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No es el islam, es el terrorismo
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Antonio Casado

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No es el islam, es el terrorismo

Sencilla y elocuente descripción de su antiguo abogado sobre Cherif Kouachi, 32 años, con largo historial de yihadista en los archivos policiales y uno de los

Foto: El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy (EFE)
El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy (EFE)

Sencilla y elocuente descripción de su antiguo abogado sobre Cherif Kouachi, 32 años, con largo historial de yihadista en los archivos policiales y uno de los supuestos autores de la masacre del miércoles en París: “Un aprendiz de perdedor, un chico de los recados con la gorra ladeada, que fumaba hachís y llevaba pizzas para comprar droga. Un muchacho despistado que no sabía qué hacer con su vida hasta que un día se encontró con gente que le hizo sentir importante”. Y en este punto uno se pregunta si será la llamada del islam o sólo la marginación lo que lleva a enrolarse en la criminalidad organizada a mayor gloria de Alá.

Según dijo ayer en Andorra el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, no hay riesgo de que la islamofobia crezca en el corazón de los españoles tras lo ocurrido en Francia. Es una opinión bien fundamentada. Por puro empirismo doméstico. Si no se disparó después de los 191 muertos en la salvajada del 11-M en Madrid, difícilmente se va a disparar por los doce muertos de París. Pero sí explican los observatorios del problema que la islamofobia ha aumentado no tanto por los crímenes de la yihad, sino a causa de la crisis económica.

Aunque no hay datos oficiales, sostienen las organizaciones que la hostilidad hacia los musulmanes en nuestro país creció en paralelo con las crecientes dificultades de los españoles para llegar a fin de mes. Hasta seis años después de los atentados en los trenes de cercanías no se conocen iniciativas orientadas a la defensa del islamista acosado por odio o venganza. Sin embargo, en ese año 2010, cuando ya se sentían los efectos de la crisis económica, los españoles empezaron a mostrarse reacios a compartir servicios públicos con inmigrantes. Entonces se hace necesario crear una Plataforma Ciudadana contra la Islamofobia, nacida con el objetivo de “conseguir paliar los prejuicios que alimentan la intolerancia a los musulmanes”.

El caso es que ni el odio ni la venganza colonizaron el alma de los españoles después de la masacre perpetrada en Madrid por “uno de los grupos terroristas de tipo yihadista que, mediante el uso de la violencia en todas sus manifestaciones, pretenden derrocar los regímenes democráticos y eliminar la cultura de tradición cristiana occidental, sustituyéndolos por un Estado islámico bajo el imperio de la sharia en su interpretación más radical, extrema y minoritaria” (página 172 de la sentencia judicial del 11-M).

No se trata de celebrar que no arraigase el afán de desquite en la memoria colectiva de los españoles, pues no sé si es peor la islamofobia por culpa de unos cuantos fanáticos que asesinan en el nombre de Alá o por culpa de unos inmigrantes frustrados que vinieron a buscarse la vida, pero el relato, al hilo de la respuesta de Rajoy a una pregunta sobre la islamofobia en España, me sirve para recuperar la segunda parte de su declaración. Aquella en la que nos invita a deducir que el enemigo es el terrorismo. No el islam. En ninguno de los dos casos. El islam no ha parido la crisis económica. Pero tampoco se reconoce en quienes disparan un kaláshnikov invocando en vano el nombre de Alá, aunque la radio del Estado Islámico los calificase ayer de “héroes yihadistas que han vengado al Profeta”.

En fin, de acuerdo con el presidente del Gobierno. Al menos por ahora, el problema no es el islam sino el fanatismo en su versión criminal. Por un dios o por una patria. De ambos terrorismos tenemos amarga experiencia en nuestro país.

Sencilla y elocuente descripción de su antiguo abogado sobre Cherif Kouachi, 32 años, con largo historial de yihadista en los archivos policiales y uno de los supuestos autores de la masacre del miércoles en París: “Un aprendiz de perdedor, un chico de los recados con la gorra ladeada, que fumaba hachís y llevaba pizzas para comprar droga. Un muchacho despistado que no sabía qué hacer con su vida hasta que un día se encontró con gente que le hizo sentir importante”. Y en este punto uno se pregunta si será la llamada del islam o sólo la marginación lo que lleva a enrolarse en la criminalidad organizada a mayor gloria de Alá.

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