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La ciudad de 15 minutos o cómo vendernos lo que ya tenemos
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Fernando Caballero Mendizabal

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La ciudad de 15 minutos o cómo vendernos lo que ya tenemos

La ciudad de los 15 minutos empieza a aparecer en el foco mediático a lomos de la iniciativa que abandera Anne Hidalgo, alcaldesa de París, el más opulento de los 131 municipios que componen la conurbación del Gran París

Foto: Imagen aérea de Barcelona. (EFE/Alejandro García)
Imagen aérea de Barcelona. (EFE/Alejandro García)

¡Han descubierto la rueda! A pocos meses de las elecciones municipales, las izquierdas españolas comienzan a soltar conceptos que abonen el terreno de cara a las propuestas municipales de sus alcaldes. La más novedosa, la ciudad de los 15 minutos, empieza a aparecer en el foco de la prensa a lomos de la iniciativa que abandera Anne Hidalgo, alcaldesa de París, el más céntrico, opulento y glamuroso de los 131 municipios que componen la conurbación del Gran París. El objetivo es que los ciudadanos mejoremos nuestra calidad de vida gracias a que todos los servicios públicos y privados que necesitamos en nuestro día a día estén a pocos minutos andando. Se genera por fin la deseada "ciudad policéntrica [una ciudad con muchos centros], que redunda en una mayor productividad, un aumento de la economía local y mejora de la huella de carbono". En definitiva, un impacto social positivo.

En España, una de las alcaldesas que más tiempo llevan trabajando en ese sentido es Ada Colau. Barcelona es una ciudad que por su realidad geográfica solo puede crecer hacia adentro y su alcaldesa está intentando mejorar la calidad del espacio público con un modelo de proximidad equivalente a los 15 minutos. El mejor ejemplo son las llamadas superislas. Se trata de reorganizar y estructurar el urbanismo de la ciudad introduciendo una mayor jerarquía viaria en el famoso Eixample, agrupando las características manzanas del Plan Cerdá, para crear islas interiores donde haya mucho menos tráfico y más espacio peatonalizado o reconvertido en las zonas verdes que el insigne urbanista catalán olvidó planificar.

Cabe preguntarse si realmente esa ciudad de 15 minutos no lleva existiendo toda la vida

Más allá de las críticas que está recibiendo Colau, y de la notable mejora que supondrán las superislas para la calidad de vida de sus ciudadanos, lo interesante es que estas se publicitarán como el gran objetivo cumplido del pack ideológico de la ciudad de 15 minutos que la izquierda propondrá para el conjunto de ciudades de toda España.

Y ahí es donde cabe preguntarse si realmente, en un país donde la población es eminentemente urbana y donde sus ciudades se encuentran entre las más compactas y densas de Europa, esa ciudad de 15 minutos no lleva existiendo toda la vida.

Nada que objetar a la ciudad mediterránea, compacta y densa de los ensanches burgueses como el de Barcelona. De hecho, Ada Colau, una de sus más firmes defensoras, es hoy incomprensiblemente atacada por mejorar la calidad de vida de los habitantes —y de paso los bolsillos de los propietarios rentistas— del Eixample, por introducir jerarquía viaria en el progresista y homogéneo trazado del Plan Cerdá (diseñado con calles y manzanas uniformes para dificultar las plusvalías de la burguesía catalana, entonces en pleno auge).

Foto: Imagen aérea de la ciudad de Logroño. (Ayuntamiento de Logroño)

Curiosa paradoja la de esta izquierda, que termina por reconocer y fomentar el valor positivo de lo diferente frente a lo igualitario. Pero también la de esta derecha que, cuando la izquierda hace políticas claramente conservadoras, protesta por protestar en lugar de darle la bienvenida —aunque con casi dos siglos de retraso— a un modelo que se acerca más al jerárquico y conservador Plan Castro, el plan urbanístico del ensanche madrileño que el equipo de Carlos Mª de Castro diseñó en las mismas fechas que el Plan Cerdá y que en cuya concepción ya hay superislas, como todo el damero de calles estrechas, tranquilas y con una escala más humana y agradable que se extienden entre las grandes avenidas de Serrano, Velázquez, Goya o Príncipe de Vergara. En ellas, la ciudad de 15 minutos lleva más de 150 años siendo una realidad.

La derecha europea debería celebrar (aunque sea a escondidas) que alcaldesas como Hidalgo y Colau, pongan hoy en práctica las teorías urbanas sesentayochistas. Teorías que son una enmienda a la totalidad del modelo de ciudad moderna —dividida por usos, típica del utilitarismo estatista que impulsó la socialdemocracia en toda Europa durante buena parte del siglo XX— y en su lugar abrazar con entusiasmo el urbanismo liberal y socialcristiano, propio de los ensanches burgueses del siglo XIX. Debería celebrarlo, porque es su modelo, que es lo mismo que decir: el modelo de la ciudad de 15 minutos.

