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Bajar impuestos es de izquierdas... en China
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Bajar impuestos es de izquierdas... en China

Hace tiempo que el mundo dejó de mirar con tanta atención la política fiscal china. Nos sorprendieron hace tiempo con un plan de gasto público tamaño gran

Hace tiempo que el mundo dejó de mirar con tanta atención la política fiscal china. Nos sorprendieron hace tiempo con un plan de gasto público tamaño gran muralla (13% efectivo de su PIB) y les agradecimos el detalle. Ahora que muchos se ven lejos de las llamas del infierno económico que amenazaba con devorarlos se fijan mucho más en las políticas monetarias y de regulación del sector financiero, no sea que un recalentamiento por vía crediticia nos acabe dando un disgusto. Tal vez por eso la nueva vuelta de tuerca a los bancos en lo que a coeficiente de caja se refiere haya tenido bastante más eco mediático que el 50% de subida del umbral al partir del cual el ciudadano chino ha de pasar por taquilla tributaria. Es importante vigilar las migrañas monetarias en la cabeza de oro, sí, pero no vayamos a descuidar esas pequeñas grietas en las plantas de unos pies que pudieran revelarse de barro.

A partir del segundo semestre de este año, aquellos contribuyentes que ganen menos del equivalente a 310 euros mensuales no tendrán que declarar. Eso supone 50 millones menos de paganos, una medida espectacular que se combina con las promesas de subidas de sueldos mínimos, y con el aumento de 70 millones en aquellos de entre los más pobres que reciben asistencia pública.

Este despliegue fiscal viene motivado por el deseo manifestado por los mandamases chinos de acortar la escandalosa brecha en la riqueza de las distintas capas de la población de un país en teoría aún comunista. Y es que crecer desaforadamente durante décadas tiene su precio, sea en forma de un sector bancario en la sombra difícilmente manejable o de unas desigualdades sociales indignas. 

El PIB per capita chino ha estado creciendo a un increíble 8,5% anual durante los últimos veinte años. Lo ha hecho gracias, entre otras cosas, a políticas industriales que favorecen al segmento urbano frente al rural y a una manga muy, muy ancha, con una naciente élite empresarial a la que se ha permitido enriquecerse sin tasa (hasta el punto de que un 1% de los hogares chinos acumulan la mitad de la renta disponible del total de los hogares). El resultado es que China no sólo se ha encaramado a lo más alto de los rankings de producción económica; también lo ha hecho al de los índices más altos de disparidad económica. Así, su coeficiente de Gini es de 47, muy por encima de los otros dos gigantes de la exportación, Alemania (28) y Japón (25), que presumen precisamente del esfuerzo y el beneficio colectivo como secreto de su éxito de posguerra. Incluso supera al gran ejemplo de país capitalista, al que siempre se le reprochó desde terreno rojo el haber fundado la prosperidad de algunos en el sufrimiento de muchos (EE.UU., coeficiente de Gini: 45), con el añadido de que las disparidades interregionales en el caso chino son mucho más marcadas que en el estadounidense, el cual, además, puede presentar un expediente de movilidad entre capas sociales no impoluto, pero sí bastante más limpio que el de los chinos.

En favor de la deliberada política asimétrica china se presenta la teoría de que el crecimiento económico es “una marea creciente que levanta todos los barcos”. Sirve para explicar cómo China ha sido capaz de reducir en 700 millones el número de personas en situación de extrema pobreza durante el último cuarto de siglo, un periodo en el que el resto del mundo ha visto la cifra aumentar en 200 millones. Por otra parte, el crecimiento desigual no es un fenómeno aislado. La inmensa mayoría de los países asiáticos ha seguido esta receta. Las grandes excepciones son Malasia, Tailandia e Indonesia, los más tocados por la crisis del 97. De hecho, dos ejemplos de éxito (Singapur y Hong-Kong) copan los primeros puestos entre los países ricos con mayores desigualdades (acépteseme a mí y a Business Week Hong-Kong como país). Ahora bien, lo que funciona para una ciudad-estado regida con mano de hierro puede no hacerlo tanto para un continente diverso que, según algunos pensadores locales, correría el riesgo de que las desigualdades regionales abriesen un proceso de centrifugado a la yugoslava. 

Al final, el reto de reducir las desigualdades económicas sin matar el crecimiento será otra de las facetas de éste, el mayor experimento económico del último siglo. Por la cuenta que nos trae, esperemos que acabe bien. Mientras, no perdamos de vista las iniciativas fiscales de los chinos.

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

Hace tiempo que el mundo dejó de mirar con tanta atención la política fiscal china. Nos sorprendieron hace tiempo con un plan de gasto público tamaño gran muralla (13% efectivo de su PIB) y les agradecimos el detalle. Ahora que muchos se ven lejos de las llamas del infierno económico que amenazaba con devorarlos se fijan mucho más en las políticas monetarias y de regulación del sector financiero, no sea que un recalentamiento por vía crediticia nos acabe dando un disgusto. Tal vez por eso la nueva vuelta de tuerca a los bancos en lo que a coeficiente de caja se refiere haya tenido bastante más eco mediático que el 50% de subida del umbral al partir del cual el ciudadano chino ha de pasar por taquilla tributaria. Es importante vigilar las migrañas monetarias en la cabeza de oro, sí, pero no vayamos a descuidar esas pequeñas grietas en las plantas de unos pies que pudieran revelarse de barro.

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