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El plante de Rajoy a Bruselas no es buena noticia
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Antonio España

Monetae Mutatione

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El plante de Rajoy a Bruselas no es buena noticia

Para tener una dimensión del déficit público, les propongo que imaginen que cogen todo ese dinero que, sin tenerlo, las diferentes administraciones públicas de nuestro país

Para tener una dimensión del déficit público, les propongo que imaginen que cogen todo ese dinero que, sin tenerlo, las diferentes administraciones públicas de nuestro país han gastado en 2011 por encima de lo que ingresaron ese año y le piden al BCE que lo imprima en billetes de 500 euros. Si apilaran todos esos billetes formando una especie de torre, ¿se hacen una idea de la altura que alcanzaría? ¿Cómo las torres del final de la Castellana en Madrid? ¿Cómo la torre Sears de Chicago? ¿Cómo el Burj Khalifa de Dubai? Pues bien, en todos los casos nos quedaríamos cortos, ya que nos daría para cubrir dos veces la altura del Everest.

Y es que esa costumbre de compararlo todo con el PIB es muy práctica y, a la vez, también muy apropiada para despistar al ciudadano. Porque, ¿compararían ustedes la diferencia entre sus gastos e ingresos personales con el total del consumo o de los ingresos de su bloque o urbanización? ¿Se imaginan un CEO del Ibex 35 explicando a los analistas del mercado el resultado negativo del año poniéndolo en relación con el PIB nacional?

Comparado con el PIB, quizás un 5,8%, un 4,4% o un 3% no parezca mucho, pero si lo miran en valor absoluto y le añaden todos los ceros, descubrirán que esos angelitos que son nuestros políticos pretenden gastarse este año aproximadamente otros 60.000.000.000 euros más de lo que prevén ingresar. Es decir, otro pico y medio... del Everest.

Y el caso es que a algunos aún les parece poco déficit, porque leyendo los editoriales del fin de semana, parece que anda todo el mundo muy contento y orgulloso del aparente desplante que le hizo nuestro presidente a Bruselas el pasado viernes. Estamos todos felices porque aquí se baja el déficit lo que diga Rajoy, y no lo que le manden una señora rubia del norte de Europa. Hasta Rubalcaba ha aplaudido, lo cual ya es suficiente síntoma para hacérselo ver. No sé qué pensarán ustedes, pero cuando en este país gobierno y oposición están de acuerdo en algo, lo primero que hay que hacer es echarse la mano a la cartera.

Porque comprometerse a una reducción del gasto menor de la que exigen las circunstancias, no es defender los intereses de los españoles. Si se trata de algo, es de defender los intereses de la propia clase política y de evitar un recorte de verdad, que elimine privilegios, adelgace la estructura elefantiásica del Estado de las Autonomías y devuelva a los ciudadanos la capacidad de elección sobre lo que hacen con su dinero.

Se ha dicho que haber asumido el objetivo del 4,4% de déficit hubiera sido suicida, por agravar una recesión que ya estamos sufriendo. Y es verdad que estamos sufriendo ya una importante recesión, como muestran prácticamente todos los indicadores adelantados, entre ellos el índice PMI del sector servicios, que se publicó ayer y que ha caído en febrero un 4,2%. Pero con un 8,5% de déficit en 2011 y el 2012 camino del 5,8%, no creo que sea cuestión de achacárselo a la austeridad. ¿O sí?

Aun así, los defensores de que el estado meta mano allí donde pueda —que, como decía Hayek, de estos, los hay en todos los partidos—, sostienen que los que nos empeñamos en que el gasto público se acerque todo lo que se pueda a lo que realmente se ingresa pretendemos ponernos la soga al cuello nosotros mismos. Dicen que así asfixiamos cualquier atisbo de crecimiento económico. Y dicen, además, que sin crecimiento, los esfuerzos por reducir el déficit son contrarios a la creación de empleo.