Al igual que en París, plantearnos como objetivo la ciudad de 15 minutos tiene mucho más sentido en las periferias de las ciudades que en sus centros, donde ya existen. Y principalmente en ciudades como Madrid, donde, a diferencia de Barcelona, su modelo atrae cada vez a más y más población y todavía hay suelo libre para planificar bajo esos criterios. Es en Madrid donde la mayoría de sus electores arrastran todavía esa idea —al parecer un tanto facha— del desarrollo y del progreso material. La capital cambia rápido su fisionomía y sus ciudadanos saben que en veinte años habrá nuevos barrios, más rascacielos y más parques. Y es que, entre las grandes operaciones de Madrid Nuevo Norte y Madrid Nuevo Sur, los Desarrollos del Sureste, y otras como Campamento, Mahou-Calderón y Puerta del Ángel, a Madrid "no la va a reconocer ni la madre que la parió".

Si existe un problema de proximidad y uso excesivo del coche en Madrid, es en los barrios planificados en los años noventa

En Madrid, las ideas del decrecimiento que son el sustrato de la versión ideologizada de los 15 minutos que nos propondrá la izquierda no han cuajado. En una ciudad que crece, es muy difícil convencer a los ciudadanos de sacrificar sus expectativas reales de prosperidad material en el altar de la Pachamama. La ciudad puede seguir creciendo hacia afuera, desarrollando nuevas centralidades, planificando modelos de proximidad bajo el criterio técnico de los 15 minutos y —ojalá— sistemas de gobierno metropolitano que coordinen las políticas de planeamiento, vivienda y movilidad de los municipios de su área metropolitana.

También crecerá hacia adentro. Pero cuidado porque si bien las superislas del ensanche madrileño venían de serie, y los barrios construidos durante la segunda mitad del siglo pasado —al igual que en el resto de ciudades españolas— son densos y llenos de comercio de proximidad, no ocurre lo mismo con los todavía desangelados PAU de la periferia.

Si existe un problema de proximidad y uso excesivo del coche en Madrid es en los barrios planificados en los años noventa y construidos durante el boom inmobiliario. Los famosos PAU, que los gobiernos de izquierda planificaron y los de derecha fervorosamente ejecutaron bajo criterios que buscaban mantener unos altos estándares de calidad técnica pero sin que ello dejase de maximizar los beneficios de los promotores. Podemos convenir en que esos barrios son deficientes ciudades de 15 minutos, pues aunque existen, no terminan de estar bien configurados urbanísticamente ni los equipamientos públicos ni el comercio de proximidad.

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Es cierto, sus habitantes están contentos en estos tranquilos barrios, pero que las aceras de sus desangeladas calles sean más anchas que las de la Gran Vía, que además sus avenidas tengan la anchura de pistas de aterrizaje o que dentro de las rotondas, como ocurre en San Chinarro, quepa la Plaza de toros de Las Ventas, dicen mucho de los beneficios de las empresas que los construyeron y muy poco de la escala sociológica que manejaron sus planificadores. Su infrautilizado sobrecosto no deja de repercutir en el precio del suelo disponible y por tanto, en el precio de venta y alquiler de las viviendas.

A esto hay que añadir otro factor fundamental: su escasa edificabilidad. Son barrios poco densos a lo ancho (en su planificación) pero también a lo alto. Buena parte de los edificios de estos ensanches tan sobredimensionados que se construyeron en todas las ciudades españolas no superan las cinco o seis plantas. Pero pueden soportar perfectamente el doble de población, tal y como hacen los barrios de los años setenta y ochenta de muchas ciudades, donde es fácil alcanzar los 10 pisos.

Si en estos PAU se permitiese construir más edificios y muchas más viviendas, habría suficiente densidad de población como para que fuera rentable llenar de comercios y locales de todo tipo en sus plantas bajas. Para conseguir la ciudad de 15 minutos hay que construir más y más alto y, al igual que en Barcelona, hay que jerarquizar y dar calidad al espacio público de los PAU.

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Si se está pudiendo corregir y mejorar todo un tótem del urbanismo progresista, como es el discutido y discutible Plan Cerdá barcelonés, estoy seguro de que también se puede hacer lo mismo con el todavía más discutible urbanismo especulativo de los periféricos PAU madrileños.

Por eso no deja de sorprender que hoy en día sea la izquierda la principal enemiga de la edificabilidad. Bajo el pretexto de frenar la cultura del pelotazo, los mismos políticos que hablan de la ciudad de 15 minutos están fomentando modelos urbanísticos poco densos, aferrándose a las normativas con las que se construyeron esos PAU que critican. Los partidos políticos, las asociaciones vecinales, o los lobbies como Ecologistas en Acción, con la inestimable ayuda de cierta prensa y ciertas radios tan afines como acríticas, plantean propuestas de vivienda, movilidad y urbanismo completamente estériles, cuando no contraproducentes. No se puede estar a favor de la ciudad compacta y densa de 15 minutos y al mismo tiempo estar en contra de aumentar la edificabilidad —es decir de un mayor tamaño de los edificios de nuestras ciudades— con el pretexto de que eso fomenta la especulación inmobiliaria. A mayor edificabilidad, mayor proximidad. Por eso el resultado es que quienes así actúan son —sin quererlo— los mejores aliados de quienes quieren que el precio de la vivienda siga subiendo. Tontos útiles cuyas acciones solo sirven para aumentar las desigualdades que dicen combatir.

