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Por qué ya casi nadie hace caso a los dogmas económicos
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Por qué ya casi nadie hace caso a los dogmas económicos

En esta nueva fase de inestabilidad económica, son de nuevo instituciones con claro mandato y menos ataduras las que pueden permitirse hacer caso omiso de la ortodoxia

Foto: Bolsa de Madrid. (EFE/Vega Alonso del Val)
Bolsa de Madrid. (EFE/Vega Alonso del Val)

Con su clásico y áspero ingenio, tan característico de la clase alta británica, Keynes recordaba a sus lectores que los líderes de su tiempo eran víctimas de creencias desfasadas. Lo que el gran economista quería subrayar en 1936, el año en que publicó su 'Teoría General', es que los políticos dependían enormemente de manuales económicos escritos hacia una generación. Sirva como ejemplo la adhesión irracional al patrón oro, que tan bien describiría Polanyi en su 'Gran Transformación'. Solo aquellos que llegaron al poder sin ataduras, ya fuese por apabullante mandato democrático (Roosevelt) o mediante puños y pistolas (en el caso de los fascismos), se alejaron de la ortodoxia y superaron prematuramente la crisis del 29. La guerra posterior convirtió virtualmente a todas las naciones en economías planificadas, movilizando amplios sectores bajo la supervisión pública. Incluso en el corazón del mundo libre, el pronto estallido de la guerra de Corea implicó que los controles de precio estuviesen vigentes en Estados Unidos hasta la segunda mitad de los 50.

Foto: (iStock)

Más tarde y contra las historias simplistas de algunos izquierdistas, ni Thatcher ni Reagan ni sus imitadores acabaron totalmente con la sana combinación de Estado y mercado que ha caracterizado toda prosperidad económica desde los tiempos de Adam Smith. De hecho, los anglosajones aumentaron enormemente el gasto público en los 80, demostrando 'de facto' que los fundamentalistas de mercado también dependen del "dinero de otros" ('other people’s money'). Más recientemente, el 'boom' financiero ha acelerado la frecuencia e impacto de las crisis, abriendo las puertas a las ya cada vez más convencionales "políticas monetarias no convencionales". Fueron los controles de capital, proscritos en Europa, los que salvaron las economías en crisis de Asia Oriental de movimientos especulativos de deuda en 1997. Una década después, fue la compra masiva de deuda por parte de bancos centrales en Europa y EEUU (contabilizada en trillones) la que salvó a las economías occidentales. Pocos libros de texto consideran con seriedad y fuera de la excepción estas intervenciones públicas, que paradójicamente salvaron a Occidente. Las dos últimas crisis, con gobiernos atados por uniones monetarias y pactos fiscales, no han sino acelerado esta disonancia cognitiva entre teoría y práctica.

¿Dios salve a… los bancos centrales?

No es casualidad que, en esta nueva fase de inestabilidad económica, sean de nuevo instituciones con claro mandato y menos ataduras las que pueden permitirse hacer caso omiso de la ortodoxia. Efectivamente, hablamos de los bancos centrales. Al igual que en 2008, desde 2020 la Reserva Federal estadounidense, el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra, el Banco de Japón y otros han reaccionado con medidas sin precedentes, interviniendo masivamente en los mercados de deuda y evitando, literalmente, el colapso tras la pandemia. De hecho, este sostén público global (ya sea de bancos centrales o tesorerías sostenidas por los mismos) es uno de los aspectos más vejatorios para la población cuando se les conmina a "apretarse el cinturón". El FMI ha publicado recientemente su análisis de la última gran inyección de capital estatal: solo en 2020, la ratio mediana invertida en compra de deuda en economías avanzadas fue del 17,7% del PIB equivalente a 2019.

