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Las grandes superficies no ganan por el margen
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Juan Ramón Rallo

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Las grandes superficies no ganan por el margen

Cuando uno entiende el modelo de negocio de los distribuidores, descubre rápidamente que las invectivas sanchistas contra las grandes superficies son puro populismo antiempresarial

Foto: Estante de una gran superficie. (Pixabay)
Estante de una gran superficie. (Pixabay)

Suele decir el profesor Carlos Rodríguez Braun que “el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio”. Y este Gobierno parece empeñado en darle la razón. A la postre, después de que el campo haya estallado contra el adicional estrechamiento de sus ya estrechos márgenes de beneficio (subida del salario mínimo mediante), el Ejecutivo ha decidido mirar hacia otro lado: hacia unas grandes superficies que supuestamente se estarían forrando pagando precios de miseria a los agricultores que luego inflarían exageradamente en sus ventas a los consumidores. La solución para el campo pasaría, pues, por que se trasladara a los agricultores una parte de ese enorme margen entre el precio de compra y el precio de venta: no por mantener ajustados sus costes o, a medio plazo, por incrementar su productividad, sino por aumentar los precios que reciben de las grandes centrales distribuidoras.

Ya explicamos en un artículo anterior que, en contra de la percepción popular, los márgenes de beneficio unitario de los principales distribuidores de este país ya son muy estrechos: en concreto, Mercadona gana tres céntimos (antes de impuestos) por cada euro que vende; Carrefour, 0,6 céntimos, y DIA pierde algo más de un céntimo. Si expresamos sus ganancias no en relación con sus ingresos totales sino con sus gastos de aprovisionamiento (lo que están pagando a sus proveedores), Mercadona ganaría (de nuevo, antes de impuestos) 4,5 céntimos por cada euro comprado a sus proveedores y Carrefour, 0,8 céntimos. O dicho de otra forma, si Mercadona pagara 4,6 céntimos o Carrefour 0,9 céntimos más por cada euro de compras a sus proveedores, ambos distribuidores entrarían en pérdidas. Que esta incuestionable realidad genere todo tipo de sorpresas e incredulidades entre una parte significativa del público solo pone de manifiesto una profunda incomprensión sobre cómo funciona el modelo de negocio de la distribución minorista.

Foto: Agricultores claman por una ley que garantice precios justos para los productos agroalimentarios. (EFE)

En general, existen dos grandes formas en las que una empresa puede lograr beneficios: o con un elevado margen por unidad vendida (por cada euro que vendo, gano 60 céntimos) o vendiendo muchísimas unidades en relación con el capital adelantado por los accionistas (es lo que técnicamente se conoce como alta rotación del capital). Salvo en modelos de negocio extraordinarios y generalmente poco duraderos (a menos que el Estado les otorgue un monopolio), las empresas con un alto margen unitario de ganancia suelen ser empresas con una baja rotación del capital (ganan mucho por unidad vendida pero venden pocas unidades) y, a su vez, las empresas con bajos márgenes unitarios de ganancia suelen ser empresas con una alta rotación del capital (ganan poco por cada unidad vendida pero venden muchísimas unidades).

Mientras que los artesanos podrían ser un ejemplo del primer tipo de modelo de negocio, los supermercados constituyen claramente un ejemplo del segundo: mantener los precios de venta bajos (a costa de márgenes muy ajustados) para maximizar el número de unidades vendidas. Si, pongamos por caso, los accionistas de un supermercado invierten 200 millones de euros para montar la empresa, sus ventas anuales son de 20.000 millones de euros (es decir, sus ingresos anuales son 100 veces su inversión inicial) y apenas ganan medio céntimo por cada euro vendido (0,005 euros), sus beneficios anuales ascenderían a 100 millones de euros, esto es, lograrían una astronómica tasa de rentabilidad del 50% sobre el capital desembolsado por los accionistas. Un porcentaje que puede parecer mareante pero que no se explica (repito, no se explica) porque estén abonando a sus proveedores precios mucho más bajos que aquellos que (después de cubrir sus otros gastos de funcionamiento) cargan a sus clientes, sino porque merced a los bajos precios de venta, consiguen que el público compre mucho más y mucho más a menudo de lo que lo haría.

placeholder Protestas de agricultores en Toledo. (EFE)
Protestas de agricultores en Toledo. (EFE)

Cuando uno entiende el auténtico modelo de negocio de los distribuidores minoristas, descubre rápidamente que las invectivas sanchistas contra las grandes superficies son puro populismo antiempresarial de la peor especie. El presidente del Gobierno califica de inaceptable el que las grandes superficies “bajen y bajen” los precios que abonan a los agricultores: pero si las grandes superficies mantienen sus márgenes de beneficio extremadamente ajustados, ¿qué está exigiendo en última instancia el presidente de Gobierno? ¿Que los precios que han de pagar los consumidores en los supermercados 'suban y suban'? ¿A esto ha quedado reducida la política social del Gobierno de progreso? ¿A encarecer indiscriminadamente la cesta de la compra a familias de renta alta, media y baja?

Ya lo advertimos en su momento: subir el salario mínimo se traducirá o en menos empleo (paga el trabajador), o en mayores precios (paga el consumidor) o en menores beneficios (paga el inversor). Y tan pronto como el salario mínimo ha impactado en unos menores beneficios para los agricultores (o en unas mayores pérdidas), el Gobierno ha reaccionado para tratar de trasladar a los consumidores el coste de sus erráticas políticas.

Suele decir el profesor Carlos Rodríguez Braun que “el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio”. Y este Gobierno parece empeñado en darle la razón. A la postre, después de que el campo haya estallado contra el adicional estrechamiento de sus ya estrechos márgenes de beneficio (subida del salario mínimo mediante), el Ejecutivo ha decidido mirar hacia otro lado: hacia unas grandes superficies que supuestamente se estarían forrando pagando precios de miseria a los agricultores que luego inflarían exageradamente en sus ventas a los consumidores. La solución para el campo pasaría, pues, por que se trasladara a los agricultores una parte de ese enorme margen entre el precio de compra y el precio de venta: no por mantener ajustados sus costes o, a medio plazo, por incrementar su productividad, sino por aumentar los precios que reciben de las grandes centrales distribuidoras.

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