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La investidura de Puerto Hurraco
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Antonio Casado

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La investidura de Puerto Hurraco

Fue el bochornoso espectáculo de una clase política banalizada. Con barbaridades, excesos verbales, descalificaciones, insultos y desprecio al adversario, a ambos lados de la barricada

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras su intervención este martes en el Congreso. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras su intervención este martes en el Congreso. (EFE)

La matanza de Puerto Hurraco (agosto de 1990) quedó en la huella de nuestra memoria colectiva como una señal tardía de la España negra, y la sesión de investidura de Pedro Sánchez, ayer en el Congreso y por la mínima, pasará en la reciente historia como la vigente señal de una clase política banalizada en el odio, el insulto, los excesos verbales, la descalificación, la falta de respeto y el desprecio al adversario.

Dicho sea en la doble dirección, porque barbaridades se dijeron a ambos lados de la barricada. Entre los que ayer aplaudieron con las orejas la victoria pírrica de Sánchez, en nombre de la progresía complaciente con los enemigos de la Constitución. Y entre quienes, desde la apropiación indebida de la idea de España, la patearon como portadora de todas las desgracias imaginables (a la victoria pírrica, no a España, ojo).

Una sesión de investidura para olvidar, en la que el aspirante prefirió denostar a los que se oponen, en vez de asumir la defensa de lo que propone

Algunas, con olor a azufre. Por ejemplo, la de Pablo Casado (PP), cuando acusó a Sánchez de haber puesto España “en manos de terroristas y separatistas”. O la de Montserrat Bassa, cuando se refirió a la “miseria” de la democracia española.

Ningún español bien nacido, independentista o no, progresista o no, de derechas o de izquierdas, puede sentirse orgulloso de lo ocurrido en esta penosa operación de relanzamiento de Sánchez. En sus dos entregas, la de antes de la Pascua Militar y la de después de la Pascua Militar, con la figura y el discurso del Rey relegados a un segundo plano (Sánchez incluso aprovechó para citar a Azaña, presidente de la Segunda República).

Pedro Sánchez, elegido presidente del Gobierno por mayoría simple

Fue una sesión de investidura para olvidar, en la que el aspirante prefirió denostar a los que se oponen, en vez de asumir con firmeza y sin complejos la defensa de lo que propone con esa “coalición progresista” que, ante la “coalición del apocalipsis”, va a desbloquear la gobernabilidad, según él.

Muy propicios han de serle los dioses a Sánchez para lograr la gobernabilidad cuando la gobernabilidad importa 'un pito' a quienes han sido llamados a hacerla posible. En esto nunca engañaron los dirigentes del independentismo catalán. Ni tampoco en su insoportable retrato del Estado español, con presos políticos y represaliados “porque ustedes [el PSOE] quieren que así sea”. “No es la ley, son ustedes los que quieren que mi hermana y los demás estén en la cárcel”.

Muy propicios han de serle los dioses a Sánchez para conseguir esa gobernabilidad que importa 'un pito' a quienes han sido llamados a hacerla posible

Así se dirigió al ya presidente del Gobierno Montserrat Bassa, la representante de los 13 diputados de ERC que ayer hicieron posible la investidura de Sánchez y, por lo visto, van de garantes de la gobernabilidad y el desbloqueo.

Tampoco ayer hubo respuesta. Ni siquiera cuando Bassa acusó al PSOE de haber sido cómplice de la violencia política y la “criminalización de nuestro pueblo”. Sánchez miraba a la encendida diputada independentista como las vacas miran al tren. Sin pestañear. Oyó hablar de la España represora alentada por el PSOE como si oyera llover.

Por cierto, ¿se habrá arrepentido ya Sánchez de haber apoyado en su día la aplicación del artículo 155, tras aquella extravagante y fugaz declaración de independencia de Cataluña en octubre de 2017?

Es una simple curiosidad.

La matanza de Puerto Hurraco (agosto de 1990) quedó en la huella de nuestra memoria colectiva como una señal tardía de la España negra, y la sesión de investidura de Pedro Sánchez, ayer en el Congreso y por la mínima, pasará en la reciente historia como la vigente señal de una clase política banalizada en el odio, el insulto, los excesos verbales, la descalificación, la falta de respeto y el desprecio al adversario.

Pedro Sánchez