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Vigencia de una frase: "Al final sólo yo estaré a su lado" (Rajoy a Zapatero)
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Antonio Casado

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Vigencia de una frase: "Al final sólo yo estaré a su lado" (Rajoy a Zapatero)

Con el paso del lehendakari por el Palacio de Justicia de Bilbao, bien arropado por su gente para que no se sintiera solo, culmina por ahora

Con el paso del lehendakari por el Palacio de Justicia de Bilbao, bien arropado por su gente para que no se sintiera solo, culmina por ahora un episodio de insumisión ante los Tribunales. Es decir, ante un pilar institucional del marco jurídico-político cuya impugnación es la razón de ser del nacionalismo vasco. Si no se entiende eso, no entendemos nada de lo que está pasando.

Es la primera clave. La segunda es el terrorismo de ETA, causa de la ilegalización de Batasuna, derivada a su vez de la aplicación de la Ley de Partidos Políticos, que es una palanca de la política antiterrorista accionada en su día por los tres poderes del Estado y la expresa ratificación del Tribunal Constitucional.

Aparte de la ofensiva deslegitimadora de los jueces, de la que Ibarretxe sólo es el síntoma, el discurso nacionalista se ha vuelto a centrar en la supresión de dicha Ley como causa de todos los males. En boca de Imaz, Garaicoechea, Barrena, Urkullu, Otegui, Arzalluz, hemos oído hablar mucho más de "leyes de excepción" que del excepcional grado de chantaje al que está sometida la democracia en el País Vasco y el resto de España.

Suprimamos la Ley de Partidos, abramos nuestros democráticos brazos a Batasuna, acerquemos los presos, y todo se arreglará con el diálogo. Es el discurso del PNV, aliado preferente de Zapatero (decepcionante su blandita reacción a la actitud nacionalista por la cita de Ibarretxe con un juez). Pero es evidente que si la Ley de Partidos, la ilegalización de Batasuna y el alejamiento de los presos, son instrumentos de lucha contra el terrorismo, no tiene sentido eliminarlos mientras el terrorismo siga tan vivo como indica esa dosis de recuerdo que ETA nos dejó el pasado 30 de diciembre.

Y aquí entra la tercera clave: la ya mencionada alianza del Gobierno socialista con el PNV. Detalle no menor y sumamente inquietante. Es injusto, y perverso, asociar el terrorismo de ETA al nacionalismo vasco. Pero disociarlos completamente sería un fraude al lector. Es de general conocimiento que ETA nace como expresión impaciente de los jóvenes nacionalistas en la España sórdida de Franco. Todos los etarras son nacionalistas vascos, pero no todos los nacionalistas son etarras. Obvio.

Cerremos el argumento. Además del rastro de sangre y miseria moral que ha dejado en nuestros últimos cuarenta años de historia, ETA ha causado y sigue causando serios desperfectos en el funcionamiento de las instituciones democráticas alumbradas en 1978. También en sus cimientos, como se ha visto en la reacción nacionalista contra los jueces. Aquí y ahora, el terrorismo de ETA es la carcoma de la Constitución Española.

Frente a ese reto, no puedo por menos que remitirles al pasaje más lúcido, sensato, realista, y sin embargo el menos celebrado, del discurso de don Mariano Rajoy en el reciente pleno extraordinario sobre política antiterrorista tras el atentado del 30-D. El líder del principal grupo de la oposición -solo es cuestión de tiempo que el PP vuelva a gobernar en España- dijo al presidente Zapatero mirándole a la cara: "Tanto si le gusta como si no le gusta, a la hora de la verdad su único aliado fiable seré yo. Porque sólo yo estaré a su lado si las cosas se ponen feas, lo cual no es imposible, y haya que apretar los dientes". Premonitorio. Acierta don Mariano.

Con el paso del lehendakari por el Palacio de Justicia de Bilbao, bien arropado por su gente para que no se sintiera solo, culmina por ahora un episodio de insumisión ante los Tribunales. Es decir, ante un pilar institucional del marco jurídico-político cuya impugnación es la razón de ser del nacionalismo vasco. Si no se entiende eso, no entendemos nada de lo que está pasando.