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Esa nueva ola de gobernantes
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Antonio Casado

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Esa nueva ola de gobernantes

No está justificado el alarmismo por la llegada al poder municipal de una izquierda alternativa, inexperta, populista… y maleducada, por el comportamiento de algunos de sus representantes

Foto: Vista general de la constitución del Ayuntamiento de Madrid tras la investidura de Manuela Carmena como alcaldesa. (EFE)
Vista general de la constitución del Ayuntamiento de Madrid tras la investidura de Manuela Carmena como alcaldesa. (EFE)

Ni hipster ni gaitas. No me fío del alcalde alternativo, o alcaldesa, que se vale de la provocación para marcar distancias con la clase política convencional. Algunos novísimos se han ciscado desde el primer día en la liturgia de las tomas de posesión. Y eso es como el invitado que orina en el jardín. Nada que ver con la izquierda, el populismo, el movimiento indie o el elogio de la rareza cantado en las redes por la modelo Cara Delevigne.

Es simplemente un problema de mala educación. Como pitar el himno nacional o contar chistes de mal gusto. Y ahí incluyo los fogonazos digitales de Soto, Zapata y Alba López Mendiola (esta se define como “bollera, camionera, desviada y aprendiz de marxista-leninista”), el remedo de fórmulas batasunas para jurar el cargo, el provocador desaliño indumentario de nuevos ediles o pasar por delante de los policías municipales sólo por ver cómo se cuadran ante viejos conocidos en tantas algaradas.

No incluyo, por supuesto, al alcalde o alcaldesa que se baja el sueldo desde el primer día, toma el transporte público para acudir al despacho, como Manuela Carmena en Madrid; dedica un día por semana a hablar en directo con los vecinos, como Joan Ribó en Valencia, o usa su poder institucional para frenar el desahucio de una familia, como Ada Colau en Barcelona.

Se han ganado en las urnas el derecho de intentarlo. Dentro de las coordenadas legales y presupuestarias en las que debe encajar una gestión municipal

Unos y otros han venido a zarandear el pensamiento conservador y alarman a ciertos poderes políticos y económicos, temerosos de una eventual oleada de radicalismo. Se ha abierto el debate sobre la futura gestión en los ayuntamientos limpiamente conquistados por ese activismo callejero que devino en diversos instrumentos de participación política tales como Ahora Madrid, Barcelona en Comú, Podemos, Marea Atlántica y otros. Las cábalas se basan en inexperiencia, antecedentes gamberros y el historial digital de algunos concejales. No es mucho para ponerse la venda antes de hacerse la herida.

Más allá de los problemas de mala educación antedichos, que tampoco serían incompatibles con la capacidad de hacer una buena gestión en favor de los ciudadanos, lo suyo es esperar y ver. Quienes los auparon en el trance de la investidura (el PSOE, básicamente), deben estar vigilantes y siempre dispuestos a demostrar que el apoyo no fue un cheque en blanco. Y quienes se dedican a anunciar los siete males del radicalismo deben abstenerse de encargar misas por el fracaso de estos gobernantes de nueva ola, que se sienten llamados a rescatar a la gente de la pobreza, la indignación y la desconfianza en la clase política. Ojalá lo consigan. Por el bien de la ciudadanía.

Más allá de los problemas de mala educación, que tampoco serían incompatibles con la capacidad de hacer una buena gestión, lo suyo es esperar y ver

Se han ganado en las urnas el derecho de intentarlo. Dentro de las coordenadas legales, competenciales y presupuestarias en las que debe encajar una gestión municipal. Sobre sus límites se van a estrellar inevitablemente algunas de sus promesas electorales. Por ejemplo, el famoso banco municipal del que hablaba Carmena. Es la prueba más reciente de que no podrán hacer de su capa un sayo, a causa de los mencionados límites. Sobre todo el presupuestario, oportunamente recordado ayer por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, respecto a los topes legales en materia de déficit público y deuda. Desbordarlos sería incurrir en supuesto de sanción administrativa, e incluso de intervención por parte del Estado. Razón de más para concluir que no está justificado el alarmismo por la llegada al poder municipal de una izquierda alternativa, inexperta, populista, visionaria… y maleducada, por el comportamiento de algunos de sus representantes.

Ni hipster ni gaitas. No me fío del alcalde alternativo, o alcaldesa, que se vale de la provocación para marcar distancias con la clase política convencional. Algunos novísimos se han ciscado desde el primer día en la liturgia de las tomas de posesión. Y eso es como el invitado que orina en el jardín. Nada que ver con la izquierda, el populismo, el movimiento indie o el elogio de la rareza cantado en las redes por la modelo Cara Delevigne.

Manuela Carmena Ada Colau