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Milmillonarios: ¿el síntoma de un fracaso?
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Milmillonarios: ¿el síntoma de un fracaso?

Debemos cuestionarnos si cada nuevo milmillonario constituye un éxito del sistema económico actual o un síntoma evidente de su fracaso

Foto: Imagen de Frantisek Krejci en Pixabay.
Imagen de Frantisek Krejci en Pixabay.

La desigualdad económica sigue fuera de control. Mientras el número de milmillonarios se ha duplicado en la última década, la mitad de la población mundial vive con menos de cinco euros al día, y 735 millones de personas continúan viviendo en situación de pobreza extrema. En 2019, 2.153 milmillonarios poseían la misma riqueza que 4.600 millones de personas. Ante el aumento desbocado de la distancia entre una élite que sigue acumulando riqueza y el resto de la ciudadanía, debemos cuestionarnos si cada nuevo milmillonario constituye un éxito del sistema económico actual o si, en cambio, como cada vez más voces expertas plantean, un síntoma evidente de su fracaso.

La crisis climática nos ha demostrado que la búsqueda persistente del crecimiento económico como vía principal para mejorar el bienestar de la sociedad, mantra del sistema imperante, es insostenible. Por si eso fuera poco, la terrible inequidad en la distribución de ese crecimiento ha convertido el mantra en una peligrosa falacia. Entre 1980 y 2016, el 1% más rico de la población acaparó una cuarta parte del crecimiento generado, 27 centavos por cada dólar, más del doble de lo recibido por el 50% más pobre, que solo obtuvo 12 centavos. Hoy, abundan las evidencias que nos confirman que la calidad democrática, la defensa de la libre competencia y la igualdad de oportunidades para todas las personas están reñidas con la acumulación de riqueza y poder de que disfrutan determinadas élites y las grandes empresas transnacionales, algunas de estas con cifras de facturación superiores al presupuesto de muchos países.

Debemos poner a las personas y la sostenibilidad de la vida en el centro, desplazando hacia fuera el crecimiento y el consumo desmedidos

O cambiamos de paradigma o la crisis climática y de desigualdad —dos caras de la misma moneda— será cada vez más acuciante. Para corregir el rumbo, debemos poner a las personas y la sostenibilidad de la vida en el centro, desplazando hacia fuera el crecimiento y el consumo desmedidos. En este sentido, resulta tan paradójico como sintomático que nuestro sistema económico y social actual haga invisible y deje en los márgenes el trabajo que precisamente lo sostiene: los 12.500 millones de horas que mujeres y niñas dedican cada día al trabajo de cuidados no remunerado, equivalente a que 1.500 millones de personas trabajasen a jornada completa sin recibir ningún salario a cambio. Si tareas como el cuidado del hogar y de las personas, la salud y la educación o, aún en muchos países en desarrollo, tareas como la recogida de agua y leña dejaran de realizarse, la economía mundial tardaría poco tiempo en colapsar.

Foto: "La desigualdad económica está sorprendentemente arraigada", según Oxfam

La invisibilidad, la precarización y la desigual distribución del trabajo de cuidados contribuyen a perpetuar tanto las desigualdades económicas como las desigualdades entre hombres y mujeres. Frente a esta injusticia, tal como explicamos desde Oxfam Intermón en nuestro nuevo informe, ‘Tiempo para el cuidado’, es imprescindible que gobiernos, empresas y ciudadanía, desde una lógica de corresponsabilidad, demos un paso adelante. Por un lado, para reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidados no remunerado que recae sobre las mujeres y las niñas; por otro, para asegurar que las personas que trabajan en el sector de cuidados, fuertemente feminizado y precarizado, lo hagan de forma digna, con sus derechos plenamente garantizados. En la actualidad, por ejemplo, tan solo el 10% de las trabajadoras del hogar están protegidas por la legislación laboral general en la misma medida que el resto de personas trabajadoras.

La situación actual, caracterizada por una grave crisis climática y de desigualdad, nos exige avanzar hacia un nuevo modelo

Durante décadas, muchas personas e instituciones han puesto su empeño en humanizar un sistema económico deshumanizado. Sin embargo, este esfuerzo ha resultado insuficiente. No se trata ya de seguir denunciando las injusticias de un sistema fallido y sexista, ni de continuar reclamando la mitigación de sus efectos negativos sobre el planeta y las personas más vulnerables; la situación actual, caracterizada por una grave crisis climática y de desigualdad, nos exige avanzar hacia un nuevo modelo que genere una distribución equitativa de la riqueza, garantice la igualdad real de oportunidades y ponga a las personas y la sostenibilidad de la vida en el lugar que les corresponde.

La cuestión es si tendremos o no la capacidad suficiente para imaginarlo, y la determinación necesaria para llevarlo a cabo.

*Alex Prats, responsable de desigualdad de Oxfam Intermón.

La desigualdad económica sigue fuera de control. Mientras el número de milmillonarios se ha duplicado en la última década, la mitad de la población mundial vive con menos de cinco euros al día, y 735 millones de personas continúan viviendo en situación de pobreza extrema. En 2019, 2.153 milmillonarios poseían la misma riqueza que 4.600 millones de personas. Ante el aumento desbocado de la distancia entre una élite que sigue acumulando riqueza y el resto de la ciudadanía, debemos cuestionarnos si cada nuevo milmillonario constituye un éxito del sistema económico actual o si, en cambio, como cada vez más voces expertas plantean, un síntoma evidente de su fracaso.

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