Laissez faire
Por
Antonio Escohotado, 'in memoriam'
En el caso de Escohotado, su obra y su ejemplo vital van inevitablemente entrelazados. Escohotado vivió para aprender y aprendió a través de la escritura
Antonio Escohotado, uno de los grandes filósofos españoles de las últimas décadas, falleció este domingo a los 80 años. Lo hizo, según él mismo había confesado en diversas ocasiones, preparado para lo que sabía que inevitablemente, más pronto o más tarde, estaba por venir; tras haber practicado durante años el desapego a ese instinto de supervivencia que tan adaptativo nos resulta durante la mayor parte de nuestra vida y que tan pesado se puede hacer para confrontar nuestro final; lo hizo, empero, sin dejar de disfrutar del día a día, sin dejar de pensar, de reflexionar e incluso de escribir (hace unos días acababa de publicar su ya último libro); lo hizo arropado por su familia, sus seres queridos y por esa Ibiza privada en la que vivió sus mejores años. Lo hizo, en suma, feliz y en paz.
A los demás —a quienes nunca se relacionaron con él, pero también a quienes lo tratamos, lo quisimos y lo admiramos, pero que no tuvimos la suerte de formar parte de ese círculo más íntimo de todo individuo que conoce los entresijos de la persona y del autor, sus secretos, sus confidencias, sus filias, sus fobias, sus fortalezas, sus debilidades, sus virtudes y sus defectos— nos queda su obra y su ejemplo vital. Obra y ejemplo vital que en el caso de Escohotado van inevitablemente entrelazados. Porque la vida de Antonio fue una vida de permanente y honesto aprendizaje —él mismo solía decir que le gustaría ser recordado como una persona que trató de ser valiente y que, por serlo, aprendió a cómo estudiar— y ese permanente y honesto aprendizaje quedó materializado, para el aprovechamiento de todos, en la evolución intelectual, en el viaje intelectual, de sus libros. Escohotado vivió para aprender y aprendió a través de la escritura.
Políticamente, Escohotado vivió y murió como alguien de izquierdas, lo cual no significa que sus ideas no mutaran radicalmente. La izquierda que abrazó en su juventud era una izquierda teñida de marxismo y, por tanto, de arrogancia controladora, de desdén hacia la complejidad, de fanatismo anticomercial, de violencia escatológica y de miseria institucionalizada. La izquierda hacia la que se adentró Escohotado en su senectud era, por el contrario, una izquierda teñida de democracia liberal, acaso podríamos decir de socioliberalismo y, por tanto, consciente de lo inabarcable de los fenómenos sociales complejos, promotora del respeto a los planes de vida de cada ser humano, de la cooperación voluntaria asentada sobre la propiedad privada y, por tanto, sobre el comercio entre esos seres humanos diversos e irreductibles a una homogénea sustancia, de la pacificación civilizatoria que imprime la vida burguesa y, en suma, del progreso material continuado contra la pobreza.
Es difícil saber qué conjunto de circunstancias e hitos intelectuales confluyeron a la hora de impulsar esa progresiva transición ideológica, desde una izquierda reaccionaria a una izquierda progresista, desde una izquierda refractaria con la libertad del ser humano a una izquierda apasionada por esa libertad. Muchas veces las ideas y las intuiciones dormitan durante años en nuestras mentes hasta que súbitamente despiertan y acaban encajando como un puzle que engendra una nueva y distinta visión del mundo.
Pero sin haber estado en su cabeza, quienes conozcan su obra reconocerán que tres piezas clave en esa transición ideológica fueron su defensa inquebrantable del derecho a controlar nuestros propios cuerpos para poder decidir, como adultos soberanos que somos, qué sustancias queremos o no queremos introducirnos en él (véase su 'Historia general de las drogas'); su fergusoniano, mengeriano y hayekiano descubrimiento de los fenómenos sociales complejos que no son fruto del diseño humano, pero sí de la cristalización no intencionada de muchas acciones humanas dispersas (véase su 'Caos y orden'); y su constatación empírica, catártica y protagonista de cómo el capitalismo genera prosperidad en aquellas sociedades donde antes solo había pobreza (véase su 'Sesenta semanas en el trópico'). La culminación de ese viaje y aprendizaje intelectual llegó con la que, según sus propias palabras, fue la gran obra de su vida (y también su más importante legado), a saber, los tres tomos de 'Los enemigos del comercio', donde escarba e impugna las raíces ideológicas de quienes a lo largo de la historia han construido la perversa narrativa de que la propiedad privada se origina a través del robo y de que semejante expolio se perpetúa y se agranda a través del comercio.
Querido Antonio, finalmente no pude cumplir con mi compromiso de visitarte y abrazarte en Ibiza. Lo lamento de corazón. Pero permanecerás conmigo —y con tantos otros miles de españoles— allí donde querías estar: en nuestra casa, en nuestra biblioteca. En tus libros, en nuestros libros.
Antonio Escohotado, uno de los grandes filósofos españoles de las últimas décadas, falleció este domingo a los 80 años. Lo hizo, según él mismo había confesado en diversas ocasiones, preparado para lo que sabía que inevitablemente, más pronto o más tarde, estaba por venir; tras haber practicado durante años el desapego a ese instinto de supervivencia que tan adaptativo nos resulta durante la mayor parte de nuestra vida y que tan pesado se puede hacer para confrontar nuestro final; lo hizo, empero, sin dejar de disfrutar del día a día, sin dejar de pensar, de reflexionar e incluso de escribir (hace unos días acababa de publicar su ya último libro); lo hizo arropado por su familia, sus seres queridos y por esa Ibiza privada en la que vivió sus mejores años. Lo hizo, en suma, feliz y en paz.