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Los ahorradores recurren a un asesor financiero, sobre todo, en busca de apoyo en la toma de decisiones acerca de la planificación de sus finanzas

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Desde hace unos años, y con mayor asiduidad en tiempos recientes, leo constantemente predicciones sobre el fin de la profesión de asesor financiero que traerá la inteligencia artificial. Me sorprendería, o incluso preocuparía, que sucediera esto, pero en los numerosos años que llevo como asesor ya he visto muchas veces cómo se pronosticaba el fin de mi profesión. En oposición a esta opinión extendida, creo que nunca ha habido ni un mejor momento ni un futuro más prometedor para los asesores. Nos encontramos en la edad de oro del asesoramiento financiero.

Es cierto que la IA tiene el potencial de transformar muchos sectores, y lo hará en el nuestro, sobre todo potenciando y ampliando la capacidad de las personas hasta permitirles ser más eficientes. Un ejemplo claro es el análisis, el seguimiento y la valoración de activos, mercados, tendencias o correlaciones, que son parte esencial del trabajo de las gestoras y que cada vez se hacen con más eficiencia, y mejor, con ayuda de la tecnología.

La experiencia de las ‘puntocom’

Aún recuerdo cómo en plena efervescencia de las ‘puntocom’, hace unos veinte años, un banco creado poco antes y totalmente online quiso comprar nuestro grupo a precio de derribo “porque ―según decían― la banca basada en el asesoramiento financiero a través de profesionales está condenada a desaparecer y será sustituida por una banca totalmente digital”. Ennio Doris, fundador de Mediolanum, rechazó aquella oferta y nosotros seguimos nuestro camino. Aquel banco no tardó mucho en desaparecer, mientras que nuestros asesores siguen creciendo en número, en clientes y en activo.

Está claro que el día a día de los profesionales y los clientes no tiene nada que ver con el de hace veinte años. La tecnología es una parte esencial de nuestra actividad; tanto los profesionales como los clientes tenemos acceso a gran cantidad de información en tiempo real, disponemos de herramientas de comunicación y contratación que eran inimaginables hace unos años y hemos vivido una gran recesión, una pandemia mundial, años de tipos negativos, una guerra en Europa y un dramático regreso a altos niveles de inflación. El mundo se ha vuelto más complejo y sofisticado, y los desafíos se suceden a una velocidad cada vez mayor. Hoy ya no basta con confiar, como antaño, en que el Estado se encargará de nuestro bienestar financiero: este depende de nosotros y de nuestras decisiones.

Una invitación al optimismo

De ahí viene mi optimismo con mi profesión: no es a pesar de los avances tecnológicos, sino gracias a ellos, que cada vez es más importante el contacto humano para los clientes. El asesoramiento y el desarrollo de la tecnología están íntimamente ligados y tienen una correspondencia directa. ¿Por qué? Por ejemplo, en el ámbito del asesoramiento y la planificación financieros, los ahorradores no solo recurren a un asesor financiero para que les ayude a desarrollar sus conocimientos financieros y a navegar entre los grandes volúmenes de información, sino sobre todo en busca de apoyo en la toma de decisiones acerca de la planificación de sus finanzas.

Es realmente en la toma de decisiones de nuestros clientes y en la planificación financiera donde se concentra el asesoramiento. Nuestro trabajo es, sobre todo, las personas: lo que determina los resultados que logre un inversor o ahorrador son las decisiones que toma y sus comportamientos. No son los productos ni los mercados: es su capacidad de evitar decisiones perjudiciales causadas por sus sesgos o emociones.

Cuando, por ejemplo, un ahorrador, en busca de protección, guarda su dinero para el futuro en una cuenta o depósito sin remuneración, lo único que asegura es una pérdida sustancial de poder adquisitivo año tras año. Aunque esta es a todas luces una mala decisión a largo plazo, como asesores vemos que sucede constantemente, justificada por miedo o por lo extendida que se encuentra esta práctica en ciertos momentos del mercado.

No es a pesar de los avances tecnológicos, sino gracias a ellos, que cada vez es más importante el contacto humano para los clientes

Lo mismo sucede cuando un inversor a largo plazo, ante la primera corrección del mercado, consolida una pérdida con tal de salir del mercado. Si tomamos en cuenta la historia, un asesor, por el contrario, podría incluso haberle recomendado aprovechar la oportunidad para invertir más en vez de retirarse.

Por eso, para evitar situaciones perjudiciales como estas, nuestra misión como asesores es ayudar, sobre todo en momentos difíciles, a tomar las decisiones más adecuadas, que no siempre son las más fáciles ni las que toma la mayoría. Y si podemos hacerlo es porque conocemos al cliente y sus objetivos, porque tenemos su confianza y porque sabemos interpretar, de la mano de la tecnología y por ello cada vez con más capacidad, las grandes cantidades de datos que ofrecen los mercados.

Por último, si hay algo que la tecnología no cambiará, eso son las personas; siempre hemos querido tener a nuestro lado a alguien más, alguien en quien confiemos, que nos conozca y nos entienda. Que nos mire a los ojos y nos ayude a tomar las mejores decisiones cuando se nos presentan alternativas y no sabemos qué es mejor para nosotros. Por eso sé que, cada vez más y mientras las personas sigan siendo personas, los asesores financieros seguiremos teniendo muchísimo trabajo.

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Desde hace unos años, y con mayor asiduidad en tiempos recientes, leo constantemente predicciones sobre el fin de la profesión de asesor financiero que traerá la inteligencia artificial. Me sorprendería, o incluso preocuparía, que sucediera esto, pero en los numerosos años que llevo como asesor ya he visto muchas veces cómo se pronosticaba el fin de mi profesión. En oposición a esta opinión extendida, creo que nunca ha habido ni un mejor momento ni un futuro más prometedor para los asesores. Nos encontramos en la edad de oro del asesoramiento financiero.

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