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Rivera y el cuento de la lechera
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Antonio Casado

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Rivera y el cuento de la lechera

La actitud de Ciudadanos y Albert Rivera no responde ni más ni menos que a un puro movimiento táctico. No tiene la intención de descartarse de ningún pacto

Foto: El líder de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)

Hoy son escoltas y mañana serán costaleros. Vale para Podemos respecto al PSOE, cuyo espacio tendrá que compartir si no lo puede confiscar. Y por la banda derecha vale para Ciudadanos respecto al PP, cuyos votantes –los del PP– lo prefieren como socio por una amplia mayoría (72,1%).

También es confiscatoria la intención de Ciudadanos. Quiere sacar del mapa al PP. Lo ha denunciado la FAES de Aznar. No es tarea fácil acabar en tan poco tiempo con una experimentada maquinaria de 700.000 afiliados, lo cual no excluye una relevante presencia del nuevo partido en el arco parlamentario. Por tanto, si fracasa en su empeño de sobrepasar al PP, que es lo más probable, tendrá que compartir espacio en función de la aritmética electoral alumbrada en las urnas.

Sin embargo, ninguno de los dos pilotos, ni Mariano Rajoy ni Albert Rivera, parecen dispuestos a modificar el “rumbo de colisión” denunciado por la derecha ilustrada. Es la lucha por el territorio. Un atavismo del reino animal que cursa con su peor diagnóstico en el despiadado mundo de la política. Tan despiadado como imprevisible si se trata de elegir compañeros de cama. En política se pasa con mucha facilidad del lanzamiento de cuchillos a los ritos de apareamiento.

Estamos ante una nueva escaramuza. La desencadenó esta semana Rivera con su inesperada preocupación personal por la democracia interna del PP

Mientras tanto, en el PP se esfuerzan no tanto por recuperar a los votantes ya seducidos por Ciudadanos, sino para evitar que siga seduciendo a otros, convencidos estos y aquéllos de que al final las dos fuerzas acabarán pactando.

Ya hubo un episodio previo en esta curiosa lucha por el territorio entre el PP y Ciudadanos cuando, hace unos días, en Génova se dedicaron a pintar de rojo su propia marca blanca. La número dos, María Dolores de Cospedal, calificó de “socialdemócratas” a Ciudadanos, y el portavoz parlamentario, Rafael Hernando, los situó en el bando de “las izquierdas”. El vicesecretario general, González Pons, calificó el acercamiento de Ciudadanos al PSOE como el germen de un futuro “frente popular”, que “significa rencor y revancha”.

Eso quedó atrás. Ahora estamos ante una nueva escaramuza. La desencadenó esta semana Albert Rivera con su inesperada preocupación personal por la democracia interna del PP. Hasta el punto de advertirle que no cuente con Ciudadanos para completar mayorías en comunidades autónomas donde vuelva a ser primera fuerza si antes no abraza el sistema de elecciones primarias en la designación de candidatos. Una forma como otra cualquiera, si bien algo retorcida y bastante impostada, de marcar distancias, incluso de confirmar ese “rumbo de colisión” teorizado por Javier Zarzalejos.

En el mundo de la política se pasa con mucha facilidad del lanzamiento de cuchillos a los ritos de apareamiento entre los partidos

¿Pero quién va a tomarse en serio la presunta desazón de Albert Rivera por las prácticas digitales en el PP? Sospecho que eso le trae sin cuidado. Pero lo que le importa es quitarse el sambenito de “marca blanca del PP” antes de pasar a la fase del sorpasso y apropiación del terreno conquistado. Todo lo cual no deja de ser el cuento de la lechera.

Entonces, ¿qué? Pues que estamos ante un movimiento táctico del líder de Ciudadanos. Su advertencia es puramente instrumental. Ni le importa la democracia interna del PP ni tiene la menor intención de descartarse en eventuales pactos con partidos de afinidad ideológica o programática, como el de Rajoy, sin dejar de ofrecerse al PSOE, que sí practica el modelo de primarias. Vista a la derecha, vista a la izquierda. Se trata de no perderse la fiesta en cualquiera de los casos.

Hoy son escoltas y mañana serán costaleros. Vale para Podemos respecto al PSOE, cuyo espacio tendrá que compartir si no lo puede confiscar. Y por la banda derecha vale para Ciudadanos respecto al PP, cuyos votantes –los del PP– lo prefieren como socio por una amplia mayoría (72,1%).

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