No se puede negar que el razonamiento parece intuitivo. No crecemos porque familias y empresas se afanan en restringir su consumo e inversión para pagar la inmensa deuda acumulada durante la fiesta expansiva. Por tanto, nos dicen, es hora de que el gobierno actúe y aporte su granito de arena al crecimiento. Así, el mayor dispendio público generará la demanda que hace falta para poner en marcha de nuevo la maquinaria productiva que, a su vez, nos hará retornar a la senda de la creación de empleo. Así es como el granito de arena que aporta el estado se ha convertido en una montaña. O dos. Y del tamaño del Everest.

Como diría Bastiat, el argumento del mayor gasto público para crecer se basa en lo que se ve, pero obvia lo que no se ve. Y lo que no se ve es de dónde saca el Estado los dineros para gastar. Porque el Estado, como decía Mises, no es Santa Claus, necesita sacar el dinero de algún sitio, ¿adivinan de dónde?

Si acude al bolsillo de los ciudadanos para atajar el déficit por la vía de los impuestos, ese dinero dejará de estar disponible para el consumo o la inversión privada. Por lo tanto, desvestimos un santo para vestir otro. Con la diferencia, además, de que con toda probabilidad vestiremos al santo equivocado —y con la ropa menos adecuada. No me hablen de supuestos multiplicadores. Piensen en aeropuertos vacíos, subvenciones a sindicatos y partidos políticos, duplicidades en la administración autonómica y local, etc. y díganme qué multiplica eso aparte del derroche.

Si el Estado acude al mercado de crédito, también parece evidente que por la vía de los intereses estará hipotecando los impuestos de mañana pero, sobre todo, estará retirando del conjunto de fondos prestables —bastante escasos hoy en día— unos euros preciosos para quienes pueden realmente hacer crecer la economía: las empresas y los emprendedores. Es lo que se conoce como efecto expulsión o crowding out, o lo que es lo mismo, lo que se le presta al Estado, no se le puede prestar al particular. Y los bancos prefieren prestar al Estado, como veremos a continuación.

La tercera opción es la inflación, mucho menos visible y, por tanto, más abyecta. Porque por esta vía, se imprimen los billetes necesarios para pagar el exceso de gasto, generando una inflación que expropia, sin defensa jurídica posible, los ahorros de los ciudadanos a través de la pérdida de poder adquisitivo de su moneda. Para ello no es necesario imprimir el dinero físicamente, eso se notaría demasiado —acuérdense del Everest. Basta con que (1) el Estado emita deuda, (2) la deuda la compren los bancos, (3) los bancos acudan con el papel comprado al BCE, (4) y el BCE les inyecte liquidez en lo que llaman una operación de refinanciación a largo plazo (LTRO por sus siglas en inglés). Et voilá, se obró el milagro de la creación de dinero de la nada.

Por eso, cuando uno mira más allá, descubre que esa idea de que el estado gaste más, lejos de contribuir al crecimiento, lo que termina es generando más paro y más pobreza. Por eso es una malísima noticia que Rajoy y sus ministros no hayan tenido el coraje para recortar el gasto de verdad en 2011. Pues todo lo que se va a conseguir es retrasar aún más el inicio de la recuperación y la vuelta al crecimiento.

Como decía Fran Shostak en su blog hace unos días, «lo que hace falta para reavivar la economía no es potenciar la demanda agregada, sino sellar todos los agujeros para la creación de dinero de la nada y acabar con el gasto público. Esto permitiría a los verdaderos generadores de riqueza reavivar la economía permitiéndoles seguir adelante en el negocio de la generación de riqueza.» (enlace en español aquí).

Para tener una dimensión del déficit público, les propongo que imaginen que cogen todo ese dinero que, sin tenerlo, las diferentes administraciones públicas de nuestro país han gastado en 2011 por encima de lo que ingresaron ese año y le piden al BCE que lo imprima en billetes de 500 euros. Si apilaran todos esos billetes formando una especie de torre, ¿se hacen una idea de la altura que alcanzaría? ¿Cómo las torres del final de la Castellana en Madrid? ¿Cómo la torre Sears de Chicago? ¿Cómo el Burj Khalifa de Dubai? Pues bien, en todos los casos nos quedaríamos cortos, ya que nos daría para cubrir dos veces la altura del Everest.

Mariano Rajoy