Es noticia
¿Y si Obama no llega a tiempo?
  1. Mercados
  2. Valor Añadido
Alberto Artero

Valor Añadido

Por

¿Y si Obama no llega a tiempo?

Llego al New York Times de la mano de Michael Lewis y David Einhorn que han publicado un muy interesante artículo, servido en dos entregas, acerca

Llego al New York Times de la mano de Michael Lewis y David Einhorn que han publicado un muy interesante artículo, servido en dos entregas, acerca del final del orbe financiero en su concepción actual y las posibles bases sobre las que se tendría que asentar su futuro. Su imprescindible pieza, que ha encontrado extraordinario predicamento al otro lado del Atlántico, propicia mi reencuentro con Paul Krugman al que le tenía perdida la pista prácticamente desde que la academia sueca le concediera el Nobel de Economía. Como resulta habitual, su opinión no deja ni mucho menos indiferente. No tanto por la novedad de su discurso, que es nula en la medida en que continúa rechazando las tesis monetaristas en un entorno de recesión como el actual y sigue abrazando, como única tabla de salvación, la keynesiana acción pública, cuanto por su cauta percepción del riesgo de que los estímulos fiscales programados no lleguen a tiempo para cumplir su finalidad. Todo un jarro de agua fría para los muchos que habían iniciado el curso financiero con un In Obama we trust en la creencia de que las grandes magnitudes que se manejan, y que alcanzan ya los dos billones de dólares, tendrían inmediata aplicación una vez que el todavía candidato llegara al poder.

Básicamente Krugman lo que viene a poner sobre la mesa es una realidad de la política norteamericana, que ya hemos recogido de forma colateral en este Valor Añadido en otras ocasiones, y que debería convertirse en una de las reivindicaciones fundamentales de esa aletargada sociedad civil española a la que la crisis empieza a desperezar: la necesaria muerte del sistema de partidos y su imprescindible sustitución por un modelo de elección de personas que respondan ante sus electores de su mayor o menor diligencia en la defensa de sus intereses. Un proceso en el que vamos hacia atrás como los cangrejos, toda vez que el único ámbito en el que se ha explorado tal posibilidad, el Senado, ha perdido su justificación como Cámara de Representación Territorial española, tal y como prueba la negociación bilateral sobre la financiación autonómica que el Presidente está llevando a cabo con cada uno de los presidentes regionales, pasándose el ámbito legislativo de discusión por donde yo les diga.

Pues bien, tras este breve paseo por los Cerros de Úbeda, volvamos a nuestro amigo Krugman. A juicio del autor, muchos de los congresistas republicanos pueden restringir la dimensión del Plan de Obama al tratar de encontrar justificación al mismo desde una óptica meramente mercantil, basada más en los principios de riesgo rendimiento que en los de urgente necesidad. Desde ese punto de vista, y ante la enorme batería de medidas que serían susceptibles de pasar por el tamiz parlamentario, nos podríamos encontrar con un retraso sustancial en tiempo y un recorte radical en forma que provocara que los potenciales riesgos de materialización de un entorno más depresivo que recesivo se concretaran. Un componente éste que se encuentra fuera de la agenda intelectual de muchos analistas alrededor del globo pero que no deja de ser un factor de riesgo real. Y más en la medida en la que se multiplican las voces que recuerdan el impacto que, sobre el futuro, pueden tener determinadas soluciones expansivas que se proponen hoy como remedo a lo que en su día hiciera Franklin Delano Roosevelt.

No sólo existen dudas acerca de la idoneidad de tales políticas cuando dos de los requisitos fundamentales para su éxito, temporalidad (la propia Yellen, de la FED, se pregunta si alguien ha previsto una salida a tanta vorágine prestamista estatal) y adecuación previa de la oferta productiva a niveles racionales, no son ni mucho menos evidentes, sino que se cuestiona incluso la supervivencia de la hegemonía económica estadounidense, bien desde la profecía nacionalista, como ocurre con los vaticinios de este profesor ruso que anticipa la desintegración del país en 2010, según informa un medio tan respetable como WSJ, bien desde el rigor academicista que se supone a uno de nuestros viejos amigos, Willem Buiter.

El profesor, en su último post en FT que traigo de la mano interpretativa de Naked Capitalism, no duda en afirmar la “debilidad financiera, económica, moral y política” acumulada por Estados Unidos en los últimos ocho años, los de Bush, que en su opinión ha provocado un deterioro sustancial de su credibilidad exterior lo que conducirá, en un plazo entre dos y cinco años, a una venta masiva de activos denominados en dólares. Un mensaje que empieza a encontrar preocupante acomodo en uno de los principales tenedores de renta fija norteamericana: Japón. Mala señal tanto para el dólar como para los bonos soberanos. Pero no se vayan todavía que aún hay más: para Buiter, cuya reflexión es extensa y no tiene desperdicio, ésta es la mejor de las alternativas. La peor lleva el deshonroso apellido de impago de la deuda. Ups.

Ya sé, el agorero de McCoy ha vuelto para amargarnos el día de Reyes en este comienzo de año. No sean malos porque no es verdad. Simplemente creo que, tal y como señala el artículo de Lewis y Einhorn citado al inicio de esta pieza, uno de los grandes problemas en la identificación de los síntomas y la determinación de las soluciones de la crisis actual ha sido la ausencia de perspectiva o visión circular para comprender la dimensión del problema, acostumbrados como estábamos al acortamiento de los ciclos, la eficacia monetaria y la consecuente acumulación de desequilibrios sobre los que el día a día de la bonanza económica pasaba por encima. No es momento de incurrir en los mismos errores. La acción ahora tiene consecuencias mañana. Importantes efectos diría yo. Pasar por encima de ellos como si no tuvieran relevancia es sentar las bases para un desastre aún mayor. Piensen, reflexionen y si obtienen una conclusión mejor, no dejen de compartirla con nosotros. La puerta queda abierta.

Llego al New York Times de la mano de Michael Lewis y David Einhorn que han publicado un muy interesante artículo, servido en dos entregas, acerca del final del orbe financiero en su concepción actual y las posibles bases sobre las que se tendría que asentar su futuro. Su imprescindible pieza, que ha encontrado extraordinario predicamento al otro lado del Atlántico, propicia mi reencuentro con Paul Krugman al que le tenía perdida la pista prácticamente desde que la academia sueca le concediera el Nobel de Economía. Como resulta habitual, su opinión no deja ni mucho menos indiferente. No tanto por la novedad de su discurso, que es nula en la medida en que continúa rechazando las tesis monetaristas en un entorno de recesión como el actual y sigue abrazando, como única tabla de salvación, la keynesiana acción pública, cuanto por su cauta percepción del riesgo de que los estímulos fiscales programados no lleguen a tiempo para cumplir su finalidad. Todo un jarro de agua fría para los muchos que habían iniciado el curso financiero con un In Obama we trust en la creencia de que las grandes magnitudes que se manejan, y que alcanzan ya los dos billones de dólares, tendrían inmediata aplicación una vez que el todavía candidato llegara al poder.