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Impunidad y antisemitismo
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Antonio Casado

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Impunidad y antisemitismo

Fue un grosero desahogo por la derrota del Real Madrid ante el Maccabi de Tel Aviv (Israel) en la Copa de Europa de baloncesto. El ataque

Fue un grosero desahogo por la derrota del Real Madrid ante el Maccabi de Tel Aviv (Israel) en la Copa de Europa de baloncesto. El ataque de contrariedad de los seguidores madridistas tocó una fibra muy sensible de nuestra memoria colectiva. Por tanto, está perfectamente justificada la alarma por el brote de antisemitismo en las redes sociales. Aun así, el problema es la impunidad en el uso de las mismas y no esas confusas encuestas sobre el lugar que ocupa España en las escalas de rechazo a los judíos.

Un prejuicio por razones étnicas me parece tan tóxico como otro. No es más aberrante ni de peor condición el antisemitismo que la islamofobia. Y la misma náusea moral me produce el Holocausto perpetrado por Hitler que la masacre de Katyn ordenada por Stalin en la Polonia del 40. Mucho más reciente, el genocidio de los mayas en la dictadura de Ríos Mont o la limpieza étnica contra los serbios de la Krajina. Podemos seguir con los armenios, los gitanos, los españoles que sufrieron la represión franquista por razones ideológicas, las 800 víctimas de ETA, las matanzas de hutus y tutsis, y así sucesivamente.

Decir en público que detestas a Fulano no es lo mismo que pedir su eliminación. Un prejuicio no es un delito en nuestra legislación penal. Nadie va a la cárcel por confesarse antisemita, homófobo o antitaurino

Hay antisemitas como hay anticomunistas. Y existe la negrofobia como existe el anticatalanismo. Ignoramos las cuantías porque por lo general no hay una propensión especial al recuento de quienes sufren de estos prejuicios o similares. Con una excepción: el antisemitismo. Según las asociaciones judías españolas, la derrota del Real Madrid se reflejó en Twitter con casi 18.000 mensajes antisemitas. He ahí cómo una fobia o prejuicio concreto es objeto de continuas y cuidadas tomas de temperatura por razones bien conocidas. Especialmente en el país de Angela Merkel, donde el antisemistismo y la negación del Holocausto están penados. No es el caso de España. Alemania ya nos ha contagiado el miedo a la prima de riesgo y no hay razón para que nos contagie también su mala conciencia respecto a los judíos.

En definitiva, decir en público que detestas a Fulano no es lo mismo que pedir su eliminación. Un prejuicio no es un delito en nuestra legislación penal. Nadie va a la cárcel por confesarse antisemita, homófobo o antitaurino. Odiosas comparaciones, se dirá. No tan odiosas si el ámbito comparativo es la expresión de las ideas, que son criaturas del libre albedrío y respetan la integridad física del prójimo. Al menos en España, donde no es delito declararse antisemita pero sí lo es la injuria, la calumnia, la difamación, la amenaza, la incitación al odio o cualquier otro desbordamiento de los límites de la libertad.

Y ahí es donde se echa de menos una ofensiva policial y judicial contra los delincuentes de la palabra que campean a sus anchas por las redes sociales acogiéndose al beneficio del anonimato. Porque el delito es el delito y lo de menos es el medio elegido para cometerlo: en la prensa, en la radio, en la televisión, en internet, en el mitin electoral o en la tribuna del Parlamento.

Fue un grosero desahogo por la derrota del Real Madrid ante el Maccabi de Tel Aviv (Israel) en la Copa de Europa de baloncesto. El ataque de contrariedad de los seguidores madridistas tocó una fibra muy sensible de nuestra memoria colectiva. Por tanto, está perfectamente justificada la alarma por el brote de antisemitismo en las redes sociales. Aun así, el problema es la impunidad en el uso de las mismas y no esas confusas encuestas sobre el lugar que ocupa España en las escalas de rechazo a los judíos.

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