Al Grano
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Waterloo: última estación
Un fin de trayecto para un napoleoncito de mil palabras. Las gastó todas, de victoria en victoria, hasta la derrota final. Y al quedarse afónico, los suyos le sacrificaron
El Waterloo de Puigdemont no tiene nada que ver con el Saint Martín le Beau de Tarradellas. El alquiler del chalet —si resulta fallido, más a mi favor— es la metáfora inmobiliaria de una rendición pública. Un fin de trayecto para un napoleoncito de mil palabras. Las gastó todas, de victoria en victoria, hasta la derrota final. Y al quedarse afónico, los suyos le sacrificaron.
La potencia simbólica de la casa de Waterloo, en hostil tierra de valones, no desmerece de la del barco de Piolín cargado de policías. Y tampoco es menor el número de chanzas que han provocado a uno y otro lado de la barricada. Con intención contrapuesta y distinto damnificado, se entiende.
En medio de un piadoso, superfluo y marginal debate sobre el derecho a la intimidad, en relación a los mensajes de la claudicación viral entre Puigdemont y Comín, se abre paso una verdad incontestable: las huestes de ERC, con Roger Torrent en la presidencia del Parlament, no quieren ser rehenes del presidente "legítimo".
Eso no es nuevo. Torrent insiste en que Puigdemont sigue siendo su candidato. Pero también insiste en que no es su problema si el candidato no encuentra el modo de ser investido a causa de sus problemas judiciales.
El alquiler del chalet —si resulta fallido, más a mi favor— es la metáfora inmobiliaria de una rendición pública. Un fin de trayecto para un napoleoncito
Los dirigentes de ERC y una buena parte del PDeCAT apuestan por una investidura "efectiva" que desactive el 155 y ponga en marcha un gobierno para volver a la política de las cosas. Pero saben que es imposible conseguir eso con un candidato en deuda con la Justicia.
Así que se dan cuerda a sí mismos, a la espera de que los letrados del Parlament les den razones acumulables a las del Tribunal Constitucional para cancelar su compromiso con el presidente "legítimo" y encontrar un candidato "efectivo".
Y mientras, le envían mensajes sobre los males mayores que evitaría su patriótica renuncia (Ferrán Bel). Porque nadie es insustituible (Gabriel Rufián). Porque "si lo tenemos que sacrificar, lo sacrificaremos" (Tardá). Porque "tendría consecuencias judiciales para muchos compañeros (Marta Rovira)". Porque "la presencia física de los diputados es imprescindible" (Junqueras, desde la cárcel).
Torrent insiste en que Puigdemont sigue siendo su candidato. Pero también en que no es su problema si el candidato no encuentra cómo ser investido
No sé si queda clara la posición de los dirigentes de ERC sobre su molesto socio itinerante.
Y entretanto, ponen en circulación algunas ocurrencias de vuelo corto, como convertir a Puigdemont en un presidente "emérito", acudir a la ONU, pleitear en el Tribunal de Estrasburgo, sentar a Rajoy en una mesa de negociación o fiar la solución al plan secreto del que habla el portavoz de Junts per Cataluña, Eduard Pujol.
Así son las cosas. Al menos en su actual versión, el desafío al Estado no da más de sí.
El Waterloo de Puigdemont no tiene nada que ver con el Saint Martín le Beau de Tarradellas. El alquiler del chalet —si resulta fallido, más a mi favor— es la metáfora inmobiliaria de una rendición pública. Un fin de trayecto para un napoleoncito de mil palabras. Las gastó todas, de victoria en victoria, hasta la derrota final. Y al quedarse afónico, los suyos le sacrificaron.