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El COVID-19 nos mata, pero a disgustos
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Antonio Casado

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El COVID-19 nos mata, pero a disgustos

No se trata de minimizar sino de desdramatizar, antes de que nos atropelle el síndrome de Casandra. Es el pánico lo que está pidiendo a gritos una vacuna

Foto: El pánico ha hecho que escaseen las mascarillas en muchos comercios en España. (Reuters)
El pánico ha hecho que escaseen las mascarillas en muchos comercios en España. (Reuters)

Seguimos la cifra de contagiados por coronavirus como el minuto y resultado de un partido de futbol. No se me alarmen. No quiero minimizar el problema sino contribuir a desdramatizarlo antes de que nos atropelle el síndrome de Casandra y confirmemos que el insidioso virus nos mata. Pero a disgustos.

El miedo al virus es más letal que el virus. Sin ocultar los peligros potenciales de la epidemia, sostengo que lo contagioso y lo verdaderamente necesitado de una vacuna urgente es el pánico. Mucho más que el patógeno, al menos en sus efectos irreparables. O sea, fallecimientos. La desproporción entre la profecía y la parte cumplida de la misma es sospechosamente escandalosa. A escala doméstica y a escala global.

Pero el pánico también mata. Sus efectos también pueden ser irreparables en muchos órdenes de la vida en comunidad. Ya lo están siendo. Miremos, sin ir más lejos, a los inversores españoles cuya presión vendedora ha recortado la capitalización bursátil en unos 65.000 millones de euros. Es una de las cifras aireadas sobre los efectos del pánico en la última semana, la peor de la bolsa española desde el año crítico de 2010.

La desproporción entre la profecía y la parte cumplida de la misma es sospechosamente escandalosa. A escala doméstica y global

Los siete males y sus efectos, algunos irreparables, ya están aquí, en forma de parón económico, hundimiento bursátil, colapsos hospitalarios, desabastecimiento comercial, apagón en el turismo, confinamientos de sospechosos, escuelas cerradas, eventos suspendidos, etc.

Es como si el pánico (insisto, no el coronavirus) fuera una de esas plagas bíblicas utilizadas por Moisés para castigar a los egipcios. O una tardía conspiración de los dioses para volver locos a los hombres antes de destruirlos, según el aforismo griego que algunos endosan a Eurípides.

El pánico cursa como una plaga bíblica o una conspiración de los dioses para volver locos a los hombres antes de destruirlos

Nunca la matemática estuvo tan vituperada en su servicio a la estadística. Demos una oportunidad a las cifras. Y ya que la OMS declarara ayer que el riesgo de propagación mundial es "muy alto" (tasa de contagio), deduzcamos porcentajes entre los 2.600 fallecidos (la mayoría en China, con un 3% de mortalidad en la zona cero) y la población mundial.

Si nos ceñimos al contexto español vayamos, por ejemplo, a los 58.000 muertos al año a causa del consumo de tabaco. No hace falta. Vivimos en uno de los 55 países afectados en todo el mundo. Y vamos por 34 personas contagiadas, según las últimas cifras (minuto y resultado de anoche).

Demos una oportunidad a la estadística. Al salir de casa tengo más posibilidades de fallecer por un atropello, o por aburrimiento, que por coronavirus

O sea, uno de cada dos millones de españoles está en estos momentos presuntamente contagiado por coronavirus. Repito: uno de cada dos millones. Con carácter grave que "evoluciona favorablemente" en Torrejón (Madrid), según nos dicen las autoridades sanitarias, solo uno de cada cincuenta millones (de 47, vale).

Lo siento, pero prefiero recostarme en la estadística, que es un componente vivo de la realidad. Me dice que al salir de casa tengo más posibilidades de fallecer por la ira de un vecino furioso, por un atropello, o por aburrimiento, antes que por contraer el mal del coronavirus.

Y espero que no me jodan el viaje a Tokio para el que ya me queda menos.

Seguimos la cifra de contagiados por coronavirus como el minuto y resultado de un partido de futbol. No se me alarmen. No quiero minimizar el problema sino contribuir a desdramatizarlo antes de que nos atropelle el síndrome de Casandra y confirmemos que el insidioso virus nos mata. Pero a disgustos.

Inversores Japón OMS