su momento Jeremías prediciendo venganzas del dios de los mercados en forma de pérdida de la triple A germana, en la terrorífica cuesta abajo que conduce a la helenización de Alemania.

Esperaba ese descreimiento de esos anglos herejes que llevan la desconfianza hacia cualquier cosa continental cosida a la pluma de escribir maldades, pero, hombre, ¡que hasta nuestros católicos de mayor solidez doctrinal se apunten al carro! Antes de que cantase el gallo, ya teníamos a nuestros más cualificados comentaristas negando tres veces. Ni dos días le habían dado al plan Merkozy. Despreciando las subidas estratosféricas de las bolsas y la estenosis de las primas de riesgo de los bonos, se interpretó de aquella manera la voluntad del mercado y el veredicto fue de fracaso culposo.

Debe de ser que me dura el alegrón del miércoles pasado o que, como atlético que soy (atlético de filiación, que no de fenotipo, véase la foto), me va eso de llevar la contraria. Sea como fuere, estoy más que dispuesto a dar a los 750.000.000.000 el beneficio de la duda. Por la cantidad de ceros y por la posibilidad de que, como tantas veces, los bárbaros a las puertas sean el necesario catalizador de la transformación política que la Europa económica venía reclamando. 

Afirma George Friedman en un brillante análisis de Statfor que, más que económica, esta crisis es, sobre todo, política. Recuperando el espíritu de los primeros economistas, que no hacían distingos entre ambas disciplinas, el entuerto en que nos encontramos se habría visto agravado por la percepción del ciudadano común de que las élites han incumplido su contrato, el contrato imprescindible para sostener una colectividad. Si es así, parece hora de rescribir el acuerdo con mayor claridad y valentía que aquel infumable remedo de Constitución Europea. Y a lo mejor suena la flauta, y en lugar de discutir en cómo parcelamos la soberanía nacional llegamos a montar la ansiada estructura supranacional a base de un fondo común de soberanías a la altura del fondo común de euros. A pesar de que el mismo Friedman no apueste porque Europa consiga esquivar el obstáculo de un ADN nacionalista. Cosas más raras se han visto. Como que nuestro querido presidente dé muestras de austeridad fiscal aun a costa de los intereses de los funcionarios, clientela preferente de los sindicatos. O que el Atleti levante una copa. O dos.

Para ser un negocio de naturaleza eminentemente fiduciaria, el financiero está repleto de hombres de poca fe. Y de mujeres, que no me olvido de pagar el canon genérico.