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De unicornios y estímulos monetarios
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Antonio España

Monetae Mutatione

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De unicornios y estímulos monetarios

Seguramente han oído hablar ustedes de los unicornios, seres mitológicos que llegaron a ser muy conocidos en la Europa de la Edad Media y el Renacimiento

Seguramente han oído hablar ustedes de los unicornios, seres mitológicos que llegaron a ser muy conocidos en la Europa de la Edad Media y el Renacimiento y que se asemejaban a un caballo con un único cuerno con forma de espiral naciéndole de la frente y de color típicamente blanco, simbolizando la pureza. Considerado indomable y muy difícil de cazar, se trataba de un animal muy buscado en aquella época, dado que se creía que su asta actuaba como antídoto de cualquier veneno y de medicina contra toda enfermedad. Por ello, no era raro que reyes y nobles les compraran a comerciantes y aventureros polvo de cuerno de unicornio, de la misma forma que hoy vemos a economistas vendiéndoles a nuestros gobernantes las propiedades mágicas del dinero de papel.

Como, por ejemplo, el nobel Joseph Stiglitz, que la semana pasada en su blog en el NY Times alababa a Japón como auténtico role model en la apuesta decisiva por el cuerno de unicornio (NY Times, "Japan Is a Model, Not a Cautionary Tale", 9/6/2013). Como si el Banco de Japón (BoJ) no hubiera ensayado con anterioridad políticas monetarias expansivas con escaso o nulo éxito. Quizás sería interesante recordar que entre junio de 1991 y diciembre del 2000 los tipos de interés en aquel país cayeron de un 6% a un 0,25%, mientras que la tasa de crecimiento interanual del balance del BoJ pasó del 6% en junio del 91 al 46,6% en marzo del 98. ¿Resultado? Un crecimiento medio del PIB del 1,2% y de la producción industrial del 0,1%. Era cuerno de narval.

Y es que, del mismo modo que los vendedores de pócimas mágicas de la Edad Media estaban más interesados en hacer un lucrativo negocio a costa de la ingenuidad de sus víctimas, no cabe esperar de los proponentes de soluciones monetaristas, sean estos Gobiernos, bancos centrales, entidades financieras o economistas profesionales, otra cosa que no sea perseguir su propio interés, aun en perjuicio de los ciudadanos, cuando favorecen la impresión de dinero como si tuviera los mismos efectos que el asta de unicornio.

Cuando hablo de 'imprimir' les ruego lo entiendan como una representación esquemática del proceso de creación de dinero ex nihilo llevado a cabo por bancos centrales e instituciones financieras. Una forma de expresión que quiere transmitir visualmente la idea de la creación de dinero de la nada y que abarca no sólo la fabricación de billetes físicos, sino también la anotación de asientos contables en los libros de la autoridad monetaria –cuando esta crea dinero expandiendo su balance– y de los bancos comerciales –cuando crean dinero concediendo créditos sin el respaldo del ahorro.

Pues bien, el sistema económico actual, basado en el control centralizado de la creación de dinero por el Estado, que fue alumbrado durante el siglo XX a raíz del auge del intervencionismo y la acumulación de poder estatal en detrimento de la libertad de los ciudadanos, no constituye sino la confluencia de los intereses del Estado y de un sector bancario basado en el privilegio de la reserva fraccionaria (Monetae Mutatione, "Acabemos con la reserva fraccionaria", 4/10/2011).

Es evidente que el Estado, liberado desde 1971 del corsé impuesto por el patrón oro, es el primer y mayor beneficiado del sistema monetario vigente. No en vano, gracias a la capacidad de imprimir moneda disfruta de una forma bastante más opaca que los impuestos para financiar su expansión, pudiendo incurrir en déficits que difícilmente serían asumibles en otro tipo de esquema sujeto a las reglas del libre mercado.

Porque la magia del esquema actual permite al Estado crecer y expandirse en cualquier fase del ciclo económico ya que (1) durante la gestación y desarrollo de la burbuja aumentan los ingresos fiscales, por más que el crecimiento sea insostenible y dado que (2) con su estallido los bancos centrales reducen los tipos de interés y canalizan dinero de nueva creación a través de las entidades financieras que compran, ¿adivinan qué? Exacto, deuda pública. Estas son, por ejemplo, algunas de las “medidas no convencionales” a que se ha referido Draghi recientemente.

Pero, además, como segunda derivada, el actual sistema ofrece una ventaja adicional a los Gobiernos, especialmente en tiempos de tribulación como estos. Y es que la acumulación de poder en el Estado en materia económica y, especialmente, financiera, resulta muy atractiva a amplias capas de la sociedad, que ven a los bancos como los villanos de la película y a los gobernantes como los superhéroes que van a salvar el planeta Tierra de sus garras. De creer en los unicornios a creer en Superman sólo hay un paso.