Valga como ejemplo el caso paradigmático del antiguo estadio Vicente Calderón. Donde se planeó sustituirlo por dos torres de viviendas y un amplio parque público. La oposición, sus asociaciones de vecinos afines y Ecologistas en Acción consiguieron modificar el proyecto aferrándose a la polémica normativa de un máximo de tres y cuatro alturas de Esperanza Aguirre y gracias a excusas tan peregrinas y absurdas como que "los rascacielos son de derechas". El resultado es que hoy se están construyendo menos viviendas que las originalmente proyectadas, y además sobre más espacio (el que iba a destinarse al parque). Todos pierden: menos parque, menos casas, y más caras, para cuadrar la mucho menor rentabilidad de la operación.

Foto: Edificio de la ONCE en la calle del Prado.

Así que ojo, ya que, a no ser que vivan ustedes en un suburbio especialmente mal conectado o en un barrio de chalets, diseñados para quienes quieren y pueden permitirse el no vivir en el modelo de los 15 minutos —Sant Cugat, Pozuelo, Rivas, Galapagar…— que no les vendan la moto de los 15 minutos. Muchos de ustedes ya viven en esa ciudad con los servicios públicos y el comercio de proximidad a unos 15 minutos. Y si no trabajan en la floristería, la gestoría o el supermercado del barrio, de seguro tienen a 15 minutos la parada de metro, cercanías o autobús con la que desplazarse a su puesto de trabajo. Y no es tema de este artículo entrar a valorar sobre si el tiempo de desplazamiento a su lugar de trabajo es tiempo perdido o si usted sabe utilizarlo de forma constructiva.

En Madrid, ante la falta de un verdadero proyecto alternativo, los mismos que protestaban cuando se soterró la M-30 y que ahora disfrutan de un magnífico parque a menos de 15 minutos de sus casas, son los que después se opusieron a la ampliación de Madrid Nuevo Norte aduciendo que la alcaldesa Carmena se vendía al capital. Y hoy se movilizan hipócritamente contra la tala de árboles —no lo hacen contra las talas de Renfe, dirigidas por el gobierno central—, necesaria para llevar a cabo las obras de la línea 11 del metro. Esta importante línea, servirá para coser la periferia del sureste, donde se concentra buena parte de la población vulnerable y con rentas bajas de la ciudad, haciendo así mucho más rápidos los desplazamientos al trabajo de cientos de miles de personas cada día.

Anne Hidalgo, sabe perfectamente que el municipio de París, con una población de poco más de 2 millones habitantes y una de las densidades más altas de Europa (21.423 hab./km²) es ya una ciudad de 15 minutos. Algo que es especialmente necesario en buena parte de sus enormes ciudades periféricas, que juntas suman otros 5 millones de habitantes. En lugares como St. Denis, Creteil o Clichy, donde la renta per cápita es mucho menor que en París, y donde el urbanismo de gigantes bloques de hormigón sin tiendas ni servicios públicos de calidad a su alrededor concentra enormes bolsas de población local e inmigrante al borde de la pobreza, este modelo de los 15 minutos es mucho más necesario para la calidad de vida de sus ciudadanos y para el despliegue efectivo de la República que a las riberas del Sena. Por eso, a la alcaldesa parisina no le cuesta nada vender como objetivo algo que en su municipio ya existe.

Foto: Foto: iStock.

Aquí, como en París, nuestras ciudades también son densas y funcionan de facto bajo un modelo de 15 minutos. Pero a diferencia de la capital francesa, es muy probable que no estén vendiendo estas estampitas con malicia sino —siendo benevolentes— con torpeza e ignorancia. Lo hacen porque no saben relacionar las consecuencias de los distintos temas urbanos de los que hablan y por tanto intentan soplar y beber a la vez. Este podría ser el resumen de las políticas que nos ofrece la autollamada izquierda, que traiciona a sus votantes a base de venderles objetivos, que son necesarios —y en los que seguramente creen— como la ciudad de los 15 minutos, mientras se oponen a las medidas que sirven para consolidarla en aquellas zonas de la periferia donde ese modelo no termina de funcionar.

*Fernando Caballero Mendizabal, es arquitecto y urbanista.

¡Han descubierto la rueda! A pocos meses de las elecciones municipales, las izquierdas españolas comienzan a soltar conceptos que abonen el terreno de cara a las propuestas municipales de sus alcaldes. La más novedosa, la ciudad de los 15 minutos, empieza a aparecer en el foco de la prensa a lomos de la iniciativa que abandera Anne Hidalgo, alcaldesa de París, el más céntrico, opulento y glamuroso de los 131 municipios que componen la conurbación del Gran París. El objetivo es que los ciudadanos mejoremos nuestra calidad de vida gracias a que todos los servicios públicos y privados que necesitamos en nuestro día a día estén a pocos minutos andando. Se genera por fin la deseada "ciudad policéntrica [una ciudad con muchos centros], que redunda en una mayor productividad, un aumento de la economía local y mejora de la huella de carbono". En definitiva, un impacto social positivo.

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