Laissez faire
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Las empresas también se empobrecieron con la crisis
Tanto trabajadores como empresarios se empobrecieron durante la crisis. Por desgracia, el populismo patrio nos envenenó durante años con propaganda maniquea y antiempresarial
Una cierta narrativa sobre la crisis económica española es que se trató de un artificio para empobrecer a los trabajadores y enriquecer a las empresas o, cuando menos, a las grandes empresas. Poco importa que, entre 2007 y 2014, desaparecieran 217.000 compañías, de las cuales 7.500 contaban con más de 50 trabajadores (una cuarta parte del total): dado que los salarios de gran parte de los trabajadores se redujeron a partir de 2012 —merced a una reforma laboral que tenía como objetivo minimizar la destrucción de empleo durante nuestra segunda recesión—, simplemente se presupuso que los empresarios patrios se estaban hinchando a ganar dinero. No quería entenderse que, al mismo tiempo que disminuían los salarios, las compañías también estaban experimentando una contracción de sus ingresos: no es que unos ganaran a costa de otros, sino que ambos estaban perdiendo en medio de una de las mayores crisis de las últimas décadas.
Esta semana, el Banco de España ha terminado de enterrar este tramposo relato con la publicación de un análisis —basado en los datos de más de 600.000 empresas en su Central de Balances— en el que se compara la actual rentabilidad de las firmas españolas con la que exhibían antes de la crisis. Y, al respecto, tres son las principales conclusiones alcanzadas.
Primero, en el peor momento de la crisis económica (año 2013), la rentabilidad antes de impuestos del empresariado español se había reducido a prácticamente un tercio de la alcanzada entre 2003 y 2007. Desde entonces, la rentabilidad prácticamente se ha duplicado, de modo que actualmente la tasa de retorno de las compañías equivale a unos dos tercios de la registrada entre 2003 y 2007. Así pues, cuando demagógicamente se denuncia que los beneficios empresariales han subido de un modo muy considerable desde 2013, no olvidemos que se está omitiendo una información crucial: a saber, que con anterioridad a 2013 también se hundieron de un modo gigantesco. De hecho, la caída en un 33% de la tasa de rentabilidad empresarial entre 2007 y la actualidad es abiertamente superior a la caída que ha experimentado el salario medio (el cual, incluso descontando la inflación, ha aumentado un 1,7% durante el periodo 2007-2017).
Segundo, la caída de la tasa de rentabilidad empresarial se produce tanto entre pymes como entre grandes empresas: es decir, los resultados anteriores no enmascaran una mejoría de las ganancias de las grandes compañías a costa de un masivo empobrecimiento de las pequeñas y de los trabajadores. Todas las firmas, con independencia de su tamaño, han visto erosionada su rentabilidad desde antes de la crisis hasta la actualidad. Es verdad que las pymes han sufrido más que las grandes empresas (especialmente, en lo más hondo de la depresión), lo que podría indicar o una mayor eficiencia de las grandes para readaptarse al cambiante entorno o, al contrario, una posición privilegiada y anticompetitiva de las grandes que las aísla de las fluctuaciones coyunturales. En cualquiera de ambos supuestos, empero, lo que no cabe señalar es que la crisis haya sido beneficiosa para pequeñas o grandes empresas: ambas, junto con los trabajadores, han salido gravemente perdiendo con la crisis.
Y tercero, aunque la tasa de rentabilidad de las empresas ha mejorado significativamente con respecto al peor momento de la crisis, más de la mitad de nuestro tejido empresarial está operando a día de hoy con tasas de rentabilidad antes de impuestos inferiores al 5%, esto es, está o experimentando pérdidas o al borde de experimentarlas. La cifra, pues, no solo debería servir para poner de manifiesto que ser empresario en España no es, en términos generales, ninguna ganga ni negociazo, sino también para alertar de que, si la presente desaceleración económica sigue avanzando, muchas de las compañías que a duras penas son capaces de sobrevivir pasarán directamente al desguace.
En definitiva, tanto trabajadores como empresarios se empobrecieron durante la crisis. Pero, por desgracia y pese a lo incontestable de los datos, el populismo patrio envenenó durante años a la sociedad española con una propaganda maniquea y antiempresarial: lejos de querer afrontar la incómoda realidad de la crisis (todos se empobrecen), políticos e intelectuales populistas prefirieron enfrentar a unos ciudadanos contra otros, no solo para facilitar su ascenso al poder sino para justificar un mayor intervencionismo estatal sobre el sector privado. De esos polvos manipuladores vienen los actuales lodos justificadores de salvajes subidas en el impuesto sobre sociedades incluso en medio del presente frenazo de nuestra actividad productiva. Tantas mentiras se contaron y se interiorizaron que ahora casi todo vale contra las empresas.
Una cierta narrativa sobre la crisis económica española es que se trató de un artificio para empobrecer a los trabajadores y enriquecer a las empresas o, cuando menos, a las grandes empresas. Poco importa que, entre 2007 y 2014, desaparecieran 217.000 compañías, de las cuales 7.500 contaban con más de 50 trabajadores (una cuarta parte del total): dado que los salarios de gran parte de los trabajadores se redujeron a partir de 2012 —merced a una reforma laboral que tenía como objetivo minimizar la destrucción de empleo durante nuestra segunda recesión—, simplemente se presupuso que los empresarios patrios se estaban hinchando a ganar dinero. No quería entenderse que, al mismo tiempo que disminuían los salarios, las compañías también estaban experimentando una contracción de sus ingresos: no es que unos ganaran a costa de otros, sino que ambos estaban perdiendo en medio de una de las mayores crisis de las últimas décadas.