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Un limón, medio limón, cien manipulaciones, medio limón
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José Ignacio Bescós

Información privilegiada

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José Ignacio Bescós

Un limón, medio limón, cien manipulaciones, medio limón

A los economistas, sobre todo a los neoclásicos, las simplificaciones les vienen de perlas.  Necesitan funciones agregadas, continuas y convexas y equilibrios relativamente limpios.  Para eso,

A los economistas, sobre todo a los neoclásicos, las simplificaciones les vienen de perlas.  Necesitan funciones agregadas, continuas y convexas y equilibrios relativamente limpios.  Para eso, nada mejor que agentes homogéneos (visto un consumidor, visto todos) y un ser mítico, el homo economicus, que ni siente ni padece, aunque todo lo sabe, todo lo compara y todo lo tasa.  El precio que tienen que pagar esos economistas es, además de patinazos sobresalientes en diagnosis y prognosis, que los caricaturicen a ellos como tontos de baba o vendidos al tirano de sombrero de copa y puro en mano, caricatura a su vez del explotador capitalista.  Como si su objetivo último fuese sacrificar una civilización en el altar del Dios libre mercado.  Como si no se le hubieran puesto límites a la propia idea de mercado libre.  Como si no hubiera aparecido Akerlof con su bolsa de limones hace ya cuarenta años.

En dos brochazos, “limón” se le llama en EE.UU. al coche de segunda mano que está en las últimas.  Cuando uno recurre al mercado del automóvil de ocasión es sensato pensar que entre los magníficos cacharros que se exponen habrá algún que otro limón.  Así, si limón y no-limón (“cerezas” les llamó Akerlof) se presentan limpitos y aceitaditos y no hay manera de distinguirlos antes de llevárselos de la tienda, el comprador estará dispuesto a pagar como mucho un precio equivalente al valor de un no-limón, minorado por la posibilidad de tener mala suerte y que le coloquen un limón.  El problema es que entonces los dueños de los no-limones retirarán sus coches del mercado, sabiendo que nunca obtendrán un precio equivalente al valor de sus máquinas.  Quedarán los vendedores de limones.  Los compradores, que no quieren un limón ni regalado, dejarán de acudir a las campas convertidas en limonares y el mercado de coches de segunda mano se morirá.

Es éste uno de los fallos derivados del no cumplimiento flagrante de uno de los supuestos que sustentan el libre mercado: la información perfecta.  En el caso que nos ocupa, la asimetría informativa (el vendedor sabe si lo que vende es limón o cereza, no así el comprador) mata al mercado.  Naturalmente, para que sobreviva hace falta un mecanismo compensatorio que permita conocer universalmente la calidad del producto.

Si hablamos de coches, ese mecanismo puede ser la revisión del coche por un taller independiente más la prueba de conducción más una buena garantía posventa.  Si de casas, la tasación justa y la no manipulación del mercado hipotecario.  Si de bolsas de valores, la evaluación cabal de auditores de cuentas no venales y las acciones preventivas y punitivas de organismos de supervisión que supervisen de verdad.  Si de bonos, los ratings de agencias competentes.  Si de dinero, la cordura de un banco central consciente de lo peligroso que es manipular la madre de todos los precios: el “precio” de la unidad de medida.

Si fallan esos mecanismos, el comprador se retrae después de haber sido escaldado, la manera más eficiente de aunar necesidades y servicios, el precio, se distorsiona y el tenderete se nos cae.  Tal vez por eso el inversor de a pie sigue sentado en su montaña de cash viendo como suben sin volumen unas bolsas manejadas por cuatro, los mismos que manejan los precios de la plata, por ejemplo.  Un limón, medio limón.  Tal vez por eso nadie compra casas a precios inflados.  Dos limones, medio limón.  Tal vez por eso en Europa no se creen ni lo de las pruebas de estrés bancario, ni lo de “todos con el Euro”, ni nada de nada.  Tres limones, medio limón.

Convendría que alguien solventara esta tendencia suicida a desequilibrar la información, pero ¿qué cabe esperar de unos poderes públicos ocupados por limones con patas, lo que ha causado la evidente espantada del comprador de mensajes políticos (como admiten los propios vendedores)?  ¡Si hasta en los mercados que deberían permanecer más limpios de dudas sobre la calidad del producto tenemos disgustos periódicos!  El último, con la más que supuesta red de dopaje entre atletas.  Ya ven, una vez más, cuando se pudo no se hizo, y ahora cada deportista español huele a limón, qué se le va a hacer.  Ahora a ver cómo lo arreglan.

Decía Umberto Eco en su visita a Madrid esta semana que “estamos inmersos en falsificaciones y mentiras”.  Y cuán caro va a costarnos eso, profesor.

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

A los economistas, sobre todo a los neoclásicos, las simplificaciones les vienen de perlas.  Necesitan funciones agregadas, continuas y convexas y equilibrios relativamente limpios.  Para eso, nada mejor que agentes homogéneos (visto un consumidor, visto todos) y un ser mítico, el homo economicus, que ni siente ni padece, aunque todo lo sabe, todo lo compara y todo lo tasa.  El precio que tienen que pagar esos economistas es, además de patinazos sobresalientes en diagnosis y prognosis, que los caricaturicen a ellos como tontos de baba o vendidos al tirano de sombrero de copa y puro en mano, caricatura a su vez del explotador capitalista.  Como si su objetivo último fuese sacrificar una civilización en el altar del Dios libre mercado.  Como si no se le hubieran puesto límites a la propia idea de mercado libre.  Como si no hubiera aparecido Akerlof con su bolsa de limones hace ya cuarenta años.

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