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Bush se merece el zapatazo, que al fin y al cabo no mata a nadie
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Antonio Casado

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Bush se merece el zapatazo, que al fin y al cabo no mata a nadie

Como diría el articulista perezoso, la imagen ha dado la vuelta al mundo. Bush, atacado a zapatazos. Primero el derecho y luego el izquierdo. Duro y

Como diría el articulista perezoso, la imagen ha dado la vuelta al mundo. Bush, atacado a zapatazos. Primero el derecho y luego el izquierdo. Duro y a la cabeza lanzó el periodista iraquí su par de misiles de carga hueca –hueca de verdad, o sea, inocua- contra el hombre que llevó a las zurradas tierras de Mesopotamia el caos, la destrucción y la muerte. Una factura demasiado alta por esa democracia tutelada de la que el presidente americano en funciones estaba hablando junto al primer ministro iraquí, Nuri Al Maliki, cuando se produjo el lance.

La metáfora es muy poderosa. La visual y la sonora. “Toma tu beso de despedida, perro”. Luego hemos sabido lo que significa arrojar el zapato contra alguien en la cultura musulmana. Máxima expresión de desprecio con el máximo de difusión pública y el mínimo de riesgo para la seguridad física del todopoderoso presidente de los Estados Unidos. Está garantizado el acceso del colega iraquí al estrellato mundial, si antes no le desgracian total o parcialmente quienes lo retuvieron inmediatamente mientras braceaba y seguía gritando contra George Bush.

Todavía hay quien sigue polemizando sobre los fallos en el servicio de seguridad del presidente americano. Como si los presentes en la rueda de Prensa no hubieran superado previamente todo tipo de controles, con la que está cayendo en un país que bate todas las marcas en cuestión de atentados terroristas, a todas horas y de todos los colores. Habrá quien considere un fallo de los servicios de seguridad no haber obligado a descalzarse a los presentes. Conociendo de antemano el significado del gesto en esas tierras, había demasiado potencial de desprecio acumulado.

¿Cuántas personas de cultura islámica pasaron calzados a la sala? ¿Cómo pudieron autorizar la presencia de un periodista tan adverso a la causa liberadora de Bush, con los zapatos puestos? Preguntas absurdas para una polémica absurda, pero no me invento nada. En las últimas horas me he topado con no pocos estudios comparativos sobre la actuación del servicio secreto respecto a lances en los que realmente estuvo en peligro la integridad del presidente, como cuando Ronald Reagan resultó herido de bala, en 1981 mientras repartía saludos en una aglomeración de gente. Entonces los agentes de su escolta personal se abalanzaron sobre él, mientras su secretario de Prensa y un oficial de Policía caían heridos.

Nada que ver, claro. Más allá de la desconsideración con un semejante, o de la falta de respeto al alto representante de una Nación, algo impropio de un periodista, hemos de constatar que esta forma de protestar es bastante más inofensiva que los tanques, las bombas de mano, los fusiles de asalto y los instrumentos de tortura en Abbu Grhaib o Guantánamo. Así que vamos a dejarlo en metáfora potente de un ciudadano iraquí –su condición de periodista dio un paso atrás-, que expresa de ese modo su cólera por los miles de muertos iraquíes y no iraquíes causados por la aventura unilateral, ilegal e inmoral emprendida por el todavía presidente de EEUU, el hombre que llevó a su país a unos niveles de desprestigio sin precedentes, la personalización de lo que Francis Fukuyama califica como el fin de la hegemonía americana.

Por ahí los españoles atamos cabos, al ver a Bush como el último de las Azores, entendiendo la famosa foto como el icono historiográfico de una pretenciosa operación internacional en nombre de la cruzada contra el terrorismo sobre las ruinas de las torres gemelas. Pero Bush no dio ni una. Perdió aliados, recortó libertades, permitió que la imagen de EEUU se asociase a episodios abominables, convirtió una secta marginal (Al Qaeda) en una multinacional del terror, vio reaparecer el socio-populismo latinoamericano (Chávez, Morales, Correa, Ortega…), malversó la inicial corriente de solidaridad que tuvo por los atentados del 11-S y, como remate,  sus sabios neoliberales pusieron a la economía en la senda del abismo.

Se merecía el zapatazo.

Como diría el articulista perezoso, la imagen ha dado la vuelta al mundo. Bush, atacado a zapatazos. Primero el derecho y luego el izquierdo. Duro y a la cabeza lanzó el periodista iraquí su par de misiles de carga hueca –hueca de verdad, o sea, inocua- contra el hombre que llevó a las zurradas tierras de Mesopotamia el caos, la destrucción y la muerte. Una factura demasiado alta por esa democracia tutelada de la que el presidente americano en funciones estaba hablando junto al primer ministro iraquí, Nuri Al Maliki, cuando se produjo el lance.