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José Luis Losa

Por las esquinas

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El precio del silencio

¿Pagaríamos por disfrutar de un momento o lugar sin ruido? ¿Cuántos buscaríamos espacios como el "vagón en silencio" de Renfe para poder estar en paz un rato en algunos sitios?

Foto: Fontana di Trevi en Roma llena de turistas esta semana. (J. L. Losa)
Fontana di Trevi en Roma llena de turistas esta semana. (J. L. Losa)
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Hace tiempo que Renfe, al igual que el resto de la sociedad, tiró la toalla en la batalla contra el ruido. Durante años, si algún maleducado llamaba por teléfono en mitad de un viaje, se le invitaba amablemente a colgar o salir a la plataforma entre coches para no molestar a los demás viajeros.

Hoy en día, esto es impensable porque no es una única persona la que hace ruido. Una fila más allá, hay otro pasajero que, además, pone el móvil en modo "manos libres" obligando a todos a escuchar también a su interlocutor. Un poco más adelante, unos padres ponen a los niños un episodio de La patrulla canina o Dora la exploradora con el volumen para todo el vagón. Junto a ellos, unos jóvenes devoran como locos reels de Instagram o TikTok con sus músicas en alto. En la mesa con cuatro asientos, unos viajeros comen y toman cervezas como si estuvieran en el McDonald's (de hecho, su bolsa de papel les delata). Y, sentado a tu lado, hay una persona que decide poner una película en su dispositivo y te planta la pantalla delante con la que te obliga a verla y oírla…

Foto: Fuente: iStock.

Ante esta realidad, Renfe hace años que decidió dejar de intentar educar a esta sociedad sin remedio. Sin embargo, algún sabio de la compañía tuvo la brillante idea de, al menos, poner un "vagón en silencio", que nos salva a los 50 afortunados viajeros que encontramos plaza, previo pago para la selección de asiento. El problema es que fuera de esos trenes la situación sigue siendo exactamente la misma sin que podamos poner "plazas en silencio" en las ciudades.

Estos días de viaje podemos ver que lo peor de la "turistificación" no es la masificación, sino su comportamiento, que es directamente proporcional al ruido que genera. Acudes a una histórica plaza europea a disfrutar un rato de su contemplación y te invade la sensación de estar en una feria o un parque de atracciones. La actitud de los turistas es la misma en Times Square que en la Fontana di Trevi, donde ya es imposible incluso escuchar el imponente rugido del agua que cae de esas cascadas esculpidas en la fachada del gran edificio que domina la plaza diseñada por Bernini.

El problema no es que haya cientos de personas congregadas para disfrutar de la belleza de este monumento único, sino su incapacidad para estar calladas. Grupos de turistas charlando a voz en grito, guías hablando con altavoces, personas haciendo videollamadas en directo ante el monumento, vendedores de souvenirs vociferando su mercancía y, como no, locales de negocios-franquicias que se unen a la fiesta poniendo música alta para atraer a los clientes o incluso altavoces en la puerta del establecimiento…

Foto: Cientos de personas en la feria de Málaga el 16 de agosto. (EFE/Zapata)

Lo de la Fontana de Trevi es solo un ejemplo menor comparado con otros muchos puntos históricos y ciudades enteras (Venecia y Dubrovnik son el mayor exponente de la degradación turística) donde el ruido y la mala educación ya han echado a los viajeros que buscaban la autenticidad de unas plazas que ya no encuentran.

Esta semana, viajé a Matera (Italia) para disfrutar del ambiente mágico sin igual de la tercera ciudad habitada más antigua del mundo. Pasear por sus calles es volver siglos atrás, como bien descubrió Mel Gibson para rodar su Pasión de Cristo hace unos años.

Al atardecer, la mayoría de los turistas se han ido (vuelven a la cercana Bari o a los cruceros) y los que hay no tienen ya fuerzas para hablar después de tanto subir cuestas y escaleras, por lo que el silencio hace aún más espectacular la experiencia.

placeholder Turistas pasean por Sassi di Matera. (Reuters/Yara Nardi)
Turistas pasean por Sassi di Matera. (Reuters/Yara Nardi)

En uno de los miradores más conocidos, la piazza de San Pietro, los viajeros disfrutábamos de una vista sin igual e intentábamos grabar en nuestra memoria uno de esos instantes en los que parece que se ha detenido el tiempo. Sin embargo, un músico callejero empezó a interpretar temas actuales, rompiendo toda la magia del momento. El joven no cantaba nada mal y además el repertorio era bueno… para un chiringuito en la playa.

Los allí presentes le miramos con cara de horror, aunque el chico siguió con su trabajo, buscando unos euros con los que ganarse la vida. Entonces, me acordé del "vagón en silencio" de Renfe y comenté en broma a los que me rodeaban que habría que pagarle por no tocar. Sin embargo, la idea debió entusiasmarles porque en un momento habían juntado unos billetes que ofrecimos al músico para que se tomara un largo rato de descanso. Le explicamos la situación de buena manera y lo entendió perfectamente, aunque insistió en agradecernos la propina con algún tema de nuestra elección, lo que declinamos con contundencia.

Gracias a esta ocurrencia, pudimos disfrutar de un atardecer grandioso… en silencio. Todos los presentes entendían el valor de esa ausencia de ruido como un tesoro secreto que habría que preservar en cualquier calle o plaza, pero especialmente en sitios históricos así.

Foto: Fuente: iStock

Sin embargo, esa percepción es poco común. Hace años que los ciudadanos ganamos una gran batalla social en los espacios públicos al impedir que los fumadores impusieran el humo de su tabaco como lo "normal". Sin embargo, el ruido se ha convertido en una nueva forma de agresión pública permitida y constante que parece imposible revertir.

Quizá sea necesario empezar por pequeños gestos, como el reducto de Renfe, hasta darle la vuelta a la situación y que lo minoritario sea un "vagón sin silencio" para aquellos que prefieran viajar haciendo ruido. En cuanto a los espacios al aire libre, solo se me ocurre un argumento: ¿se imaginan cómo tiene que ser disfrutar de la Fontana de Trevi en silencio y pudiendo escuchar el rugir de sus cascadas? Pues no tienen que pagar nada por ello. Es completamente gratis. Solo es necesario que se callen.

Hace tiempo que Renfe, al igual que el resto de la sociedad, tiró la toalla en la batalla contra el ruido. Durante años, si algún maleducado llamaba por teléfono en mitad de un viaje, se le invitaba amablemente a colgar o salir a la plataforma entre coches para no molestar a los demás viajeros.

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