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Tres personajes, dos apuestas y un terremoto
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Tres personajes, dos apuestas y un terremoto

De tragedia en tragedia y escribo porque me toca.  La semana pasada fue la carnicería libia y ésta las plagas bíblicas que asolan Japón.  Los pobres

De tragedia en tragedia y escribo porque me toca.  La semana pasada fue la carnicería libia y ésta las plagas bíblicas que asolan Japón.  Los pobres japoneses, acostumbrados durante décadas a mirar el mundo a través de los objetivos de sus Nikon nos están dando imágenes, ora impactantes, ora líricas, ora impactantemente líricas, como esa “mujer joven envuelta en manta” que dio la medida de la desolación de un pueblo desde la portada de los periódicos de medio mundo y que puede convertirse en un icono fotográfico al estilo de la niña huyendo de los horrores del napalm o del marinero y la enfermera besándose en Times Square para celebrar el fin de la Segunda Guerra Mundial. 

Dominan la actualidad y el entendimiento esas imágenes que, más que nunca, valen más que  mil palabras, y más si son mis humildes palabras semanales, hoy más frívolas que nunca. En fin, perdóneseme la licencia y entiéndase como una manera de quitar los ojos del castigo de los elementos rindiendo un pequeño homenaje a tres personajes relacionados con este mundito lúdico-financiero.

El primero es Nick Leeson, el operador que acabó con los honorables dos siglos y pico de historia de Barings tomando posiciones largas de futuros del Nikkei y vendiendo opciones de venta sobre ese índice en la famosa “cuenta 88888”.  Dejando a un lado las prácticas de riesgo del “trader bribón“, como se le llegó a conocer, hay que recordar que lo que le dio la puntilla a Leeson y a su banco fue un acontecimiento absolutamente inesperado.   Hasta entonces, mal que bien, Leeson había sido capaz de mantener las pérdidas bajo relativo control.  Sin embargo, el terremoto de Kobe de 1995 mandó al Nikkei a hacer gárgaras y las pérdidas de Leeson se hicieron insostenibles.  Un cisne negro sin el cual tal vez nunca habríamos oído hablar de un tipo como tantos otros.  Pero a Nick Leeson el terremoto japonés le salio cruz.

El segundo personaje es uno de los gestores estrella del momento, especialista en publicitar apuestas llamativas.  Hugh Hendry, iconoclasta profesional, lleva un tiempo jugando en el mercado japonés desde el lado corto.  En su carta a sus inversores de hace un par de meses  justificaba su posición con argumentos en cadena no del todo convincentes.  Se trataba más bien de un “what if” en un entorno de riesgo asimétrico  (“Japón es una bomba nuclear adosada al pecho de la economía global”, decía en un artículo posterior, en una metáfora que ahora se antoja macabra).  Así, qué rentable sería tener una posición corta en renta variable japonés si los márgenes de los exportadores, endeudados y sobrecapacitados, se estrecharan.  Y ¿qué provocaría ese estrechamiento?  Una subida del yen.  Y ¿qué provocaría esa subida del yen?  No lo aclaraba Hendry, dejando ese evento como el punto débil de su argumento.  Simplemente apuntaba en su carta que “algo extraordinario puede ocurrir inesperadamente”.  Y tanto.  Uno de los peores terremotos de la historia de Japón, un tsunami devastador y, de postre, un accidente nuclear.  Es difícil pensar que eso fuera lo que Hendry tenía en mente.  Simplemente pasó lo impensable, hasta para él.  Con una bajada del Nikkei de un 16% en dos días, a un Hendry cargadito de puts fuera de dinero el terremoto japonés le ha salido cara.

Por último, un amargo brindis por Nassim Taleb, profesor de mates, filósofo aficionado y gruñón profesional, que tuvo la suerte de hablar de cisnes negros, eventos improbables de grandes y graves efectos, justo cuando se materializaba uno de ellos en forma de crisis financiera global.  Supongo que volveremos a verlo pontificar en Bloomberg a propósito del poco caso que hacemos a esos riesgos remotos.  Mucha crítica social y poca solución, tal vez porque no hay más solución que soportar riesgos costosísimos en lo inmediato cuando se materializan pero razonables si se consideran los beneficios diferenciales acumulados durante los trescientos años de no-cataclismo.  En cualquier caso, ya cualquier desastre le saldrá caro a Taleb, poseedor de la franquicia del “ya lo decía yo”.

En este juego, como en una tragedia griega, los dioses dan y quitan caprichosamente.  Uno acaba en una cárcel de Singapur, otro entre el club de los billonarios visionarios, apostadores no sólo capaces, sino muy afortunados al estilo de Paulson y la debacle subprime, y un tercero reverdece su fama de sabio.  Juegos de azar disfrazados de otra cosa, poco relevantes comparados con la malísima mano que le ha tocado al pueblo japonés. Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

De tragedia en tragedia y escribo porque me toca.  La semana pasada fue la carnicería libia y ésta las plagas bíblicas que asolan Japón.  Los pobres japoneses, acostumbrados durante décadas a mirar el mundo a través de los objetivos de sus Nikon nos están dando imágenes, ora impactantes, ora líricas, ora impactantemente líricas, como esa “mujer joven envuelta en manta” que dio la medida de la desolación de un pueblo desde la portada de los periódicos de medio mundo y que puede convertirse en un icono fotográfico al estilo de la niña huyendo de los horrores del napalm o del marinero y la enfermera besándose en Times Square para celebrar el fin de la Segunda Guerra Mundial. 

Libia