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Los afanes reguladores del continente disgustan a los británicos
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Los afanes reguladores del continente disgustan a los británicos

“La City en el blanco mientras la Unión Europea consigue nuevos poderes”. Mala traducción de un titular del gratuito especializado en negocios que una legión de paquistaníes

“La City en el blanco mientras la Unión Europea consigue nuevos poderes”. Mala traducción de un titular del gratuito especializado en negocios que una legión de paquistaníes entrega a los trabajadores del centro de Londres cada mañana a la salida del metro. Un titular de la semana pasada a propósito de la iniciativa, aprobada este martes por los ministros europeos de finanzas, de creación de un tridente orgánico a partir del Consejo Europeo de Supervisión de Riesgos Sistémicos al objeto de poner un poco de orden en el sindiós que nos tiene en un ay desde hace un par de años.

El órgano de opinión de la City obvia la estruendosa necesidad de atar en corto a los bancos, funestos autorreguladores. Prefiere arrimar el ascua a su sardina y propone una interpretación en clave de contubernio germano-francés para acabar con una industria señera del Reino Unido como es la financiera. Un argumento legítimo que encuentra eco en la eurofobia de buena parte de la masa lectora. 

Lo cierto es que el plan europeo no debería quitar el sueño a los supuestos afectados. Muchas son las dudas que presenta, empezando por la infradotación económica y humana (se habla de una cincuentena de personas), siguiendo por la descriptible pericia de las instituciones comunitarias a la hora de poner de acuerdo a órganos radicados en distintos países (Londres se ocupará de los bancos, París de los mercados y Frankfurt de las aseguradoras), y terminando por la timidez con que, precisamente por no incomodar en demasía a las autoridades británicas, se ha apoderado a los tres nascituri. Así, cualquier acción que tenga un efecto directo en las cuentas de un Estado miembro de la UE está fuera de su alcance. Es decir, que tendrán que en caso de crisis como la vivida, podrán prohibir las ventas en corto, pero no forzar a un rescate bancario, por ejemplo. Y todo fomentando la cultura del absoluto consenso que reina en el proceso de decisión europeo y que algunos ven como causa fundamental de esa enfermedad endémica tan poco conveniente cuando las circunstancias llaman a la acción: la europarálisis.

Michel Barnier, comisario de Mercado Interior y bestia negra de nuestros amigos los bankers, se muestra entusiasmado ante el nuevo esquema, que verá la luz, Dios y parlamentarios europeos mediante, el 1 de enero de 2011. En la humilde opinión del que suscribe, sólo habrá razón para el entusiasmo si éste resulta en un primer paso para poner coto a esa gran externalidad que resulta del riesgo sistémico de las operaciones bancarias. Y ahí es donde tal vez temen los británicos por la salud del sector financiero. A fin de cuentas, las exportaciones financieras representan un 3,5% de su PIB, y el sector da trabajo a un porcentaje similar de la fuerza laboral. Porque a raíz de la iniciativa de Bruselas cobran fuerza las voces que reclaman pasos más valientes en forma de mecanismos como la tan aireada tasa sobre las transacciones financieras, algo también discutido en la reunión del martes de ministros del Ecofin. Discutido sin mucho éxito. 

Las diferencias entre miembros y la conciencia de que un mecanismo así sólo funcionaría si pudiera instaurarse de manera global imposibilitan, hoy por hoy, cualquier acuerdo al respecto. Y, sin embargo, al mirar mercados altamente especulativos, como el de divisas, donde el volumen transado representa unas setenta veces el flujo comercial internacional que en teoría esas transacciones deberían cubrir, y conociendo el efecto que la volatilidad en la cotización de las distintas monedas tiene sobre sectores reales, no parece una idea del todo descabellada la implantación de un mecanismo de este tipo. No parece el todo idiota tratar de dotar al volante loco del mercado de una suerte de servodirección que además sirva para paliar el enfermizo vacío de las arcas públicas. Incluso después de tener en consideración experiencias anteriores, como la sueca durante los años ochenta, cuyo carácter fallido tal vez tenga que ver con la competencia fiscal internacional en un entorno de movilidad cuasiperfecta del capital.

En fin, sea como fuere, pasarán muchas lunas y muchos bonus hasta ver materializarse iniciativas de este estilo. Los reyes de la City pueden estar tranquilos.

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

“La City en el blanco mientras la Unión Europea consigue nuevos poderes”. Mala traducción de un titular del gratuito especializado en negocios que una legión de paquistaníes entrega a los trabajadores del centro de Londres cada mañana a la salida del metro. Un titular de la semana pasada a propósito de la iniciativa, aprobada este martes por los ministros europeos de finanzas, de creación de un tridente orgánico a partir del Consejo Europeo de Supervisión de Riesgos Sistémicos al objeto de poner un poco de orden en el sindiós que nos tiene en un ay desde hace un par de años.

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