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Lodos y barro: el bucle interminable de la política nacional
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Lodos y barro: el bucle interminable de la política nacional

La banalización del debate entre partidos es insoportable. Dentro y fuera del Parlamento, cada vez más profanado como templo de la palabra, el pluralismo y los valores democráticos

Foto: Sesión del control al Gobierno en el Congreso. ( EFE/Emilio Naranjo)
Sesión del control al Gobierno en el Congreso. ( EFE/Emilio Naranjo)

De aquellos polvos estos lodos y de aquellos lodos estos barros, en el interminable bucle de la política nacional que nos pone de los nervios. A unos más que a otros, aunque es un no parar. Lo vimos en el reciente paso del expresidente Rajoy por la comisión Kitchen. Lo hemos vuelto a ver esta semana dentro y fuera del Congreso, cada vez más profanado como templo de la palabra, el pluralismo y los valores democráticos.

La insoportable banalización de la actividad parlamentaria tuvo su punto álgido en la patriótica megafonía (himnos policiales) que Vox utilizó para reventar un acto de Podemos-Bildu-ERC en el que se homenajeaba a quienes dos años atrás reventaron con violencia un acto de Vox en Zaragoza. A uno y otro lado de la barricada, la libertad de expresión y el respeto al adversario cursan como salmos huecos. O sea, valores-basura.

Foto: El portavoz parlamentario de Unidas Podemos, Pablo Echenique durante una intervención en el Congreso. (EFE/Emilio Naranjo)

Las dos partes prefieren intercambiar en el barrizal sus pedradas favoritas. Y esperan el alistamiento de otros en el bando de los "antiespañoles" o el de los "fachas". Pues, no. Luchemos contra eso. Ambos comparten la tentación gamberra y desestabilizadora. Ni Mertxe Aizpurúa ni Santiago Abascal. Ni Echenique ni Olona. Unos y otros amenazan por igual la supervivencia de la España y el Estado que defendemos la inmensa mayoría.

Especialmente alarmante es el chapoteo del líder del PP, Pablo Casado, y la numero dos del Gobierno, Nadia Calviño. El cruce de golpes bajos presenta de repente a esta como "defraudadora fiscal" y este, por ministra portavoz interpuesta, como líder sin "sentido de Estado" que no representa ni a sus propios votantes. Son las últimas aportaciones al avanzado estado de banalización en el debate.

El precedente nos ilustra sobre la falta de contención de Casado, que había embarrado el campo comparando el acoso lingüístico al niño de Canet con supuestos de abusos sexuales a menores. Pero tampoco la vicepresidenta demostró que la templanza sea su mejor virtud. Aun con la atenuante de haber sido delatada por un micrófono chivato, no se puede permitir abroncar sin más al jefe de la oposición y calificarle de "desequilibrado".

La patriótica megafonía de Vox quiso reventar un homenaje a quienes dos años atrás reventaron con violencia un acto de Vox

La sesión de control del miércoles volvió a ser un absurdo diálogo de besugos en el Congreso. El PP usa las preguntas al Ejecutivo para clavetear sus cargos ("vendido al separatismo", "mentiroso", "irresponsable", "incompetente", "sectario"). Y el Gobierno, que nunca responde a lo que se le pregunta, arremete contra el PP con acusaciones desgastadas por el uso (aliarse con la ultraderecha, bloquear órganos constitucionales, atentar contra la convivencia, dañar la imagen de España en el extranjero).

El fenómeno, bien descrito en las ciencias sociales y políticas, se llama "polarización". Reconocerse en la ira del adversario para crecer. Es la receta más usada en los estados mayores de los partidos. Sánchez basa su poder en una falsa alarma "antifascista" y por eso empuja a Casado hacia Vox, mientras Casado empuja a Sánchez hacia los "enemigos de España" trabajando por la irrelevancia de Ciudadanos. Ayuso triunfó por rechazo a Iglesias. Teresa Rodríguez (extrema izquierda) celebra la posible candidatura de Macarena Olona (extrema derecha) en Andalucía: "¡Ojalá!", ha dicho. Y así sucesivamente.

Penoso retrato de un tablero con el centro deshabitado. Dos líneas paralelas que, como nos enseñaron en la escuela, por mucho que se prolonguen nunca llegan a encontrarse. A un lado, fuerzas de la ecuación Frankenstein, legalmente constituidas pero de trazas morales y políticas no recomendables. Al otro, una derecha con tendencia a alejarse del centro e incapaz de reconocer el menos acierto en el Gobierno de Sánchez.

Lo acabaremos pagando.

De aquellos polvos estos lodos y de aquellos lodos estos barros, en el interminable bucle de la política nacional que nos pone de los nervios. A unos más que a otros, aunque es un no parar. Lo vimos en el reciente paso del expresidente Rajoy por la comisión Kitchen. Lo hemos vuelto a ver esta semana dentro y fuera del Congreso, cada vez más profanado como templo de la palabra, el pluralismo y los valores democráticos.

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