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En España, 400.000 puestos de trabajo pueden llover del “cielo”
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Alberto Artero

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En España, 400.000 puestos de trabajo pueden llover del “cielo”

Soy un tipo de fascinación fácil. Esto de vivir permanentemente en el limbo financiero es lo que tiene. Muchas veces me encuentro en la vida real

Soy un tipo de fascinación fácil. Esto de vivir permanentemente en el limbo financiero es lo que tiene. Muchas veces me encuentro en la vida real con la cara de Alfredo Landa recién llegado a la Estación de Autobuses de Munich, maleta atada con cuerda dura en ristre. Desbordado. En las últimas semanas me he interesado vivamente por la nube, por ese cloud computing que algunos defienden como la tercera gran revolución de Internet, tras el TCP/IP primero y el HTML/HTTP después. A mi todo este mundo de acrónimos me supera. Lo que verdaderamente importa son sus implicaciones en la vida real. Pues bien, el somero análisis de este fenómeno me ha dejado boquiabierto. Enseguida entenderán el porqué.

Parto de una premisa: sus implicaciones son brutales y, de hecho, se trata de una oportunidad única, otra más, para que España mejore su productividad interna y su competitividad exterior a la vez que crea puestos de trabajo en su territorio. Estaríamos hablando, de acuerdo con la tesis de ajuste laboral comúnmente aceptada, de la cuadratura del círculo: crecimiento sin sacrificios. Mejor así, miel sobre hojuelas. Impossible is nothing, ya saben. ¿Cómo se puede operar tal milagro? Existen dos vías:

Una micro, derivada del reemplazo de los equipos individuales o de las redes físicas por entornos virtuales en las que el hardware desaparece y el contenido se aloja en la nube. El ahorro en términos de equipos, licencias, mantenimiento, uso ineficiente del PC o consumo de electricidad que esto supone tiene un indudable efecto económico. Como lo tienen la escalabilidad y la posibilidad de actuar online sobre ficheros compartidos eliminando la necesidad de sucesivos reenvíos de documentos o de interminables reuniones de trabajo. A ello se unen mejoras sustanciales en el control de la información, la seguridad de los datos o la gestión de los picos de demanda de red. Una parte sustancial de lo que hasta ahora de consideraba coste fijo podrá convertirse en variable. Es lo que los expertos han bautizado como utility computing.

Otra macro, toda vez que su implantación puede, no solo ayudar a recolocar una parte de la fuerza laboral que se ha podido ver afectada por la crisis de modelo vigente hasta ahora, sino permitir, dado su espectro de influencia –sistemas operativos, instalación, almacenamiento, nube privada, sistemas de acceso y/o monetización, aplicaciones…-, la creación de multitud de empresas con su correspondientes plantillas siempre que se dé barra libre al talento. No solo eso, la eliminación de una parte sustancial de la inversión necesaria para lanzar un negocio facilitará un boom de emprendimiento a nada que se ofrezcan las condiciones adecuadas. Junto a estos efectos principales se dan otros colaterales entre los que destaca el ahorro energético agregado, de especial importancia en una nación tan dependiente del suministro exterior como la nuestra.

Sobre esto el economista italiano Federico Etro escribió ya en diciembre de 2008 un documento que fue, por su  novedad, referencia internacional sobre el particular: The Economic Impact of Cloud Computing on Business Creation, Employment and Output in Europe. Para España calculaba entonces que, dada la implantación de pymes en nuestro país y la rapidez de penetración tecnológica, se podrían crear 55.000 empresas hasta finales de 2013 con 166.000 empleos asociados (páginas 24 y 26 del Informe). El Centre for Economics and Business Research, por su parte, ha estimado la aportación de valor directa e indirecta de la nube a la economía española de aquí a 2015 en 110.550 millones de euros, un 10% del PIB nacional, con una creación de puestos de trabajo cercano a los 400.000 (2011 The Cloud Dividend, Tabla 1, página 5). Datos virtuales que ahora toca materializar.

Ya ven, siempre que se cierra una puerta, alguien abre una ventana que permite llenar de posibilidades el ambiente derrotista que nos rodea. La nube es sin duda una bocanada de esperanza a la que aferrarse. Para todos en general y algunos en particular, como esas operadoras atrapadas entre la movilidad del dispositivo fabricado en Asia y la rentabilidad del aplicativo desarrollado en USA, cuyo negocio tradicional languidece y su infraestructura se hace obsoleta. Ahora ya saben por qué Telefónica ha comprado Acens. Y es que mimbres hay. Solo es cuestión de tejer el cesto adecuado. Miren si no empresas como Arsys; el mérito de eyeOS y su fundador Pau García-Milá; las posibilidades que ofrecería una Ezentis alejada de los servicios de outsourcing de menor valor añadido y reconvertida en un proveedor de servicios de cloud y así sucesivamente. El cielo tecnológico se ha encapotado de repente: de estas nubes pueden llover empleos. No seamos tan necios de empujarlas hacia otros lares.

Soy un tipo de fascinación fácil. Esto de vivir permanentemente en el limbo financiero es lo que tiene. Muchas veces me encuentro en la vida real con la cara de Alfredo Landa recién llegado a la Estación de Autobuses de Munich, maleta atada con cuerda dura en ristre. Desbordado. En las últimas semanas me he interesado vivamente por la nube, por ese cloud computing que algunos defienden como la tercera gran revolución de Internet, tras el TCP/IP primero y el HTML/HTTP después. A mi todo este mundo de acrónimos me supera. Lo que verdaderamente importa son sus implicaciones en la vida real. Pues bien, el somero análisis de este fenómeno me ha dejado boquiabierto. Enseguida entenderán el porqué.