Laissez faire
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El castrismo es miseria
Los únicos que rinden homenaje consciente al dictador son aquellos que, en última instancia, comparten tan inhumano modelo económico y social
Ha muerto Fidel Castro, uno de los tiranos más longevos del siglo XX. La historia no debería absolverlo a pesar de que muchos estén rindiéndole servil homenaje a su caudillo y tratando de lavar su deplorable imagen. Uno de los argumentos más manidos para intentar justificar su represiva y sanguinaria dictadura —más de 7.000 muertos y 1,5 millones de exiliados a sus espaldas— es que, al menos, Cuba ha experimentado un importante desarrollo socioeconómico bajo su mandato: esclavos pero más desarrollados que otros países de su entorno.
El problema, claro, es establecer como punto de referencia de Cuba a sus paupérrimos vecinos, como Haití o la República Dominicana. Antes de la llegada de la apisonadora castrista, la mayor de las Antillas jugaba en otra liga totalmente distinta, llegando a codearse en grado de desarrollo con el sur de Europa. La reconstrucción de las series de renta per cápita cubana efectuada por los economistas Marianne Ward y John Devereux nos han permitido conocer que el nivel de vida medio de los cubanos en 1955 se ubicaba a la altura de los países más ricos de Latinoamérica e incluso a la altura de Italia (que, además, era bastante más rica por aquel entonces que España o Portugal).
En 1955, los cubanos disfrutaban de una renta per cápita equivalente al 27% de la de EEUU; la Europa desarrollada (Bélgica, Dinamarca, Francia o Alemania) exhibía una equivalente al 50% y los países más prósperos de Latinoamérica (Argentina y Uruguay) y la Europa mediterránea (Italia) una de alrededor del 30%. El resto de Latinoamérica era mucho más pobre: Bolivia y Honduras el 7%, El Salvador y Guatemala el 10%, Perú el 12%, Panamá el 15%, Costa Rica el 16% y México el 17%. Sus vecinas Haití y República Dominicana apenas llegaban al 3% y al 9%, respectivamente.
Otros indicadores socioeconómicos de la época nos permiten confirmar que, en efecto, Cuba se encontraba por aquel entonces a la cabeza de Latinoamérica y a no mucha distancia del sur de Europa.
Pues bien, cinco décadas y media después, todos los países anteriores han mejorado su renta per cápita en relación con la estadounidense. Todos salvo Cuba, cuyo ingreso medio apenas alcanza el 13% del de EEUU. Aquellos países que en 1955 podían compararse con Cuba (Italia, Argentina o Uruguay) han experimentado suertes diversas, pero en todo caso su ingreso per cápita oscila hoy entre el 36% y el 61% del estadounidense. Algunos países latinoamericanos que eran bastante más pobres que Cuba en 1955 (Chile y, sobre todo, Panamá) gozan hoy de una renta per cápita entre el 35% y el 40% de la estadounidense. E incluso las economías menos desarrolladas de la región (Bolivia, República Dominicana, Guatemala o Perú) son hoy menos pobres que Cuba.
A su vez, las condiciones de vida en Cuba son deprimentes: el sueldo medio de los cubanos apenas asciende a 22 dólares mensuales, lo que, a precios regulados de la Isla, equivale a una cesta de la compra compuesta por solo tres docenas de huevos, un kilo de leche en polvo, un litro de yogur natural, 10 latas de puré de tomate, un kilo de pechuga de pollo y 20 barras de pan. Economía de mera subsistencia.
La miseria socialista es tan palmaria que incluso los más acérrimos defensores del régimen se ven forzados a reconocerlo, si bien buscando un chivo expiatorio al que culpar de tan estrepitoso fracaso: el embargo. En efecto, dentro del imaginario colectivo procastrista, el embargo comercial de EEUU sobre Cuba concentra la responsabilidad de todos los males de la isla. Y aunque es evidente que cualquier restricción al libre comercio destruye riqueza (motivo más que suficiente para eliminarlas), no habría que exagerar su influencia sobre la devastación cubana: el propio gobierno socialista estima que el coste del embargo asciende a 754 millones de dólares por año, esto es, menos del 1% del PIB de la isla.
En suma, el mayor embargo que ha sufrido Cuba durante las últimas cinco décadas no ha sido el de EEUU, sino el del castrismo. La más terrible y pauperizadora merma en las libertades civiles y económicas de los cubanos no ha venido provocada por las criticables restricciones comerciales de EEUU, sino por la execrable tiranía marxista que instauró Fidel Castro: el erial económico actual es solo la inexorable consecuencia de esa cárcel en la que ha convertido Cuba. La historia no absolverá a Castro por el simple motivo de que él se encargó de condenar a un infierno en vida a todos sus compatriotas. Los únicos que rinden homenaje consciente al dictador son aquellos que, en última instancia, comparten tan inhumano modelo económico y social.
Ha muerto Fidel Castro, uno de los tiranos más longevos del siglo XX. La historia no debería absolverlo a pesar de que muchos estén rindiéndole servil homenaje a su caudillo y tratando de lavar su deplorable imagen. Uno de los argumentos más manidos para intentar justificar su represiva y sanguinaria dictadura —más de 7.000 muertos y 1,5 millones de exiliados a sus espaldas— es que, al menos, Cuba ha experimentado un importante desarrollo socioeconómico bajo su mandato: esclavos pero más desarrollados que otros países de su entorno.