En relación con los bancos, estarán de acuerdo conmigo en que no hay negocio más lucrativo, más incluso que la comercialización de cuerno de unicornio 'auténtico', que el de la banca con reserva fraccionaria. Pues nadie más, aparte de las autoridades monetarias, tiene el privilegio de poder crear dinero de la nada sin coste alguno y prestarlo a terceros cobrando un interés. Se trata de beneficio puro que cuenta, además, con la ventaja adicional de tener a un Estado presto a socializar los riesgos cuando las cosas van mal, tal y como venimos comprobando en los últimos años.

La sustitución de un dinero sólido, físicamente limitado y, por tanto, poco manipulable y, hasta podríamos decir, apolítico, por un dinero de pega, junto con (i) las leyes de curso forzoso –que obliga a los ciudadanos a utilizar el dinero estatal–, (ii) la función de los bancos centrales como prestamistas de última instancia, (iii) el fondo de garantía de depósitos y (iv) una regulación favorable, han permitido que el sistema financiero haya alcanzado el tamaño y la relevancia que tiene hoy en día en la sociedad, aun estando edificado sobre cimientos de barro.

Pero, es más, como estamos viendo también en estos años de crisis, la banca juega un papel indispensable en las políticas de estímulo monetario de los diferentes Gobiernos. La impresión de billetes es una parte muy pequeña de la creación de dinero. Nadie, que se sepa, ha visto en realidad al helicóptero de Ben Bernanke sobrevolando nuestras ciudades, como tampoco consta que nadie haya visto un unicornio auténtico. ¿Cómo se inocula en el sistema el nuevo dinero entonces? Pues, en la práctica, cualquier inyección monetaria es canalizada al resto de la economía a través del sistema financiero, que son los primeros que reciben los fondos del banco central de turno y, por tanto, los primeros y mayores beneficiados. ¿Recuerdan el famoso carry trade? Pues eso.

Pero es que hay un beneficio extra, a modo de bonus, que favorece a los bancos y, en cierta medida, también a los estados. Y es que la pérdida constante de poder adquisitivo del dinero –a un ritmo objetivo del 2% anual– fuerza incluso a los aversos al riesgo más recalcitrantes a poner sus ahorros en manos de los bancos o bien comprar deuda pública si no quieren que su dinero pierda valor debajo del colchón.

No es de extrañar, por lo tanto, que entre los políticos, los burócratas de los bancos centrales, los banqueros y los economistas profesionales que se ganan el pan ofreciendo el sustento intelectual a los anteriores, nos encontremos con los más fervientes defensores de las medidas de estímulo monetario. Estén atentos porque, en los próximos dos días, la Fed debatirá en su convención de vendedores de polvo de cuerno de unicornio el futuro de los Quantitative Easings, algo que a los ciudadanos de a pie debería olernos precisamente a 'cuerno quemado'.

Varios son los motivos por lo que las políticas expansivas no favorecen, sino que perjudican, al común de los mortales. Primero, porque cuando el nuevo dinero llega a los ciudadanos ya ha perdido su efecto 'mágico', es decir, ya se han hecho notar los efectos distorsionadores tanto en la pérdida de poder adquisitivo como en la alteración de los precios relativos. Segundo, porque perpetúan la propensión del Estado a seguir expandiéndose y continuar incurriendo en déficit y contrayendo deudas. Tercero, porque cortocircuitan el necesario ajuste de una estructura productiva absolutamente desequilibrada, fruto de las malas inversiones de la burbuja.

Por todo ello, cuando les vendan como necesarias las políticas de relajación monetaria, les sugiero que recuerden que los unicornios no existen.

Seguramente han oído hablar ustedes de los unicornios, seres mitológicos que llegaron a ser muy conocidos en la Europa de la Edad Media y el Renacimiento y que se asemejaban a un caballo con un único cuerno con forma de espiral naciéndole de la frente y de color típicamente blanco, simbolizando la pureza. Considerado indomable y muy difícil de cazar, se trataba de un animal muy buscado en aquella época, dado que se creía que su asta actuaba como antídoto de cualquier veneno y de medicina contra toda enfermedad. Por ello, no era raro que reyes y nobles les compraran a comerciantes y aventureros polvo de cuerno de unicornio, de la misma forma que hoy vemos a economistas vendiéndoles a nuestros gobernantes las propiedades mágicas del dinero de papel.