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Así se rompió la imagen pacifista del independentismo
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Antonio Casado

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Así se rompió la imagen pacifista del independentismo

El terrorismo callejero en Cataluña ofrece a Pedro Sánchez la oportunidad de aparecer ante la ciudadanía como un hombre de Estado y despegar en las encuestas

Foto: Manifestantes, durante los altercados tras la concentración convocada por los CDR el pasado jueves. (EFE)
Manifestantes, durante los altercados tras la concentración convocada por los CDR el pasado jueves. (EFE)

El vandalismo organizado de Barcelona tiene un altísimo coste reputacional para la causa independentista. Y los daños inferidos a su imagen de marca en la opinión pública, dentro y fuera de España, van a ser irreversibles. No solo porque las televisiones de todo el mundo están desmintiendo su muy difundido pacifismo, sino también por la parálisis política de un Gobierno autonómico que comparte las motivaciones del terrorismo urbano desplegado por sus cachorros más radicales.

Los primeros en celebrarlo han sido los tres partidos de pregonada adhesión constitucional (PSOE, PP y Cs), movidos por el oportunista aprovechamiento de los lamentables acontecimientos. Ninguno de ellos ha resistido la tentación de hacer campaña en nombre de la Cataluña que sufre y calla. Y sus guionistas se han pasado el fin de semana tanteando el impacto del desmadre catalán sobre los 'tracking' del 10-N (seguimiento permanente de las intenciones de voto mediante cientos de consultas telefónicas diarias).

Foto: Pablo Casado clausura un acto del PP en Toledo. (EFE)

Los expertos en consultas a las entrañas de la oca dicen que se ha detectado un considerable aumento en el índice de participación, que estaba en un bajísimo 65%. Que se observa un deslizamiento del voto independentista (JxCAT y ERC, básicamente) hacia la abstención y, en menor medida, hacia partidos constitucionalistas. El PSC de Iceta a escala autonómica y Vox a escala nacional parecen los más beneficiados.

En Moncloa, el estado mayor del presidente en funciones mima la oportunidad que se le ha presentado a Pedro Sánchez de aparecer ante la ciudadanía como un hombre de Estado. Y, por tanto, la de despegar en unas encuestas que no le están siendo propicias. De ahí su anunciado viaje a Barcelona y el tono institucional de sus últimas intervenciones, siempre remitidas a la condena de la violencia y a la necesidad del imperio de la ley como exigencias insalvables de un eventual diálogo del Gobierno con la Generalitat.

Los partidos hacen campaña en nombre de la Cataluña que sufre y calla. Todos tantean el impacto del desmadre catalán en las expectativas de voto

Entre el desencanto y la desesperación por las metas malogradas, con sus dirigentes ya en indisimulado enfrentamiento ante sus diferentes formas de encarar el “¿ahora qué?”, el independentismo vive sus horas más difíciles. Su discurso narcisista y totalizante da todas las facilidades al Gobierno central para que Pedro Sánchez se permita no responder a las llamadas de Quim Torra y reducir el conflicto catalán a un problema de orden público.

Respecto al grotesco personaje que incomprensiblemente sigue al frente de la Generalitat, solo queda clavetear su penosa actuación durante los días de la ira. Nada que no supiéramos de antemano, porque Torra, gobernante irresponsable donde los haya, ya había amenazado con un otoño caliente si la sentencia era condenatoria. No fue el único. Los llamamientos de los líderes independentistas contribuyeron a crear las condiciones.

El discurso narcisista y totalizante de Torra pone fácil a Sánchez no responder a sus llamadas y reducir el conflicto catalán a un problema de orden público

“Sin absolución no hay solución”, decían confundiendo churras con merinas, puesto que la función de las sentencias judiciales no es la de arreglar o desarreglar querellas políticas o territoriales. Es tan absurdo como quejarse de la 'judicialización' de la política, porque es tanto como quejarse de que el principio de igualdad ante la ley alcance también a los políticos.

El vandalismo organizado de Barcelona tiene un altísimo coste reputacional para la causa independentista. Y los daños inferidos a su imagen de marca en la opinión pública, dentro y fuera de España, van a ser irreversibles. No solo porque las televisiones de todo el mundo están desmintiendo su muy difundido pacifismo, sino también por la parálisis política de un Gobierno autonómico que comparte las motivaciones del terrorismo urbano desplegado por sus cachorros más radicales.

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