Foto: La vicepresidenta económica, Nadia Calviño. (EFE/Zipi)

Igualmente, sorprende la cantidad mediana dedicada a política fiscal, equivalente a 15,2% del PIB 2019 en países avanzados. El dato clave del mismo informe es que la intervención de los países estudiados (74) se distribuyó en aproximadamente 5.500 medidas. 5.500 evidencias de que la afirmación "el Estado parasita al sector privado" equivale a decir "Elvis vive". No solo el Estado y su moneda garantizan la solvencia de incontable capital privado, sino que, además, la infraestructura pública estimula y sostiene la prosperidad privada. Si algo caracteriza a los que se llevan las manos a la cabeza con la deuda pública es su corta memoria. Los déficits recientes surgen expresamente de las intervenciones para salvar la economía. De no querer asumir ese endeudamiento, estos alarmistas deberían desglosar cuánta liquidación empresarial, desempleo y sufrimiento económico habría sido asumible con tal de no endeudarse un céntimo. Incluso, de aceptar esa premisa, los críticos deberían explicar cómo se cuadra el círculo de la fracción reducción deuda/PIB cuando el crecimiento colapsa sin estímulos públicos. Que le pregunten a Grecia… Finalmente, la relación público-privada opera a un nivel incluso más granular. Por ejemplo, son los ecosistemas públicos y su efecto en la innovación a largo plazo los que han permitido la robusta respuesta médica a la crisis. Rugen ahora, sin embargo, las voces contra el despilfarro público que (supuestamente) habría alumbrado la inflación. Y decimos supuestamente porque, en realidad, el fenómeno es mucho más complejo y merece un debate económico honesto.

El fin del disimulo y el comienzo de la honestidad económica

El término 'honestidad económica' aquí no hace referencia a la corrupción o la adulteración de estadísticas. Más bien, a la necesidad imperante de reconocer lo evidente: muchas ideas que dominan la disciplina económica apenas juegan un papel relevante en la práctica económica. Lo saben en la Reserva Federal estadounidense, cuyas investigaciones dejan en entredicho los mitos en torno a los 70. Rudd, con su 'Inflation expectations' (2021), criticaba duramente el consenso reinante respecto a la inflación: que son las expectativas de inflación las que la determinan en última instancia. El miembro de la Fed desmantela los axiomas teóricos, prácticos y empíricos, mostrando que quizá los bancos centrales y sus mensajes tienen menos efecto que el se pensaba. Al contrario, sugerían Ratner y Sim (también del sistema Fed) este mayo que fue el declive en densidad sindical lo que verdaderamente terminó con las espirales de salarios-precios. El famoso tarifazo de Volcker sería en cualquier caso una causa indirecta, contribuyendo a la recesión que desmanteló el poder obrero dentro y fuera de Estados Unidos.

Esto lo podría firmar el polaco Kalecki, evidentemente (y quizá también Marx). Según los investigadores de la Fed, la inflación no es tanto ese fenómeno "fundamentalmente monetario" del que hablaban Friedman y sus acólitos. Fuera del inconmensurable "largo plazo", nos encontramos en el terreno incómodo de la economía política que el consenso neoclásico a veces trata de evitar. La inflación sería, como la describió el Nobel Tobin, el síntoma de contradicciones socioeconómicas presentes. Básicamente, hay actores en pugna reclamando trozos de una tarta cuya suma de peticiones excede el tamaño total de la tarta. Sí, agitación sindical; pero también cárteles y colusión para subir precios.

Foto: Christine Lagarde, presidenta del BCE. (Reuters)

La ventaja de abandonar la visión monocausal de la inflación (tipos de interés) es que nos permite encajar elementos de fontanería económica que de por sí tienen pocos visos de solucionarse mediante la acción del banco central. Hace una década, algunos por esa inflación que no llegaba y se limitaba a bienes y servicios muy concretos (viviendas, productos de lujo, etc.). Hoy, en caso de reanimación de masivas y complejas cadenas productivas globales, desastres climáticos y conflictos geopolíticos, ¿cómo podemos seguir sosteniendo que esto es meramente un problema que se soluciona aumentando el coste del capital?

