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La presión fiscal, en máximos históricos
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Juan Ramón Rallo

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La presión fiscal, en máximos históricos

El Estado es hoy más grande que nunca y la aportación de las empresas al fisco también es más cuantiosa que nunca

Foto: La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en un acto en Madrid. (EFE)
La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en un acto en Madrid. (EFE)

Existe una cierta narrativa política que asegura que, tras la victoria electoral de Reagan y Thatcher hace cuatro décadas, se inició la era del neoliberalismo, caracterizada esta por un continuado retroceso de la influencia del Estado en la sociedad. Según este relato, antes de los ochenta, el Estado gravaba fuertemente a los ricos y, gracias a ello, conseguía amasar enormes cantidades de ingresos públicos que ulteriormente procedía a reinvertir generosamente en el resto de la ciudadanía; a partir de los ochenta, en cambio, la fiscalidad sobre los sectores más acaudalados se redujo de un modo muy significativo, lo que inevitablemente fue de la mano de recortes y las privatizaciones que desarmaron el Estado de bienestar. Algunos autores, como la ínclita Naomi Klein, incluso han acuñado el término 'doctrina del shock' para referirse a situaciones de emergencia nacional artificialmente generadas por las élites económicas con el propósito de jibarizar el tamaño del Estado.

Semejante argumentario jamás encajó demasiado bien con la realidad, pero acaso pudo adquirir un cierto atractivo propagandístico durante los años más duros de la reciente crisis económica, cuando diversos países europeos (entre ellos España) tuvieron que efectuar modestos ajustes en el volumen de su gasto público para intentar restablecer su solvencia frente a una comunidad inversora que (con razón) desconfiaba de ellos. Pero, una vez superados los años más duros de esa crisis fiscal, esto es, una vez hemos regresado a la normalidad de nuestro expansivamente fagocitante marco político socialdemócrata, la idea de que el Estado se ha hallado en retroceso durante los últimos 40 años resulta del todo inverosímil incluso en medio de una borrachera de demagogia antiliberal.

Foto: (Reuters)

Hace unos días, de hecho, la OCDE publicó la actualización de sus datos de presión fiscal para los 36 países que forman parte de este club y la conclusión fue incontestable: en 2017 (último dato disponible), la presión fiscal dentro de la OCDE alcanzó el nivel más elevado de toda su historia, a saber, el 34,2% del PIB (recordemos que los ingresos públicos de carácter no impositivo, como las tasas o los precios públicos, ni integran la presión fiscal, de modo que el tamaño real del Estado es todavía mayor).

Atendiendo al siguiente gráfico, no es complicado darse cuenta de que jamás hubo un periodo de retroceso del sector público a partir de los ochenta: al contrario, la presión fiscal continuó aumentando desde el 30% del PIB hasta el 33%, un nivel desde el que no comenzó a retroceder (ni siquiera de un modo relevante durante la recesión de 2009), sino en el que más bien se estancó. En los últimos años, empero, el Estado ha reanudado tímidamente sus tendencias expansionistas, hasta ubicarse en su actual máximo histórico (34,2% del PIB).

Evolución de la presión fiscal en la OCDE (1965-2017)

placeholder Evolución de la presión fiscal en la OCDE.
Evolución de la presión fiscal en la OCDE.

Fuente: Revenue Statistics 2018 (OCDE)

Nuestro país, por ejemplo, pasó de una presión fiscal del 14,3% del PIB en 1965 a una del 33,7% en 2017, esto es, la extracción tributaria que practica el Estado español se ha más que duplicado en medio siglo. Asimismo, otros Estados como el francés han aumentado su actual presión impositiva hasta el 46,2% del PIB, devorando así prácticamente la mitad de sus economías.

O dicho de otro modo, lo que algunos denominan 'era neoliberal' no es más que un periodo de consolidación del tamaño del Estado hasta finalmente alcanzar su máximo histórico. No una era de disminución, asfixia o cercenamiento del Estado, sino de asentamiento en el nivel más elevado de su historia. En este sentido, ni siquiera cabe argumentar que este agrandamiento del sector público se ha producido a costa de incrementar los impuestos a los trabajadores y bajárselos a las empresas: todas las figuras tributarias (impuesto sobre la renta, cotizaciones a la Seguridad Social, impuestos sobre el consumo e impuesto sobre la renta empresarial) proporcionan al Estado más ingresos (como porcentaje del PIB) en 2016 que en 1965. De hecho, uno de los mayores aumentos relativos de la recaudación tuvo lugar en los impuestos sobre las empresas (cuya presión fiscal ha crecido un 38%).

Recaudación por tipo de impuesto en la OCDE (% PIB)

placeholder Presión fiscal por tipo de impuesto en la OCDE.
Presión fiscal por tipo de impuesto en la OCDE.

Fuente: Tax Revenue Trends 1965-2017 (OCDE)

En definitiva, el Estado es hoy más grande que nunca y la aportación de las empresas al fisco también es más cuantiosa que nunca. Aquellos que muestran su insatisfacción por la calidad de los servicios que hoy les ofrece el Estado no deberían atribuir su frustración a que el sector público se haya achicado y quedado sin recursos, sino a que es un gestor tremendamente torpe e ineficiente de esos recursos, por lo que, justamente, necesita justificar su propia incompetencia a través de malas excusas, como la falaz narrativa del auge neoliberal.

Existe una cierta narrativa política que asegura que, tras la victoria electoral de Reagan y Thatcher hace cuatro décadas, se inició la era del neoliberalismo, caracterizada esta por un continuado retroceso de la influencia del Estado en la sociedad. Según este relato, antes de los ochenta, el Estado gravaba fuertemente a los ricos y, gracias a ello, conseguía amasar enormes cantidades de ingresos públicos que ulteriormente procedía a reinvertir generosamente en el resto de la ciudadanía; a partir de los ochenta, en cambio, la fiscalidad sobre los sectores más acaudalados se redujo de un modo muy significativo, lo que inevitablemente fue de la mano de recortes y las privatizaciones que desarmaron el Estado de bienestar. Algunos autores, como la ínclita Naomi Klein, incluso han acuñado el término 'doctrina del shock' para referirse a situaciones de emergencia nacional artificialmente generadas por las élites económicas con el propósito de jibarizar el tamaño del Estado.

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