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Los bufidos del odio en la campaña del 21-D
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Antonio Casado

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Los bufidos del odio en la campaña del 21-D

“Hay mucho odio”, dice la ministra Montserrat, buena conocedora de los devastadores efectos del 'procés' en la convivencia social de Cataluña

Foto: Foto: Reuters.
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Oigo hablar a la ministra Dolors Monserrat de la reconciliación entre catalanes con la misma pasión de Azaña cuando imploraba paz, piedad y perdón entre vencedores y vencidos de la Guerra Civil española. “Hay mucho odio”, dice, sobrada de ciencia propia sobre los devastadores efectos del 'procés' en la convivencia social de su gente.

Uno tiene dudas serias sobre el eventual efecto balsámico de los votos. Las vísperas del 21-D no encajan en el espíritu navideño y la campaña electoral no desmiente a la ministra. La proximidad de las elecciones multiplica los bufidos del odio y la intolerancia. Es la respuesta del independentismo al enemigo común. 'Bon cop de falç' al Estado que nos roba, expolia nuestros tesoros artísticos y encarcela a los 'defensors de la terra'.

En un derroche de creatividad digna de mejor causa, el cómico catalán, Toni Albà, conocido por sus imitaciones de Juan Carlos I, ha dedicado un poema satírico a la candidata de Ciudadanos, Inés Arrimadas, cuya síntesis consiste en tacharla de “mala puta”. El abajo firmante cree que el arte puede servir a una causa sin perder la dignidad hasta ese punto de machismo, intolerancia y desprecio al discrepante. Albà no está de acuerdo.

Cuando el odio se sube a la cabeza hasta los adictos del conocimiento científico pierden la vergüenza. Es el caso del profesor Hdez. Borrell

En Zaragoza un catalán ha muerto seis días después de ser apaleado por lucir unos tirantes con los colores de la bandera nacional. El presunto homicida es un viejo cliente de la Justicia por haber dejado tetrapléjico de un golpe a un policía urbano de Barcelona. Son los hechos. La moraleja habita en el cruce de los mismos con la campaña electoral.

Valoración es desigual a uno y otro lado de la barricada catalana, como si fuera el muerto de los unos y no de los otros. A un lado, el silencio. Al otro, la ira. Así habló Carlos Herrera en la radio: “Lo que estaríamos diciendo si hubiera sido al revés. No es un mártir del fascismo oficial. Por eso no va a recibir homenajes de ningún ayuntamiento. Ni el cretino de Diego Cañamero pondrá su cara en una camiseta. En todo caso la del otro”.

Cuando el odio se sube a la cabeza hasta los adictos del conocimiento científico pierden la vergüenza y el respeto a los demás. Es el caso del profesor de la Universidad de Barcelona, Jordi Hernández Borrell, que celebró la muerte del fiscal Maza como un acto de “la justicia de Dios”. Es el mismo estudioso de los nanómetros (la milmillonésima parte de un metro) que hace días calificó de “ser repugnante” al líder socialista, Miquel Iceta, al tiempo que se mofaba de su homosexualidad. O sea, homófobo y antropófobo, además de intolerante.

El arte puede servir a una causa sin perder la dignidad hasta el punto de calificar a Arrimadas de “mala puta”, como ha hecho el cómico Toni Albá

Y además del odio, la mentira. Por la agenda de Jové ('alter ego' de Junqueras) hemos sabido que la fractura social, la fuga de las empresas y el hundimiento de la imagen de Cataluña resultaron de la estafa perpetrada por una élite de dirigentes sabedores de estar engañando a los catalanes. Sabían que la ruptura con España era imposible en esas condiciones. Mintieron conscientemente sobre el desenlace de la vía unilateral, que estaba condenado al fracaso y así lo acreditan los testimonios que estos días se amontonan. Y siguen repicando mentiras para calmar el ataque de contrariedad derivado del gatillazo.

Por cuenta del tesoro de Sijena se inventan un agravio más como excusa de vírgenes ofendidas. Del mismo modo que se inventan los 1.000 heridos en las cargas del 1 de octubre, los no sé cuántos millones de votos en un referéndum cocinado exclusivamente por ellos. la soñada sed de sangre del Gobierno si persistía el desafío separatista (Marta Rovira 'dixit'), el fascismo camuflado entre los defensores del 155 o el relato de un Estado represor que encarcela a los disidentes.

Nada nuevo en el nacionalismo de siempre que, según Stefan Zweig, “envenena la flor de nuestra cultura europea”.

Oigo hablar a la ministra Dolors Monserrat de la reconciliación entre catalanes con la misma pasión de Azaña cuando imploraba paz, piedad y perdón entre vencedores y vencidos de la Guerra Civil española. “Hay mucho odio”, dice, sobrada de ciencia propia sobre los devastadores efectos del 'procés' en la convivencia social de su gente.

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