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Chávez, Obama, Zapatero y Rajoy, en dulce montón contra el cuartelazo de Honduras
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Antonio Casado

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Chávez, Obama, Zapatero y Rajoy, en dulce montón contra el cuartelazo de Honduras

El presidente legítimo de Honduras, Manuel Zelaya, detenido con nocturnidad y expulsado a Costa Rica por el Ejército de su país, está recibiendo el general e

El presidente legítimo de Honduras, Manuel Zelaya, detenido con nocturnidad y expulsado a Costa Rica por el Ejército de su país, está recibiendo el general e inequívoco apoyo de los dirigentes democráticos del mundo, en una inédita convergencia de posiciones a escala internacional. No recibió tanto apoyo Hugo Chávez cuando fue destituido por los militares en abril de 2002. El cuartelazo, disfrazado de movimiento cívico-militar, apenas duró cuarenta y ocho horas, pero la violación de la legitimidad democrática, al menos la de origen, fue tan flagrante como la que acaba de perpetrarse en Honduras.

 

En España, sin ir más lejos, ciertos líderes políticos no supieron o no quisieron distinguir entonces entre la aversión al personaje –perfectamente entendible, lo reconozco-, y la defensa universal de los principios democráticos. No ha ocurrido eso en esta ocasión. Pasen y vean haciendo piña contra la asonada hondureña a Chávez y Obama, Zapatero y Rajoy, González y Aznar. Y, por supuesto, a los grandes cuidadores de la legalidad internacional, con la ONU al frente.

Atribuyen los analistas al efecto Obama la causa de este dulce amontonamiento en defensa de la democracia. Puede ser. En todo caso, mejor el efecto Obama que el efecto Reagan (años 80), cuando Estados Unidos convirtió a Honduras en una base de lucha contra la revolución nicaragüense. Saludemos, pues, el resultado con independencia de sus inductores.

En un continente asolado durante el siglo pasado por los golpes militares, el populismo y el intervencionismo norteamericano, ya es noticia que hayan pasado nueve años desde el último cuartelazo contra un presidente elegido en las urnas (Ecuador, 2000, destitución de Mahuad). Y saludemos aún con mayor entusiasmo el hecho de que las notables diferencias políticas e ideológicas entre los líderes de la región pasen a segundo plano cuando la defensa de la democracia exige la sindicación de los países que creen en ella.

Ahora esperemos que también el pueblo hondureño se sume a este clamor universal que reclama la vuelta de Manuel Zelaya como legítimo titular del poder. Lo digo porque a última hora de la noche de ayer las noticias procedentes de una Tegucigalpa discretamente ocupada por las tanquetas, más allá de algunos choques aislados con manifestantes, hablaban de cierta indolencia de la ciudadanía y otras instituciones claves, como el Congreso y la Judicatura, incluso del propio partido de Zelaya (PLH) en el propósito de revertir la situación.

Técnicamente la situación es la de un golpe de Estado. Pero se da la perturbadora circunstancia de que el amigo venezolano, Hugo Chávez, entre cuyos defectos no figura el de la indolencia, ya ha advertido que no dudaría en utilizar a las Fuerzas Armadas de su país para restablecer el orden democrático en Honduras. Y si eso ocurriese, en nombre de la legitimidad vulnerada, ¿seguirían Obama, Zapatero, Rajoy, Aznar y González haciendo causa común, como ahora, con Hugo Chávez?

También puede ocurrir que gane terreno la discutible fe del presidente derrocado, de momento, en los principios cuya aplicación otros reclaman para él. Alguien también podría poner sobre la mesa la vulneración de la legalidad democrática que estaba a punto de cometer Zelaya, cada vez más próximo al “populismo” chavista, mediante la convocatoria de una consulta anticonstitucional que había sido rechazada por las principales instituciones del país, incluido el Tribunal Supremo. Y entonces se rompería la actual sindicación internacional que le apoya en nombre de la formalidad democrática. No lo descarten.

El presidente legítimo de Honduras, Manuel Zelaya, detenido con nocturnidad y expulsado a Costa Rica por el Ejército de su país, está recibiendo el general e inequívoco apoyo de los dirigentes democráticos del mundo, en una inédita convergencia de posiciones a escala internacional. No recibió tanto apoyo Hugo Chávez cuando fue destituido por los militares en abril de 2002. El cuartelazo, disfrazado de movimiento cívico-militar, apenas duró cuarenta y ocho horas, pero la violación de la legitimidad democrática, al menos la de origen, fue tan flagrante como la que acaba de perpetrarse en Honduras.

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