Rechazar dogmas nos permite, como sostenía el articulista del 'Financial Times' Sandbu, explorar otros consensos económicos sin alarmismo. Por ejemplo, es evidente que una década sin demanda efectiva e inversión ha tenido consecuencias ('stocks' reducidos, estrechamiento de fuerza de trabajo), particularmente si ahora escasean factores productivos esenciales en el lado de la oferta. Aunque la inflación actual sea excesiva y está agudizada por el conflicto con Rusia, quizás una futura subida moderada y controlada de precios sea aceptable si se recupera el empleo y se termina de una vez por todas con el desempleo crónico de la juventud del sur de Europa. Aquí juega también un papel la famosa autonomía estratégica europea. ¿De qué sirve un "déficit cero" cuando careces de la base industrial para producir los carros de combate que necesita tu aliado? Siempre y cuando los gobiernos puedan cubrir los intereses de deuda, y los bancos centrales (¡también el BCE!) garanticen la solvencia de las divisas, hay mucho más espacio fiscal del que se pensaba para llevar a cabo inversión pública nacional y europea con capacidad de arrastre para la empresa privada.

Abandonar axiomas y afrontar los desafíos del presente

Sigue siendo la energía el principal precio al que se enfrentan los españoles y sigue siendo poco lo que una recesión provocada, que algunos ya demandan, haría para evitarlo una vez recuperada la actividad. Por el contrario, demasiadas voces progresistas se limitan a pedir ayudas que compensen los costes, una medida muy cara, regresiva y posiblemente ineficaz para enfrentarse al desafío. Lo que se necesitan son infraestructuras permanentes que contribuyan a reducir los precios a largo plazo, aportando certezas para inversores privados y demanda futura para nuevas tecnologías. El resultado deseado es justamente lo que sugieren Adrian, Bolton y Kleinnijenhuis, vinculados al FMI, cuando hablan del "gran arbitraje del carbón". Según sus cálculos (y para cualquiera con sentido común), la transición a un sistema energético sin carbón aportaría un total de casi 78 mil millones de dólares a la economía mundial. Un beneficio inconmensurable si añadimos el final de las dañinas emisiones de este material fósil…

Lo que nos lleva a reafirmar las ideas del comienzo: ¿si en las instituciones de gobernanza económica nadie hace caso ya a viejos dogmas, por qué siguen imperando sus ideas en las tertulias televisivas? Sería deseable abandonar algunos axiomas para poder afrontar los desafíos del presente. Sí, el Estado juega un papel crucial en la innovación, la política industrial activa más allá de precios asignados por el mercado es indispensable y las empresas públicas pueden proveer bienes y servicios con éxito. No, las bajadas de impuestos a los ricos no crean riqueza, la "austeridad expansiva" no existe y un salario mínimo bien diseñado no tiene por qué destruir empleo. En realidad, si nos hemos salvado de las dos crisis más recientes, es gracias a que muchos que tomaron decisiones clave dejaron de hacer caso a dogmas esgrimidos en algunos manuales de economía. Pero el cambio todavía no lo hemos visto permear a gran parte de la sociedad, que sigue confiando en las creencias desfasadas de la generación pasada. En otras palabras: no es que el emperador esté desnudo, sino que banqueros centrales y otros le han cosido un traje cómodo y práctico a escondidas mientas algunos economistas, que no se dan por enterados, todavía están admirando su trasero.

Con su clásico y áspero ingenio, tan característico de la clase alta británica, Keynes recordaba a sus lectores que los líderes de su tiempo eran víctimas de creencias desfasadas. Lo que el gran economista quería subrayar en 1936, el año en que publicó su 'Teoría General', es que los políticos dependían enormemente de manuales económicos escritos hacia una generación. Sirva como ejemplo la adhesión irracional al patrón oro, que tan bien describiría Polanyi en su 'Gran Transformación'. Solo aquellos que llegaron al poder sin ataduras, ya fuese por apabullante mandato democrático (Roosevelt) o mediante puños y pistolas (en el caso de los fascismos), se alejaron de la ortodoxia y superaron prematuramente la crisis del 29. La guerra posterior convirtió virtualmente a todas las naciones en economías planificadas, movilizando amplios sectores bajo la supervisión pública. Incluso en el corazón del mundo libre, el pronto estallido de la guerra de Corea implicó que los controles de precio estuviesen vigentes en Estados Unidos hasta la segunda mitad de los 50.

Inflación Banco Central Europeo (BCE) Fondo Monetario Internacional (FMI)