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El complicado dilema de La Caixa después del 20-N
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Alberto Artero

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El complicado dilema de La Caixa después del 20-N

Hay quien dice que la operación de Popular y Pastor no es un rescate del segundo por el primero, sino la articulación de un mecanismo de

Hay quien dice que la operación de Popular y Pastor no es un rescate del segundo por el primero, sino la articulación de un mecanismo de auxilio mutuo por el que la entidad gallega diluye su agujero patrimonial en las cuentas del comprador mientras que éste se hace con un equity story de restructuración e integración que vender al mercado en los próximos dos años, modo de disimular la crisis. Sin nada que esperar por la parte de arriba de la cuenta de resultados en el futuro mediato, la fusión permite al engordado banco centrarse en eficiencia y rentabilidad e ir, con esta excusa, más allá de lo estrictamente necesario y socialmente aceptable. Ocasión que ni pintada para hacer limpia sin reproches. Un motivo de alivio común en un momento crítico para la banca doméstica española, colectivo que toma buena nota de las ventajas del acuerdo. Entre los alumnos más aplicados, obligada a hacer algo más antes que después, la sempiterna Caixa.

 

Los resultados de la firma catalana del primer semestre del ejercicio, publicados el uno de agosto, ponen de manifiesto que no es ajena al deterioro de márgenes ni a la merma de retorno que está condicionando la actividad de aquellas instituciones con presencia eminentemente local. En efecto, las cifras muestran cómo su diferencial positivo entre rendimiento del activo y coste del pasivo, que asciende a 1.543 millones de euros, es inferior a los gastos de explotación del banco de reciente creación, que suman 1.772 millones. Solo unas comisiones por definición cíclicas pero sorprendentemente estables (+772), la contribución de Repsol y Telefónica (+686 entre dividendos y consolidación) y los extraordinarios de la venta del negocio de seguros a la Mutua (+633)  permiten salvar los muebles tanto de tal desequilibrio como de las necesidades de provisionamiento que el deterioro del balance lleva aparejadas. Su baja tasa de morosidad (del 4,3% vs 6,5% a junio del sector), no impiden que se doten, en los primeros seis meses de 2011, 1.393 millones de euros.

Con más de 5.200 sucursales a lo largo del territorio nacional -el doble que el nuevo grupo- se hace perentorio para la compañía dirigida por el dueto Fainé-Nin el llevar a cabo una transacción de alcance, más allá de fuegos de artificio más o menos dirigidos políticamente como la compra del negocio bancario de Bankpyme o la integración en un momento dado de Unimm, de llegar a producirse. Existen dos corrientes dentro de la casa. Una, la liderada por el teórico primer ejecutivo, pasa por una integración con Sabadell, aprovechando el conocimiento que tiene de su antigua casa, de la que salió siendo consejero delegado en junio del 2007, y su cercanía a un núcleo duro de ilustres familias catalanas accionistas, apalancadas y cabreadas, que están empujando el acuerdo ante un Oliú que, siendo hasta ahora el principal obstáculo para la operación, parece no vivir sus mejores momentos. Momento de debilidad que quiere aprovechar el ex directivo para hacerse con su antiguo empleador, venciendo la reticencia de quien se sintiera traicionado por su mano derecha cuatro años atrás.

Se trataría de un acuerdo que permitiría mejorar la rentabilidad del negocio y obtener notables sinergias locales, si bien con un elevado coste social en términos de cierre de sucursales y despidos. En el momento actual es lo que menos parece importar. El esquema podría ser el mismo que en el caso Popular-Pastor. Intercambio accionarial con prima para covencer a los socios de la adquirida (uno capitaliza 13.000 millones vs 3.600 del otro), ajustes de fusión contra recursos propios e impacto limitado en solvencia que, en el caso de La Caixa, supera con creces el mínimo requerido (11,3% de core capital a 30 de junio gracias, entre otros, a 1.500 millones emitidos de esa ratonera en la que se han convertido los bonos necesariamente convertibles, que se lo digan al Santander o al propio Popular). Con objeto de paliar el exceso de catalanidad del conjunto, o como alternativa en caso de yerro en el tiro, seguiría en el punto de mira, a la espera de lo que decidan los ingleses, la masa de clientes affluent de Barclays con la que a Nin no le disgustaría repetir una operación similar a la que en su día realizara con la banca patrimonial de Morgan Stanley. ¿Demasiado? Depende si se mira la alternativa.

