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La crisis griega y el teatro del absurdo
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Antonio Casado

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La crisis griega y el teatro del absurdo

Absurdo es el harakiri del vencedor. Cuesta encontrar precedentes de que dimita quien gana por goleada una consulta popular

Foto: El exministro griego Varufakis. (Reuters)
El exministro griego Varufakis. (Reuters)

Tendríamos que resucitar a los grandes atracadores del lenguaje, como Ionesco, Beckett, Albee o Pinter, para obtener un relato ajustado a una realidad cargada de malentendidos, insinuaciones, conjeturas y escenarios que se montan y se desmontan al paso de las horas transcurridas desde el referéndum griego del domingo pasado. Todos los actores parecen con el paso cambiado, aunque todos conocen el final de la función. También los mercados (no hubo lunes negro). La diferencia es que estos no tienen necesidad de hacer teatro. Los demás, sí.

Las relaciones de Atenas con sus socios europeos, y de los socios europeos con Atenas, se han convertido en una entrega tardía, extemporánea, del teatro del absurdo. Por encima o al margen del minuto y resultado en la reunión del BCE, donde se habló de números (¿reanimación de los bancos griegos?), o en la discreta cita Merkel-Hollande de anoche en París, donde se habló de política bajo la mirada virtual de Obama.

Lo que queda ante los ojos del desavisado espectador europeo, incluido el griego, es la puesta en escena de una trama reñida con las leyes de la lógica. Porque, para empezar, absurdo es un referéndum donde los ciudadanos son llamados a pronunciarse sobre una oferta que no existe. O sea, caducada.

Absurdo es interpretar el resultado del referéndum del domingo como un triunfo de la 'solidaridad'

Absurdo es el harakiri del vencedor. Cuesta encontrar precedentes de que dimita quien gana por goleada una consulta popular. Y absurdo es que los perdedores lo tomen como coartada de que el desahucio allanará el camino del diálogo. Puro teatro, porque las negociación se hubiera reanudado con Varufakis y o sin él, para calmar el ansia de estabilidad que reina tanto en Bruselas como en Washington. Ambos prefieren una Grecia subvencionada a fondo perdido que una Grecia en la órbita de Rusia.

Absurdo es que la izquierda alternativa coincida en la causa del “no” a los “terroristas financieros” de Bruselas con los neonazis de Amanecer Dorado, algunos de cuyos líderes están encausados por pertenencia a banda criminal.

Absurdo es pedir prestado para devolver lo que se pidió prestado con anterioridad. O sea, endeudarse para endeudarse todavía más. “Estamos dispuestos ayudar a Grecia si nos lo pide”, ha dicho Christine Lagarde, presidenta del FMI, una semana después de que Grecia se haya convertido en el primer país desarrollado que no devuelve lo que debe a esta institución de “criminales” (Varufakis dixit).

Las relaciones de Atenas con sus socios europeos, y de los socios europeos con Atenas, se han convertido en una entrega tardía, extemporánea, del absurdo

Absurdo y humillante es pedir prestado a quienes te humillan, según el discurso de Syriza. O a quien se acaba de propinar una patada en el estómago al grito de “terrorista financiero”. Y tan absurdo o más es que los interpelados pongan la otra mejilla. “No vamos a dejar a Grecia en la estacada”, decía ayer el duro entre los duros ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, unas horas antes de que Merkel y Hollande mostraran su disposición a la reapertura de negociaciones.

Absurdo es interpretar el resultado del referéndum del domingo como un triunfo de la “solidaridad”, en versión libre y unilateral del receptor de la solidaridad sin que los solidarios hayan abierto la boca al respecto. Es como si el atracador diera las gracias al atracado por su solidario gesto de entregarle parte de su dinero. Pero también es absurdo interpretarlo como un triunfo de la “democracia” en Europa, cuando tan gloriosa conclusión se basa en la expresión popular de un 3% de los usuarios del euro. ¿Qué pasaría con las tesis del Gobierno griego si en nombre de la democracia se hubiera tanteado las opiniones soberanas de los países socios?

Tendríamos que resucitar a los grandes atracadores del lenguaje, como Ionesco, Beckett, Albee o Pinter, para obtener un relato ajustado a una realidad cargada de malentendidos, insinuaciones, conjeturas y escenarios que se montan y se desmontan al paso de las horas transcurridas desde el referéndum griego del domingo pasado. Todos los actores parecen con el paso cambiado, aunque todos conocen el final de la función. También los mercados (no hubo lunes negro). La diferencia es que estos no tienen necesidad de hacer teatro. Los demás, sí.

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