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Armas de ETA: el aplastamiento de la memoria
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Antonio Casado

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Armas de ETA: el aplastamiento de la memoria

Sobró olvido y faltó memoria. Los principales actores del drama no comparecieron. Ni los buenos ni los malos. Muchas sillas vacías en la destrucción de pruebas visibles de la barbarie

Foto: Acto de destrucción de armas incautadas a ETA y los Grapo. (EFE)
Acto de destrucción de armas incautadas a ETA y los Grapo. (EFE)

En nombre de la patria vasca, ETA asesinó, secuestró, extorsionó y acorraló a la recién nacida democracia española con las armas aplastadas ahora por la apisonadora en un cuartel de la Guardia Civil. Pero el hambre de telediario malogró una ocasión de honrar a las víctimas. Son reales. Miguel Ángel, Lluch, Gregorio, Buesa, Pagaza, Becerril, Tagle. No las hemos soñado.

El simbolismo nos puede jugar una mala pasada. Se machaca el arsenal, desaparecen los elementos de convicción incautados por las fuerzas de seguridad (no entregados por la banda, ojo) y se eliminan las pruebas reales en un horno de fundición de metales. La barbarie ya tiene vía libre hacia el mundo de los sueños. Pero ETA no fue un sueño abocado a desvanecerse.

Es desalentador, triste y decepcionante que el Estado y una buena parte de la sociedad vayan empujando poco a poco la memoria del terror hacia el trastero de la historia. Es como si el sufrimiento de las víctimas fuera un recuerdo incómodo, desechable en el libro de nuestra reciente historia, mientras parte del Gobierno entiende la razón "política" de más de 800 asesinatos, más de doscientos crímenes siguen sin esclarecer y los etarras excarcelados son recibidos en su pueblo como lendakaris por un día.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras su discurso durante el acto en el que se han destruido varios centenares de armas incautadas al terrorismo. (EFE)

Aramburu, por favor. Mucho Aramburu en las conciencias. Y mucho Mikel Azurmendi ('El relato vasco') cuando dice que "la ideología de Eta sigue viva en la sociedad vasca", aunque tiende a olvidar que hubo vencedores y vencidos "porque la verdad molesta". Nunca tan vigente la voz firme de Jaime Larrinaga, aquel cura vizcaíno que un día dijo: "Pido a la clase política que no defienda nada que no pueda defender mirando a los ojos de las víctimas".

El grito del párroco de Maruri volvió a sonar en mi cabeza el otro día ante lo que me pareció un paso más hacia el aplastamiento de la memoria. Lo niega el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que apadrinó el aplastamiento televisado de las armas (de ETA, sobre todo, y algunas de los Grapo), a pesar de ser el único de los cinco presidentes de la democracia que no sufrió la amenaza desestabilizadora de ETA.

"No podemos destruir el pasado, pero sí podemos luchar contra la desmemoria", dijo Sánchez. Decir y no hacer. No se lucha contra la desmemoria cuando se alfombra el camino de quienes se reconocen en el legado de sangre y miseria moral de ETA. O cuando se adopta como compañeros de viaje a quienes tratan de imponer el olvido haciéndonos creer que todo ha sido un mal sueño.

Es desalentador que el Estado y una buena parte de la sociedad empujen poco a poco la memoria del terror hacia el trastero de la historia

Al acto le sobró olvido y le faltó memoria. Los actores de lo vivido no comparecieron. Ni los buenos ni los malos. Por distintas razones, claro. Muchas sillas vacías durante la destrucción por aplastamiento de pruebas visibles de la barbarie.

La lucha contra ETA y su rendición final fue una tarea de Estado. Afectó a cuatro presidentes del Gobierno y a los dos principales partidos. Pero ninguno de los actores directamente implicados (González, Aznar, Zapatero y Rajoy) compartió el clarinazo de Sánchez contra la desmemoria.

El sufrimiento parece un recuerdo incómodo, mientras parte del Gobierno entiende la razón "política" de más de 800 asesinatos

No parece casual que los cuatro, dos del PSOE, dos del PP, además de las principales asociaciones de víctimas de ETA, eludieran la invitación de Sánchez, que llegó a la Moncloa cuando el trabajo ya estaba hecho. Razón suficiente para replantearse el fallido acto del jueves pasado. Pudo más el deseo de salir en la foto del adiós a las armas, a pesar de no haber tenido arte ni parte en el proceso: el alto el fuego (2012), el teatralizado desarme de Bayona (2017, la localización de zulos) y la disolución de ETA (2018), un mes antes de la moción de censura a Rajoy y la consiguiente entrada de Sánchez en la Moncloa.

En nombre de la patria vasca, ETA asesinó, secuestró, extorsionó y acorraló a la recién nacida democracia española con las armas aplastadas ahora por la apisonadora en un cuartel de la Guardia Civil. Pero el hambre de telediario malogró una ocasión de honrar a las víctimas. Son reales. Miguel Ángel, Lluch, Gregorio, Buesa, Pagaza, Becerril, Tagle. No las hemos soñado.

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