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Al Grano
Por
La violación de un bebé en el cine y la libertad creativa
La polémica está todavía en la recámara. No he visto la película ni pienso verla. Pero las referencias ajenas, orales y escritas, bastan y sobran para
La polémica está todavía en la recámara. No he visto la película ni pienso verla. Pero las referencias ajenas, orales y escritas, bastan y sobran para imaginar lo que uno puede encontrarse en una escena de sexo con un niño de cinco años y otra que refleja la violación de un bebé recién nacido. En la ficción cinematográfica, por supuesto. Y como, insisto, no he visto 'A Serbian film', no puedo saber con qué grado de realismo se llevan a la pantalla semejantes aberraciones.
A todos nos pueden los prejuicios personales. Declarados quedan los míos, insuperables, contra cualquier expresión de la pederastia, incluida la artística. Acepto de antemano el reproche que las mentes más abiertas reservan a quienes vuelven la cara ante los aspectos más desagradables de la realidad. Sin embargo, es posible objetivar el asunto, al margen de los prejuicios o del umbral de indignación de cada quien.
En un artículo de prensa el excelente cineasta español Fernando Trueba centraba ayer el asunto, una vez sabido que la Fiscalía General del Estado acaba de presentar una denuncia ante los Juzgados de Barcelona contra el director del Festival de Cine de Sitges, Ángel Sala, por la exhibición de la mencionada película. Trueba enuncia con claridad los términos de la controvertida ecuación: “Los delitos se persiguen por su realidad, no por su representación, por burda y grosera que sea”.
El Estado de Derecho tiene perfectamente definida la protección a la infancia como una herramienta legal. Insisto, no solamente ante los hechos reales. También ante su representación. Incluso la libertad de creación tiene sus límites
La controversia queda perfectamente fijada. Por un lado, la libertad de creación artística. Por otro, la aplicación de la legalidad. Según Trueba, en las dos escenas de marras no se comete ningún delito por tratarse de una mera representación. Por tanto, habría bastado que la Fiscalía hubiera exigido un certificado garantizando que en el rodaje no se utilizaron bebés, o niños, para hacer verosímil la representación.
Visto así, podrían haber incurrido en un ataque a la libertad de creación tanto el fiscal de Barcelona, que ha llevado a los tribunales al director del Festival de Sitges, como el juez de instrucción número 4 de San Sebastián que prohibió la exhibición de la película a principios de noviembre en la XXI Semana de Cine Fantástico y de Terror.
No hay tal ataque. En contra de lo que sostiene Trueba, los delitos no sólo pueden ser perseguidos por su realidad fáctica. También pueden cometerse en su representación ficticia. En este caso, aparte de los delitos contra la libertad sexual invocados por el juez donostiarra (artículo 189 del Código Penal), nos encontramos con la especial protección de la infancia como uno de los límites a la libertad de expresión y creación (artículo 20 de la Constitución Española).
Por tanto, quienes sostienen que no hay que rasgarse las vestiduras ante una obra cinematográfica que se limita a retratar una de las esquinas más repugnantes del entorno social, tal vez con ánimo de denuncia, pueden tener razón artística pero no tienen razón jurídica. El Estado de Derecho tiene perfectamente definida la protección a la infancia como una herramienta legal. Insisto, no solamente ante los hechos reales. También ante su representación. Incluso la libertad de creación tiene sus límites.
La polémica está todavía en la recámara. No he visto la película ni pienso verla. Pero las referencias ajenas, orales y escritas, bastan y sobran para imaginar lo que uno puede encontrarse en una escena de sexo con un niño de cinco años y otra que refleja la violación de un bebé recién nacido. En la ficción cinematográfica, por supuesto. Y como, insisto, no he visto 'A Serbian film', no puedo saber con qué grado de realismo se llevan a la pantalla semejantes aberraciones.