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Jesús Sánchez-Quiñones

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¿Sirve de algo rescatar a Portugal?

La pasada semana oí una acalorada discusión en una tertulia económica entre un experto económico que defendía vehementemente la importancia de rescatar a Portugal para evitar

La pasada semana oí una acalorada discusión en una tertulia económica entre un experto económico que defendía vehementemente la importancia de rescatar a Portugal para evitar un caos al estilo Lehman, y otro tertuliano que defendía que lo mejor era dejar caer al país vecino, como cayó Islandia.

En menos de un año hemos asistido a dos rescates de países soberanos: en mayo a Grecia y en noviembre a Irlanda. El rescate, a través de la Unión Europea (UE) o del Fondo Monetario Internacional (FMI), se produce cuando un país no es capaz de financiarse en los mercados financieros y, por tanto, o recibe una ayuda financiera de algún organismo internacional, o no es capaz de hacer frente a los vencimientos de sus deudas.

El rescate en sí mismo sólo soluciona una situación coyuntural de falta de financiación, pero si no se aplican medidas adicionales que corrijan la raíz del problema, será poner dinero bueno sobre dinero malo.

Los casos griego, irlandés y portugués son distintos y cada uno tiene sus peculiaridades.

La debacle de Grecia tuvo su origen en el reconocimiento del gobierno entrante tras las elecciones de la falsedad de las cuentas públicas publicadas, siendo el déficit público de los años anteriores y, por tanto, el nivel de deuda pública, mucho más elevado de lo anunciado. Como consecuencia Grecia se vio incapaz de seguir emitiendo bonos para hacer frente a los vencimientos de su deuda. La UE y el FMI otorgaron préstamos a Grecia por importe de 110.000 millones de euros, de tal forma que en tres años no tuviera necesidad de acudir a los mercados financieros a emitir bonos. Como contrapartida se le exigió un duro ajuste del déficit público que tendría que reducirse al 3% en 2012. Pese a los ajustes realizados la deuda sobre el PIB supera actualmente el 140% y los bonos griegos a diez años cotizan por encima del 12%. Dicho de otra forma, los inversores apuestan por una quita considerable de los bonos actualmente en circulación. El rescate ha servido para ganar tiempo, pero no ha solucionado el problema de fondo.

En el caso irlandés el rescate vino motivado por la “frívola” decisión del gobierno de Irlanda de garantizar los pasivos bancarios tras la crisis de confianza en el sector financiero después de la quiebra de Lehman. Al ser el tamaño del sistema financiero irlandés nueve veces el PIB del país, la carga se hizo inasumible. Para que no quebraran los bancos, Irlanda se vio forzada a solicitar el rescate por importe de 85.000 millones de euros. Cuatro meses después del rescate el bono irlandés a diez años cotiza al 10%, lo cual hace totalmente inviable poder financiarse en el mercado. Los inversores descuentan una quita en los bonos actualmente en circulación.

En el caso portugués, la necesidad de solicitar el rescate, que todavía no se ha producido, puede venir motivada por los elevados tipos de interés a los que se ve obligado a emitir, cerca del 8% a diez años, y las elevadas cifras de vencimientos durante 2011: 34.000 millones de vencimientos de deuda pública y bancaria. A dicha cantidad habría que adicionar las cantidades que los bancos portugueses pudieran necesitar como consecuencia de los resultados de las “pruebas de esfuerzo” (stress test) que se publicarán a fin de junio. Actualmente la dependencia de la banca portuguesa del Banco Central Europeo, ante la imposibilidad de emitir bonos en el mercado, equivale al 20% del PIB portugués, un porcentaje insostenible en el tiempo.

Volviendo al inicio del artículo, dejar caer a un país o realizar una quiebra (default) de forma desordenada como hizo Islandia, sería una temeridad. Es cierto que Islandia está creciendo, pero después de haber reducido su PIB en más de un 25% y de haber sufrido una devaluación de su moneda de un 60%. El empobrecimiento de su población ha sido intenso, brusco y rápido.

Por el contrario, ayudar financieramente a un país, sin establecer las condiciones para que ese país sea capaz de pagar sus deudas en el futuro es análogo a la refinanciación bancaria realizada a algún grupo inmobiliario, en la que en el mismo momento de la refinanciación se tenía la certeza de la imposibilidad de la devolución de la deuda, pero se evita considerarla como fallido, por el momento, y se gana tiempo.

El modelo rescate a la griega o la irlandesa se ha demostrado fracasado. En algún momento Europa deberá afrontar la raíz del problema, y enfrentarse a un proceso de quitas controladas.

Yendo al caso español: si una caja de ahorros estuviera quebrada, o tuviera déficit de recursos propios, ¿por qué rescatar a los tenedores de bonos de dichas cajas con dinero público? Parecería más lógico que quien asumió el riesgo de esa inversión en busca de una mayor rentabilidad, sufriera las pérdidas que le correspondieran, convirtiendo sus bonos en capital. De momento no parece que sea ésta la opción elegida.

La pasada semana oí una acalorada discusión en una tertulia económica entre un experto económico que defendía vehementemente la importancia de rescatar a Portugal para evitar un caos al estilo Lehman, y otro tertuliano que defendía que lo mejor era dejar caer al país vecino, como cayó Islandia.