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Por qué esa manía de querer recortar derechos
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Jesús Sánchez-Quiñones

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Por qué esa manía de querer recortar derechos

Con tantas noticias sobre los fuertes ajustes financieros y sociales que se avecinan, se comienza a expresar por parte de ciertos sectores una cierta rebeldía a

Con tantas noticias sobre los fuertes ajustes financieros y sociales que se avecinan, se comienza a expresar por parte de ciertos sectores una cierta rebeldía a aceptar los ajustes. Son percibidos como una imposición de los “mercados” sobre el conjunto de la sociedad, sólo hay que ver las viñetas diarias de la prensa al respecto.

La explicación de la necesidad del ajuste, aun siendo sencilla desde un punto de vista numérico y económico, no es fácil de hacer entender. En el subconsciente colectivo todavía permanece la idea de que el Estado siempre paga. Pero el Estado, como cualquier familia o empresa, no puede gastar de forma permanente más de lo que ingresa. Coyunturalmente podrá hacerlo, pidiendo dinero prestado a terceros a través de la emisión de deuda pública. No obstante, cuanto mayor sea la deuda acumulada menos confianza tendrán nuestros prestamistas en nuestra capacidad de devolver las deudas; menos dinero adicional estarán dispuestos a prestarnos y mayor será el tipo de interés que nos exigirán por los nuevos préstamos o por la renovación de los existentes. Cuanto mayor sea el tipo de interés, mayor será el porcentaje de ingresos que el Estado tendrá que destinar al pago de intereses, y por tanto, menor la cantidad destinada a otros gastos, entre ellos los sociales.

A partir de cierto nivel, la deuda se convierte en un cáncer (John Mauldin). Quien lo haya padecido en  un ser cercano conocerá lo doloroso y angustioso de la enfermedad y de su tratamiento. Cuanto más crece la deuda (el cáncer) más terrorífico se convierte, consumiendo incluso el cuerpo que lo acoge, en el caso de la deuda a través de la mayor carga de intereses.

El aumento de la edad de jubilación, la reforma de las pensiones que implica una reducción de la pensión media prevista, el copago en la sanidad, el copago en otros servicios o la reducción del número de trabajadores públicos, son medidas que ningún político desearía nunca tomar. Igualmente, nadie en su sano juicio introduciría en su cuerpo drogas que matasen sus propias células. Precisamente en eso consiste la quimioterapia. Cuando el principal objetivo es sobrevivir se es capaz de tomar decisiones y tratamientos que en ningún otro momento se estaría dispuesto a aceptar. Se aceptan los dolorosos y desagradables efectos secundarios de la quimioterapia a cambio de intentar sobrevivir.

Con la situación de las cuentas públicas ocurre algo similar. O se aplica un doloroso “tratamiento”, impensable en cualquier otro momento, o las personas e instituciones que han financiado y siguen financiando a la economía española dejarán de hacerlo. La principal consecuencia sería no poder devolver a su vencimiento las deudas ya contraídas, un parón de la financiación de la economía, una brutal subida de la tasa de paro, incluso superior a la actual, y una brusca caída del nivel de vida de la población.

Lo mismo que una familia cuyos ingresos han caído en un tercio o más, revisa todos sus gastos uno a uno analizando cuál es fundamental y cuál superfluo, el Estado debería hacer lo mismo. La decisión de “por dónde meter la tijera” habría de realizarse partiendo de un “presupuesto base cero”. Es decir, en lugar de partir del presupuesto del año anterior y aumentar y reducir las distintas partidas en un determinado porcentaje, se debería analizar lo esencial o superfluo de cada partida. Muchas de ellas desaparecerían por completo.

Con las medidas adoptadas hasta ahora España ha conseguido reducir su déficit público anual desde el 11% al 9,2%. Todavía hay que recortarlo hasta el 3% en 2013. Implica un ajuste adicional de más de 60.000 millones de euros. La tarea no es sencilla e implicará sacrificios del conjunto de la población. Las cuentas públicas están enfermas y necesitan un tratamiento de choque. No someterse al mismo equivale a hacer sonar la orquesta en la cubierta del Titanic. No soluciona nada, pero mientras suena todo parece más agradable.

Con tantas noticias sobre los fuertes ajustes financieros y sociales que se avecinan, se comienza a expresar por parte de ciertos sectores una cierta rebeldía a aceptar los ajustes. Son percibidos como una imposición de los “mercados” sobre el conjunto de la sociedad, sólo hay que ver las viñetas diarias de la prensa al respecto.

Deuda Déficit público