Y es que Fainé, por su parte, pasa de entretenimientos y se encuentra a la espera de que caiga la pieza mayor. Esa que tiene apellido de 230.000 millones en activos y que responde al nombre de Bankia, a la que más que dobla en valor bursátil. No se trata de ciencia ficción sino de una posibilidad cierta. En Barcelona ya saben que los problemas de la mayor fusión de cajas no han hecho sino comenzar, ahora que tiene que defender una cuenta de resultados trimestralmente sin demasiado jamón que cortar. Rato hace tiempo que tomó conciencia de que darle la vuelta al negocio es una tarea titánica que a duras penas podrá desarrollar sin un troceo de la entidad, liquidación de carteras de activos y/o de unidades de negocio. El hecho, además, de que su problema sea más de financiación que de solvencia, le sitúa en una posición muy vulnerable que el primo de Zumosol catalán podría ayudar a subsanar. A las sinergias potenciales derivadas de una cuota de mercado retail en España del 22%, habría que añadir a las ratios de hoy un fondo de comercio negativo que abarataría sustancialmente el deal, siguiendo la argumentación empleada por Angel Ron. Modo de compensar la mayor dilución.

¿Y qué tiene que ver el 20-N con todo esto? El desenlace de las elecciones va a ser fundamental para que se concrete una u otra estrategia. En el caso de que haya una servidumbre del PP a los votos de CiU, la apuesta de Nin sería la que se llevaría el gato al agua toda vez que el discurso regional cobraría renovada fuerza. No habría lugar a una desafección banca-gobierno locales. Por el contrario, si Mariano Rajoy se hace con la mayoría absoluta, el pragmatismo de los gestores de La Caixa les llevaría a explorar la segunda, y en apariencia disparatada, opción. Una transacción definitivamente rupturista que se vendería al recién llegado al sillón del ejecutivo como única solución al principal riesgo del sistema financiero español. Nosotros o el abismo. Y daría salida digna a un Rodrigo desairado ante el que se vislumbra como banquero del régimen, Francisco González, méritos azules propios y errores rojos ajenos. A cambio del nihil obstat, Fainé y compañía facilitarían la entrada de BBVA en su zona de influencia, allanándole el camino para la compra de Caixa Catalunya, y tendrían algún gesto significativo con el nuevo gobierno. Servirle en bandeja de plata la cabeza de aquél que se olvidó a quién le debe su presente podría ser una opción cierta. O no.

Buena semana a todos.

Hay quien dice que la operación de Popular y Pastor no es un rescate del segundo por el primero, sino la articulación de un mecanismo de auxilio mutuo por el que la entidad gallega diluye su agujero patrimonial en las cuentas del comprador mientras que éste se hace con un equity story de restructuración e integración que vender al mercado en los próximos dos años, modo de disimular la crisis. Sin nada que esperar por la parte de arriba de la cuenta de resultados en el futuro mediato, la fusión permite al engordado banco centrarse en eficiencia y rentabilidad e ir, con esta excusa, más allá de lo estrictamente necesario y socialmente aceptable. Ocasión que ni pintada para hacer limpia sin reproches. Un motivo de alivio común en un momento crítico para la banca doméstica española, colectivo que toma buena nota de las ventajas del acuerdo. Entre los alumnos más aplicados, obligada a hacer algo más antes que después, la sempiterna Caixa.