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¿Cuáles han sido las medidas más eficaces contra el coronavirus?
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Juan Ramón Rallo

Laissez faire

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¿Cuáles han sido las medidas más eficaces contra el coronavirus?

La nueva información sobre el covid-19 no solo nos ayuda a estar mejor preparados para el futuro, sino también a comprender mejor las enormes negligencias cometidas en el pasado

Foto: Salida de metro de Ópera, en Madrid, con la plaza desierta. (EFE)
Salida de metro de Ópera, en Madrid, con la plaza desierta. (EFE)

El distanciamiento social ha resultado ser fundamental para contener la propagación del covid-19. A la postre, y a falta de una vacuna, solo hay dos formas extremas de evitar su extensión: o manteniendo una distancia de seguridad entre personas que impida el sucesivo contagio o buscando la inmunidad de grupo. La segunda estrategia, la inmunidad de grupo, terminó mostrándose inalcanzable (al menos en un primer momento) por la insuficiente capacidad hospitalaria para absorber a las víctimas de una pandemia descontrolada: de ahí que prácticamente todas las sociedades del planeta hayan terminado optando por decretar medidas de distanciamiento social que impidan la ulterior transmisión del virus (y las que no lo decretaron han terminado arrepintiéndose de ello).

Ahora bien, que todas las sociedades del planeta hayan aplicado medidas de distanciamiento social no equivale a decir que todas las medidas de distanciamiento social sean igual de efectivas a la hora de frenar el avance del virus. En este sentido, el catálogo de posibles políticas a aplicar resulta muy variado: restricción de tráfico aéreo, cierre del transporte público, suspensión de grandes eventos, limitación de las aglomeraciones de gente, cierre de escuelas, cancelación del trabajo presencial, confinamiento domiciliario y restricción interna de movimientos. De haber contado con información acerca de cuáles de esas medidas son más eficaces a la hora de impedir la propagación del virus, podríamos haber actuado de manera mucho más rápida, precisa y económica desde un comienzo. Pero, por motivos obvios, no disponíamos de experiencia previa acerca de cómo contrarrestar el coronavirus.

Foto: Un ciudadano pasea con mascarilla en Estocolmo, Suecia. (EFE)

Con el tiempo, en cambio, los datos se han ido acumulando y, después de que 135 países hayan sufrido esta pandemia, ya disponemos de muy diversa información para evaluar qué ha funcionado y qué no ha funcionado. Este ha sido el ejercicio que acaban de efectuar tres economistas —Nikos Askitas, Konstantinos Tatsiramos y Bertrand Verheyden— quienes, como es lógico, no se han limitado a estudiar la evolución de nuevos contagiados tras la adopción de cada una de esas medidas, sino que la han estudiado controlando el efecto que pudieran tener otras formas de distanciamiento social adoptadas simultáneamente. Por ejemplo, si el mismo día se decreta el cierre de las escuelas y la restricción de los vuelos internacionales, ¿cómo discernir qué parte de los descensos subsiguientes del número de contagiados son atribuibles a cada medida?

Pues bien, tras efectuar los pertinentes ajustes, los resultados son contundentes: las tres medidas de distanciamiento social más eficaces para luchar contra la pandemia son la suspensión de eventos públicos, las restricciones de las aglomeraciones de gente y el cierre de escuelas, seguidas por la cancelación del trabajo presencial y por el confinamiento domiciliario. El cierre del tráfico aéreo, la suspensión del transporte público y las limitaciones de la movilidad interna no tienen efectos perceptibles en la lucha contra la pandemia.

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Las conclusiones del análisis de Askitas, Tatsiramos y Verheyden son importantes no solo por la nueva información que nos proporcionan de cara a luchar contra el patógeno en el futuro, sino porque elevan notablemente el grado de (ir)responsabilidad de nuestra clase política. Por dos razones.

Primero: aunque no dispusiéramos de experiencia previa acerca de cómo combatir eficazmente al coronavirus, sí contábamos que experiencia previa acerca de cómo combatir otras pandemias y, casualmente, las medidas que se mostraron más eficaces en el pasado también se han mostrado más eficaces ahora. Tal como ya explicamos hace tres meses, la combinación de políticas de distanciamiento social que fueron más efectivas para combatir la (mal) llamada gripe española de 1918 fue la suspensión de las clases y la prohibición de grandes aglomeraciones de gente. Así pues, nuestros gobernantes no pueden alegar ignorancia plena a la hora de cómo gestionar la pandemia: los antecedentes que teníamos han resultado ser buenas aproximaciones a la realidad subsiguiente. ¿Por qué no emularon experiencias anteriores al menos hasta acumular suficiente evidencia específica sobre la pandemia actual?

Segundo: si la suspensión de eventos públicos, las restricciones de las aglomeraciones de gente y el cierre de escuelas han demostrado ser las medidas más eficaces para aplanar la curva de contagios —incluso de manera preferente frente al confinamiento domiciliario—, entonces haber retrasado todas esas medidas hasta pasado el 8-M resulta especialmente criminal. Recordemos que, de haberse impuesto el confinamiento domiciliario una semana antes (el 7-M), el número de contagiados habría sido más de un 60% inferior (y, por tanto, el de muertos habría sido al menos un 60% inferior). Por supuesto, uno podría afirmar, con cierta razón, que haber declarado el confinamiento domiciliario antes del 8-M no habría sido aceptado socialmente por cuanto la percepción de riesgo por esas fechas todavía era muy baja. Pero antes del 8-M sí podrían haberse adoptado, sin demasiada contestación social, otras medidas de distanciamiento que, como vemos, habrían sido incluso más eficaces que el propio confinamiento. ¿Cuántos millares de personas han muerto en nuestro país por culpa de unos políticos que actuaron extraordinariamente tarde?

La nueva información sobre el coronavirus no solo nos ayuda a estar mejor preparados para el futuro, sino también a comprender mejor las enormes negligencias cometidas en el pasado.

El distanciamiento social ha resultado ser fundamental para contener la propagación del covid-19. A la postre, y a falta de una vacuna, solo hay dos formas extremas de evitar su extensión: o manteniendo una distancia de seguridad entre personas que impida el sucesivo contagio o buscando la inmunidad de grupo. La segunda estrategia, la inmunidad de grupo, terminó mostrándose inalcanzable (al menos en un primer momento) por la insuficiente capacidad hospitalaria para absorber a las víctimas de una pandemia descontrolada: de ahí que prácticamente todas las sociedades del planeta hayan terminado optando por decretar medidas de distanciamiento social que impidan la ulterior transmisión del virus (y las que no lo decretaron han terminado arrepintiéndose de ello).