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Europa presume de lo que carece
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Antonio Casado

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Europa presume de lo que carece

Se va desvaneciendo el mito de la Europa alzada sobre una peana virtuosa de paz, libertad, justicia, solidaridad y respeto a los derechos humanos

Foto: La alambrada cubre un vagón de tren utilizado para cerrar la frontera entre Hungría y Serbia. (EFE)
La alambrada cubre un vagón de tren utilizado para cerrar la frontera entre Hungría y Serbia. (EFE)

El niño amortajado por la playa y la desdichada reportera húngara avivaron una marea solidaria. Luego hubo reflujo. Las imágenes valían más que mil palabras, pero se perdieron en las escaletas del telediario. Ahora dominan las alambradas, en nombre del orden y la seguridad. Se endurecen los controles y el encastillamiento ignora el pregonadísimo principio de libre circulación dentro de la Unión Europea.

Menos de una semana pasó desde que Europa se había mostrado dispuesta a hacer sus deberes. O sea, a hacer lo que proclama y a cumplir lo que promete. No sólo en su declaración de principios como meca de la libertad, la democracia y los derechos humanos. También en sus compromisos internacionales sobre refugio, asilo y derecho del mar. Todo eso ha quebrado en la fallida cumbre de anteayer en Bruselas, donde los ministros del Interior no supieron pactar una respuesta solidaria a la crisis migratoria.

La síntesis más amarga es del líder del Partido Socialdemócrata alemán, Sigmar Gabriel, vicepresidente del Gobierno germano. A saber: “Europa ha vuelto a hacer el ridículo”. Alemania da marcha atrás en su inicial apertura de brazos, con mayor rigidez en sus pasos fronterizos y suspensión temporal de comunicaciones ferroviarias. Cinco de los socios se niegan a aceptar su cuota solidaria de acogida, otro militariza su respuesta a la avalancha y un tercero recurre a las concertinas.

¿Recuerdan ustedes el debate sobre la concertinas en las fronteras terrestres de Ceuta y Melilla? Cuchillas de acero inoxidable de 22 mm de largo por 15 de ancho, enganchadas a la valla, el cercado, la barandilla o el pretil. Se fabrican en Málaga y las compran los Gobiernos preocupados por el blindaje de sus marcas fronterizas. Entre ellos, el español.

La solidaridad no está reñida con criterios de seguridad y orden en los protocolos de acogida

“No me gustan las alambradas ni quienes las utilizan”, decía Kirk Douglas en “La Pradera sin Ley”. Hungría las levanta a toda prisa y en España no solo las utilizamos. También las fabricamos. La firma es European Scurity Fencing, perteneciente al grupo Mora Salazar, fundado en 1975. Uno de sus directivos reconocía hace días que se las están vendiendo a Hungría.”Solo el suministro, no la instalación”, añadía en descarga de su tanto de responsabilidad moral en este drama televisado.

Así se va desvaneciendo el mito de la Europa alzada sobre una peana virtuosa de paz, libertad, justicia, solidaridad y respeto a los derechos humanos. Mientras a sus puertas crece la tragedia (aún queda mucho por ver), los jerarcas de Bruselas deciden tomarse un tiempo muerto hasta el 8 de octubre. Un doloroso contraste con los plazos apremiantes de hombres, mujeres y niños que huyen de la guerra y la desolación.

La solidaridad no está reñida con criterios de seguridad y orden en los protocolos de acogida. Pero tampoco conviene exagerar frente al riesgo de que los refugiados puedan ser utilizados por el yihadismo como caballo de Troya en la desestabilización de Occidente. Insisto en que no es cuestión de número sino de principios teóricamente vivos en un área de convivencia que se reconoce en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El problema es de coherencia con el sistema de valores consagrado en esta parte del mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Pero si no se aplican es que a Europa le cuadra aquel viejo refrán: dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.

El niño amortajado por la playa y la desdichada reportera húngara avivaron una marea solidaria. Luego hubo reflujo. Las imágenes valían más que mil palabras, pero se perdieron en las escaletas del telediario. Ahora dominan las alambradas, en nombre del orden y la seguridad. Se endurecen los controles y el encastillamiento ignora el pregonadísimo principio de libre circulación dentro de la Unión Europea.

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